El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac (Impedimenta) Traducción de Marián Ochoa de Eribe | por Inés Martínez García
¿Qué puedo escribir sobre un libro que remueve el silencio? ¿Qué puedo escribir cuando un grito es violentamente silenciado? Abro la boca, alzo la voz y una mano que no es mía se aparece pinzándome los labios. Una mano que no es mía se mueve entre las páginas del libro y lo sacude. Dos manos que son mías estrangulan el silencio.
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes es el debut literario con el que la escritora rumana Tatiana Tibuleac nos presenta la fragilidad y la violencia de un hombre que es sacudido y maltratado durante la infancia por el dolor y el silencio de su madre. En la novela, publicada en la editorial Impedimenta, la autora plantea un ejercicio de reconciliación con el yo enfermo, con el yo traumatizado, a partir de las artes. El protagonista escribe desde la madurez un diario por orden del psiquiatra, en el que despliega la historia del último verano que vivió con su madre en un pueblo de Francia; la historia del odio que siente hacia ella, la angustia por la pérdida de su hermana durante la infancia y del amor que, como todo en su vida, se aparece con violencia y le araña el corazón.
La narrativa se ve interrumpida por los versos silenciosos de un hijo que reclama su derecho a serlo. Aleksy se deshace en insultos y provocaciones. De él rebosa un rencor del que somos conscientes ya en la primera página: «Aquella mañana en la que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás». La autora desafía al público lector y a la cultura rumana con este libro, ya que, según ella, en Rumanía no se puede hablar mal de una madre aunque esta sea mala. Como a un icono religioso, los hijos se postran ante ellas ansiando el amor que penetra en sus diminutos cuerpos desde el momento en el que maman la leche materna, y por la que se hacen más grandes, más fuertes y poderosos: es ahí donde brota el amor. Aleksy no recuerda cómo fue alimentado por su madre, ni el ímpetu con el que se agarraba a la teta, dejando en ella una marca de sus dientes con forma de zigzag. Lo único que sabe es que está loco, una locura que podría ser fruto del resentimiento y del dolor. Sin embargo, y a pesar de todo, Aleksy se postra ante su madre, deshaciendo el odio con sus dedos y tejiendo la imagen de sus ojos verdes, unos ojos fulgurantes que se hacían más bellos conforme su vida marchitaba. Los ojos de mi madre eran un despropósito. Los ojos de mi madre eran campos de tallos rotos. Los ojos de mi madre eran los restos de una madre guapa. Los ojos de mi madre eran cicatrices en el rostro del verano.
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes es una novela escrita desde la fuerza, que entrelaza una vez más la belleza y el horror en una poderosa narrativa con tintes poéticos, que ahonda en las relaciones maternofiliales y en su fragilidad. Tatiana Tibuleac nos regala un relato cruel que se hinca en nuestra carne y nos devora los ojos, para llamarnos la atención y acercarnos al perdón y a la aceptación de la tristeza. Un relato para hacer las paces con nosotros mismos.
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