Calles de Berlín y otras ciudades, de Siegfried Kracauer (Errata Naturae) Traducción de Manolo Laguilo | por Juan Jiménez García
Siegfried Kracauer llega al Frankfurter Zeitung en 1922. Han pasado algunos años desde el comienzo de la convulsa República de Weimar, la prensa vive su edad de oro y Alemania camina firmemente hacia el abismo. Hacía crítica de cine y de literatura y, en este Calles de Berlín y de otras ciudades, comprobamos que también de viajes, aunque estos viajes solo comprendieran, alguna que otra vez, unos pocos metros. El mundo está en todas partes y, en aquel tiempo, especialmente en las ciudades. Años de vanguardias, años veloces, incluso vertiginosos. Años de cafés. Y artistas. Una guerra ha acabado y hay que vivir, vivir con intensidad, plantadas las semillas del árbol enfermo que provocará otra guerra más. Así pues, estos escritos van desde ese principio de los años veinte hasta mil novecientos treinta y tres. ¿Y qué paso aquel año? Hitler, eso pasó. Aquellas nubes grises, aquellas nubes negras, aquella amenaza constante de tormenta, se materializa. Llueve barro. Kracauer se marchará a París. Cuando Hitler llega a París, a Estados Unidos. No volverá.
Kracauer no es un fláneur al uso. Alguien que camina, que se pierde en la geografía de Berlín y algunas otras ciudades, no podía escapar al curso del tiempo. Sin embargo, él sí. En Calles de Berlín… la Historia está ausente, los nombres están ausentes. No siempre. Alguna vez algún pequeño detalle, pequeñas cosas sin importancia. En su epílogo, Reiner Klein no deja de advertirlo. Sin embargo, este no es un libro impresionista lleno de graciosas pinceladas sobre un paisaje urbano en vías de desaparición (o destrucción, porque Berlín desapareció, literalmente, destruida bajo las bombas). Kracauer si por algo es bien conocido fuera de aquella Alemania es por su libro De Caligari a Hitler: Una historía psicológica del cine alemán, que, fácil es comprenderlo, girará en buena medida alrededor del cine expresionista. Y fácil es decirlo, pero imposible sería negarlo, Calles de Berlín… es una aproximación expresionista, intensa, apasionada, aplicada a observar las cosas. El paisaje, el hombre. Todo.
La propia estructura del libro es su definición: calles, locales, cosas, gentes. Las calles pueden estar en Berlín, en París, en Marsella. Los locales van desde la roca explosionada de Positano por el futurista Gilbert Clavel, a las oficina de empleo o a las enormes salas con calefacción para gente sin recursos (mucha). Las cosas pueden ser unos tirantes o un paraguas. La gente, cualquier modesta figura, llamada a no perdurar, en esos últimos instantes de la Humanidad. En todo ello hay la misma necesidad de agotamiento, las mismos trazos intensos, los mismos deslumbramientos. Sí, tal vez las convulsiones de su tiempo estuvieran en otras páginas y no en esas, pero no es menos cierto que si algo retratan con precisión es cómo es imposible escapar a esto. Por esto Hitler no está en ningún sitio pero está en todas partes. Y Weimar es un estado de depresión, una sucesión de finales, entre ellos, antes que ninguno, el final de la esperanza. Paseando por aquellas calles, Kracauer retrata las grietas, esas grietas que acabaran por lanzar abajo las paredes, los muros, los edificios, las ciudades y más allá de ellas. Como esa metrópolis convulsa de Georges Grosz, que el escritor alemán intenta llevar a las palabras, al lenguaje. A cada tiempo su fláneur. A cada ciudad su paseante solitario. Últimos encuentros con los muertos y la muerte. Desde la vida. Desde la belleza convulsa y la gente agotada.