A les dues seran les tres, de Sergi Pàmies (Quaderns crema) | por Gema Monlleó

Sergi Pàmies | A les dues seran les tres

Ya lo he dicho alguna vez: no soy de cuentos, de relatos, de narraciones cortas. Me gustan las historias que requieren de páginas y páginas para contarse y (d)escribirse. Pero a veces hago excepciones, y estas suelen venir de la mano del autor. Cuando el placer está en leer a alguien concreto, lo de menos es en qué forma inscribe lo que escribe. Eso es lo que me ocurre con Sergi Pàmies (París, 1960), de quien leo columnas en prensa, libros, y a quien escucho en sus secciones radiofónicas con la veneración (casi) de un oráculo. 

Me gusta el tono con el que Sergi Pàmies narra sus historias y me gusta también el personaje que inventa (o refleja). La inseguridad que él (¿él?) desprende despierta mi más completa empatía, y es desde la comprensión y la ternura desde donde lo leo (“Endreçant armaris, ensopego amb la virginitat que vaig perdre la tardor del 1978”). 

Es posible leer los relatos de A les dues seran les tres como un compendio de algunas de las obsesiones pamiesianas: la familia (la de origen –“vaig néixer en una família agnòstica, més propensa a la psicoanàlisi que als santorals”-, la creada), el cine (dos cameos de Jean Seberg), el temor a la enfermedad, el desencanto en el amor y, sobre todo, la escritura: el oficio de escribir (escribir sería su último deseo en un avión a punto de estrellarse -No saber anglès-, y esto no es sólo ficción, él mismo lo admite en alguna entrevista: entre un huevo frito -¿el dibujo de la portada del libro?- y escribir, Pàmies escogería escribir). Realidad y ficción se entremezclan en sus textos siempre bajo el paraguas de la ironía y el sentido del humor configurando textos de (auto)ficción creíble, tal vez porque la mayoría parten de un hecho-flash-real que se hace literatura cuando se convierte en obsesión para el autor (“La memòria és un monstre de tentacles mutants”). ¿Es Pàmies quien debía celebrar la entrada del milenio en la Plaza de Catalunya de Barcelona con los amigos con los que celebró la muerte de Franco? ¿O quien se esconde bajo el edredón creyendo tener un ladrón en casa? Es Pàmies quien escribe, es la narrativa-Pàmies, por lo que sí, el personaje, sea quien sea, está vestido por él. 

Estos relatos dialogan entre sí y se convierten en un dietario del hoy con miradas hacia el pasado (el paso del tiempo es el tema nuclear), pero miradas desde el presente, desde la visión de sí mismo que tiene el protagonista hoy (el insomne, el de los kilos de más –“creixem, ens dispersem o, com en el meu cas, ens eixamplem”-, el a ratos depresivo, el padre que acepta la distancia de los hijos ya mayores…), ese que parece adelantar las pequeñas tragedias de la vida para estar preparado para afrontarlas cuando llegan y ver, quizás al escribirlas, que no había para tanto. Esa mirada hacia el pasado no ejerce juicio, es conciliadora y en algunos textos compasiva, y es desde la bondad emocional desde donde recupera “aventuras” del joven Pàmies (como el precioso relato-crónica Trois-Rivières en el que viaja con -quizás sería mejor decir junto a- Manuel Vázquez Montalbán a un congreso en Québec, el escritor consagrado y la joven promesa, que es también un homenaje al escritor fallecido en el aeropuerto de Bangkok –“vam voltar per la ciutat, saben que la sordesa de l’un, la propensió a respectar la jerarquia del silenci de l’altre i la set comuna eren un bon punt de partida pel compromís històric”-), el mismo que aprendió a tocar la guitarra (Per què no toco la guitarra) porque el clarinete era demasiado caro para la economía doméstica, lo que le permitió “el meu Gran Moment”, el “element de promoció” escolar, cuando la familia regresó a Barcelona tras el exilio francés, y el mismo que dejó de escribir poesía tras la honesta crítica de “un dels nostres poetes nacionals” (Miquel Martí i Pol). 

Fiel a su amor por la radio, amor que comenzó en la casa familiar en la que la vida se hacía alrededor de la misma, comentarista de series, televisión y cine en algunos de los programas radiofónicos en los que participa, Pàmies mantiene una traba oulipiana en todos sus libros autoexigiéndose que la radio sea protagonista de al menos un relato. T’estimo es el título de la historia en la que la radio de hoy también mira con nostalgia a la de ayer y sus canciones dedicadas (“és una actualització dels programes de discos sol·licitats del segle passat, que contenien declaracions d’amor i, sovint, de súplica i redempció”). Las trabas como motivación y como ejercicio de anti-aburguesamiento (vital y/o literario) son también las que le hacen aceptar pequeños retos cotidianos a los que por automatismo vital se negaría (“en la pràctica vol dir contravenir els hàbits que fins ara l’havien definit”) como le sucede al protagonista de Dues espardenyes y al Pàmies real (a quien le he escuchado explicar su ejercicio por esquivar la tan manida zona de confort). 

La metaliteratura made in Pàmies puede pasar por escoger una mandarina a modo de magdalena proustiana (No saber anglès), por preferir llegar al hotel para escribir qué hubiese podido suceder durante una cena tras rechazar la invitación a la misma, o por listar los males que anuncian el inicio de la vejez para fintar al insomnio (“el inventari dels mals és més eficaç que comptar ovelles”, La tàctica de l’estruç).  Y es desde ese juego de espejos desde donde el autor distorsiona la nostalgia para convertirla en resorte de esas primeras frases que abren los relatos como una detonación (“L’insomni és espiral”, “és el primer estiu després de la separació”, “No acostumo a respondre trucades de números desconeguts”). 

A les dues seran les tres es el autorretrato ficcional de un escritor preocupado por el paso del tiempo y la memoria  (“els anys es mouen como onades que les tensions entre memòria i oblit fan avançar, retrocedir o naufragar”), que asienta su literatura en lo que en Dues espardenyes denomina “perplexitat especulativa” y que matiza los hechos sucedidos desde una creatividad levemente impúdica (“Si les il·lusions òptiques modifiquen la percepció del que veiem, les il·lusions viscudes en mantenen la consciència”). Si la literatura es “l’anticipació d’imaginar el que encara pot passar” (No saber anglès) yo quiero seguir anticipándome con él y, con el respeto de una feligresa, seguiré leyendo sus textos (columnas en prensa, libros, y secciones radiofónicas -sí, son casi una lectura-) y evitando las cocinas en pareja como aprendí que debía hacer tras la lectura de su libro de relatos anterior, L’art de portar gavardina. 

(*) Del epígrafe inicial del libro:
“-¿Por qué están parados los relojes?
-Para que no pase el tiempo.”
El sótano, Mario Levrero. 


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