Palabras sin música, de Philip Glass (Malpaso) Traducción de Mariano López | por Francisca Pageo

Philip Glass | Palabras sin música

 

Philip Glass, uno de los compositores minimalistas más entregados a la música que ha habido en el mundo, entrega en este libro editado por Malpaso un repaso exhaustivo sobre su memoria.  Aunque se llame Palabras sin música, Glass recorre en esta obra una larga melodía sobre su vida, sobre el arte y, sobre todo, sobre la música. Y es que, desde bien pequeño, Glass estaría influenciado por ella. Su padre, Benjamin Charles Glass, tenía una pequeña tienda de discos en la que Glass crecería y su madre, Ida, le acercaría y apuntaría a clases de violín y piano. Desde bien pequeño hasta bien entrada la madurez, sus pasiones serán la música y la ciencia. Para él los científicos son visionarios y poetas. Así, Philip Glass hace un recorrido sobre su infancia y sobre cómo la música llegó a su vida para quedarse.

Lo que el compositor aprendió del jazz se convirtió en parte de su propio lenguaje. Este influiría enormemente en su música y su hacer. Además, Glass empezó a componer por accidente, no porque se le impusiera en su carrera. El músico no lograba encontrar respuesta sobre el origen de la música, ni siquiera en los libros ni en músicos amigos, así que qué mejor manera que componerla para saber cómo se originaba.

En el libro se detalla con pelos y señales a todos aquellos músicos y artistas que irá descubriendo a lo largo de su vida. De hecho, la música de Glass empezaría por trasladarse a las obras de teatro de Beckett. Todo el ímpetu que tiene por y para la música se halla reflejado y plasmado aquí, con nombres y lugares. Glass cuenta todo tipo de anécdotas las estancias que tuvo en las ciudades en las que vivió. Lugares como Baltimore (su ciudad natal), Chicago, Paris, Pittsburgh… Todos ellos influirían irremediablemente en su hacer musical y en todos ellos encontraría algo que aprender. De hecho, su facilidad para hacer amigos es evidente y conocería a grandes músicos que participarían en sus proyectos, como el gran Ravi Shankar. Glass visitaría muchas veces la India y, como influencia, llevaría Oriente a su música y a su vida. El autor es y ha sido una persona muy espiritual y ha seguido diferentes tradiciones, como el hatha yoga, el budismo tibetano Mahayana, el taoísmo o la tradición tolteca del centro de México. Es, de hecho, un profundo estudioso de todo ello, y eso, en cierta manera, se puede ver reflejado en su música.

Glass colaboró  -¿o también deberíamos decir colabora?- con infinidad de artistas de diferentes campos, lo cuál, desde luego, le traería mucha riqueza profesional así como personal. Pese a que su figura como músico ha estado presente a lo largo de su vida, fue en su estancia en París donde empezó formalmente a vivir de la música, pese a que trabajaría también como taxista en sus 30, con el fin de tener más independencia y poder ver más a su familia; no sería hasta pasados unos quince años, más o menos, que podría vivir totalmente de ella. Es inevitable pensar que fue así para un compositor tan sublime, que empezaría a vivir de ello más tarde que temprano, pero que en cierto modo eso le hizo ser como es ahora mismo y nos ha sabido aportar su música de diferentes maneras en todas sus etapas.

Prácticamente al final del libro, la pregunta vital de Philip Glass pasa del dónde venía la música al qué es la música, por lo que el autor intenta explicarla a través de todo su libro y en base a su experiencia como músico, tanto interpretativo como compositivo. De hecho, lleva a cabo un análisis de sus composiciones, haciendo hincapié en las diferentes partes que la componen y haciendo también un especial énfasis de los diferentes espacios en que las tocó. Resulta inevitable observar que la vocación de Glass ya se hallaba presente en ella desde antes de nacer, que la predisposición hacia la música ya la tenía, por lo que nosotros podemos decir que es en su música donde hallamos el origen y es en ella donde podemos percibir qué es, simplemente escuchándola y dejándonos llevar.

En definitiva, estamos ante un libro que explora la vida y experiencia musical de Glass de un modo ameno y seductor, que nos conduce por todos los terrenos que su música ha recorrido. Como apunte, se hace necesario escucharle entre lectura y lectura, para adentrarnos más en él, para sentir su pasión y su espíritu de modo directo y sin rodeos. Pareciera que su título Palabras sin música fuera erróneo, pues es la música el eje principal de todo, quizás lo ideal sería poner “sobre la” en vez de “sin”, pero no le hagamos feo, porque este libro es una joya sobre su memoria y legado.

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