Ensayo sobre el jukebox, de Peter Handke (Alianza) Traducción de Eustaquio Barjau | por Juan Jiménez García
¡Qué barbaridad!, me digo tras leer un relato, al azar, de Antón Chéjov. Pienso en todo el tiempo que he perdido leyendo a aquellos que no eran el escritor ruso, pero no, es una exageración (y como cualquier exageración, en ella late el corazoncito de la verdad). Necesitamos las subidas y las bajadas, lo frío y lo caliente, lo tibio, la escala musical y los colores. Yo, hace muchos años, quería ser escritor. Como quería ser escritor, escribía. Entonces, escribir era el acto más solitario imaginable. Escribías en esa soledad y nadie esperaba nada de ti ni nadie te leía ni nadie te daba palmaditas en la espalda. No conocías ni el bien ni el mal y enviabas sobres con seudónimo y discutías en la oficina de correos sobre la legislación vigente para poder hacer eso. Cuando perdía toda esperanza, cuando no sabía ya ni dónde estaba ni si avanzaba o retrocedía, ni si valía la pena hacer esto y no otra cosa, tener un oficio, pero un oficio de verdad (un oficio de verdad es aquel por el que te pagan y luego te compras cosas, me decían), leía un relato de Chéjov al azar. O dos, tres. Un libro. Y volvía a pensar que solo escribir tenía sentido para mí y recomenzaba. Empezaba de nuevo a golpearme la cabeza contra el muro de la escritura. Chéjov era mi jukebox. Era la maquina en la que echaba mi última moneda y elegía una canción al azar y esa era siempre mi canción. Un brazo mecánico e invisible se movía para sacar ese relato que me ligaría de nuevo, con un nudo, al corazón de la narrativa. Así como Handke recorría la fría Ávila para encontrar su momento para escribir sobre el jukebox, así como pensaba que en ese lugar y no otro debía escribir de ese objeto perdido en su memoria, difícil ya de encontrar en alguna parte, pero que se encontraba en esas algunas partes y que también había encontrado, incluso más de una vez, incluso con algo parecido al instinto, incluso en los lugares más remotos, así como Handke recorría la fría Ávila yo recorría la literatura para acabar encontrando un motivo para continuar, de derrota en derrota hasta la victoria. La victoria sucedió y también la derrota, superponiéndose la una a la otra, ganando, después de todo, la segunda. Demasiado tarde. Igual que desaparecieron los jukebox dejando su lugar a las máquinas tragaperras. Fue el triunfo del capitalismo frente a la necesidad de compartir algo con los demás. Una canción. La escritura se fue y ni tan siquiera Chéjov pudo hacer ya nada. Y luego volvió, como una cuestión sentimental. Escribía cartas. Y, más tarde, escribí sobre los libros de los demás y ni tan siquiera sangraba en mí el corazón de la poesía. Escribir es atravesarse a uno mismo para llegar, entre un frío intenso, a los demás. Deformo una frase de Bohumil Hrabal… Por eso cuando Peter Handke escribe un ensayo sobre el jukebox en realidad está escribiendo un libro sobre escribir un ensayo sobre el jukebox. Y en él, geografía y miedos, lo concreto y lo abstracto, lo palpable y lo impalpable, son una misma cosa. Porque escribir no es cualquier cosa e incluso vagar es una forma de escritura. Es más, vagar es escribir. Caminar por los caminos del mundo, rememorar pérdidas y encuentros. Maravillarse y desilusionarse. Y ser capaz de que las palabras nos alcancen como me alcanzaba Chéjov, hasta el aturdimiento, hasta las lágrimas. Las lágrimas de impotencia, pero también de felicidad, de saber que la escritura era lo justo, ese amor que se nos fue entre cálculos, convenciones y compromisos, como en algunos relatos de Chéjov…