Cíborgs, zombis y quimeras. La cibercultura y las cibervanguardias (Holobionte) | por Óscar Brox

Cíborgs, zombis y quimeras. La cibercultura y las cibervanguardias

Simplemente se trata de reconocer que el cuerpo, el género, la tecnología y las fantasías sobre ellos son las zonas más importantes donde se sitúa el poder cultural, simbólico, real”. Estas palabras pertenecen al texto Yvonne Volkart sobre la fantasía ciberfeminista sobre el placer del cíborg. Pese a su especificidad, uno tiene la sensación de que encarnan, o más bien se ajustan, a ese giro digital que lleva manifestándose en nuestras sociedades del capitalismo avanzado desde, digamos, la década de los 70 hasta la irrupción de nuestra realidad conectada. O, dicho de otra manera, que tratan de dar cuenta de un cuestionamiento, del lugar de lo humano o de la emergencia de los poshumano, en un contexto que no ha dejado de implementar cambios en nuestra forma de relacionarnos, de identificarnos y de inscribirnos en una determinada cultura, en un determinado constructo social. De ahí, precisamente, el carácter trasversal, entre el arte, la filosofía, el discurso de la diferencia y la reflexión cyber que manifiestan los textos del presente volumen; la impresión de que cada uno de ellos trata el futuro en unos términos parecidos a los que señala Ursula K. Le Guin: cuando se mira lo que no se puede ver, lo que está en nuestro pensamiento y en nuestros sueños; cuando se traslada la obsesión de poseer el futuro a la constatación de que, si hay futuro, ese es el de los desposeídos. O el de aquellos que, cansados de los viejos mitos, necesitan crear una nueva Historia. 

No resulta extraño, por tanto, que el primer texto de la compilación sea obra del artista Stelarc, en el que la idea de desprenderse de la piel, o hacer de ella una superficie conectada, transida de cables, puertos y transmisores, refleje el sueño de una transfusión de conciencia entre cuerpos, de la modificación de la voluntad e, incluso, el erotismo de los cuerpos manejados a distancia. Carne fractal, órganos estimulados, prótesis que transforman la carne en un sistema operativo alternativo… En ese punto, el Arte se encuentra con un espacio de trabajo diferente: la eclosión de Internet no solo cambia patrones y herramientas de creación, sino que también abre una serie de cuestiones de cariz filosófico. El volumen repasa la fortuna del net.art o el trabajo de creadores como Matthew Barney con su proyecto Cremaster. La intuición psicodélica de Philip K. Dick deja paso a la ciencia-ficción seminal de William Gibson, y de Neuromante pasamos a las cuitas de la ficción sobre el futuro en palabras de Le Guin. 

En Cíborgs, zombis y quimeras hay lugar para textos potentes como el de Nick Land y Sadie Plant, casi un zafarrancho de ideas en el que el alien surge como figura crítica frente a una modernidad que se cae a pedazos, una suerte de horror vacui que no deja de preguntarnos a dónde queremos retornar. Que plantea la cultura como zona de fuego abierto y una ristra de técnicas y tácticas, una suerte de estados alterados, para bregar con ese sistema inmunológico que es la red global. Pero también es lugar para aplicar el bisturí sobre esa clase virtual nacida al calor de los bits y la basura digital, sobre los enjambres o el aceleracionismo, concepto filosófico afín a muchos de los textos, entendido como estrategia anticapitalista (véase, por ejemplo, en la bellísima evocación que Mark Fisher escribe sobre el trabajo de Nick Land).

De Nam June Paik al manifiesto Glitch, de los estudios sobre cultura visual de José Luis Brea al videoarte, el libro se abre a la importancia de caracterizar una existencia humana puesta en cuestión, atravesada por unos nuevos medios y sus problemáticas afines. Quizá por eso sobresalga de manera insistente la imagen del cíborg y las palabras con las que Donna Haraway lo describió en su manifiesto. O la sensación de que, con el advenimiento de la máquina, de la red y la cultura virtual, se hace más necesario que nunca discutir lo que queda de nuestro propio pasado, en forma de Historia, así como también cómo encaja en todo esto la presencia del cuerpo humano. O, simplemente, cómo encaja lo humano, la cuestión del género, incluso la necesidad de emanciparnos en un contexto marcado por el flujo enloquecido del capital. 

Resulta difícil ofrecer una idea cerrada de un libro como este; lo justo sería decir que se mueve en una línea de pensamiento opuesta a la de autores (fuertemente) tecnorreaccionarios como Byung-Chul Han, con el radio de acción de las ideas cada vez más limitado. En su lugar, creo, habría que pensar en que cada texto trabaja en una línea parecida, en eso que el último Michel Foucault encapsuló bajo la consigna de intentar pensar de otra manera. La posibilidad de que el lector español encuentre textos y autores en el margen de la academia, si más no ejemplos palmarios de que otra Academia es posible, es otro de los alicientes del volumen. Trabajos tan impresionantes como el de McKenzie Wark, en el que una reflexión sobre los escritos de Kodwo Eshun desemboca en una consideración del aceleracionismo negro y su discurso sobre el baile, el tecno y la presencia humana, también. 


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