Paul Bowles, el recluso de Tánger, de Mohamed Chukri (Cabaret Voltaire) | por Ferdinand Jacquemort
Hace unas semanas, entre mis deseos estaba Paul Bowles, el recluso de Tánger. Como a veces nuestros deseos se hacen realidad, ya he podido leerlo. Entonces: entonces, volvamos sobre él.
Decía, en su momento, que el libro trataba la conflictiva relación de Chukri con Bowles. Bien, más que la conflictiva relación, los conflictivos pensamientos que el escritor marroquí se había formado con respecto al americano. O los americanos, porque realmente a través de Bowles y los que le rodearon, no deja de ser un viaje al Tánger soñado (que no real), por el que pasaron tantos, y en el que cada uno tenía algo que decir (y Chukri que escuchar). Especial es el espacio que le dedica a Jane Bowles, a la que no llegó a conocer, y que se convierte en una reconstrucción de su vida y obra, para ofrecernos el retrato de un ser único, fracasado pero feliz (a ratos), una persona superada por su incapacidad para escribir como quería escribir, y que mantuvo con su marido una relación que solo podía ser muy especial desde el momento que ella era lesbiana y él no tuvo nunca demasiado interés por el sexo (realmente, ninguno), lo cual no evito que se necesitaran de algún modo y que Bowles dejara de escribir tras su muerte. Con todo, a Chukri lo que le molesta realmente es ese Tánger sin marroquís o como actores secundarios de otra historia, que discurría de espaldas a ellos. Eso y que el escritor americano se quedará con la mitad de sus derechos de autor, en contratos no muy claros con editores menos claros aún.
A falta de acercarme a otros libros del escritor, hay algo que realmente asombra al leerle: su escritura. Quizás debido a la influencia de las narraciones orales (fuente que pareció sustentar buena parte de la literatura marroquí), Chukri cuenta con un orden interno propio, cercano a la deriva, en el que ni tan siquiera importa pasar varias veces por un mismo sitio, volver a contar lo mismo, con las mismas palabras unas hojas más allá, así como su pensamiento, sus reflexiones, a las que vuelve una y otra vez, al hilo de fragmentos de la obra y las palabras de otros, o de sus propias experiencias. Esa oralidad aplicada a una (después de todo) biografía, le confiere un textura excepcional, de cuento oriental (es fácil de decirlo) o de un encuentro con su autor en los cafés de Tánger. Testimonio corregido de una época que duró lo que duró (y que posiblemente ni existió), entre el desencanto y el recuerdo amable, Paul Bowles, el recluso de Tánger, no deja de ser un libro necesario para quienes quieran conocer algo más de aquellos escritores y aquellos tiempos o, simplemente, para los que aún queremos creer que en algún lugar existió un paraíso perdido.