Galveston, de Nic Pizzolatto (Salamandra) Traducción de Mauricio Bach Juncadella | por Óscar Brox.  

Nic Pizzolatto | Galveston

El relato criminal es, por definición, cortoplacista, demasiado acostumbrado a narrar las huidas desesperadas y los sueños frustrados de sus personajes. En ese paisaje amoral e indiferente, repleto de tragos de bourbon, bolsillos vacíos y pieles curtidas por el sol o los tatuajes carcelarios, cada cual apura la vida como puede, mientras intenta disimular esa vejez prematura con la que cargará hasta su último aliento. Roy Cady, el protagonista de Galveston, la primera novela de Nic Pizzolatto que edita Salamandra en su colección Black, lleva demasiado tiempo como matón a las órdenes de un pequeño mafioso polaco de Luisiana. Tantos años no le han servido para creer en un hogar, ni siquiera para granjearse un respeto en una profesión en la que cualquier día puedes amanecer bajo tierra; solo ha añadido a su cuerpo tantas cicatrices (emocionales y físicas) que apenas le queda espacio para sufrir la enfermedad que amenaza con matarlo.

Algo cambia cuando, tras una encerrona fallida, Roy cruza su camino con el de Rocky, una adolescente metida a prostituta, y su hermana pequeña. Una oportunidad para hacer algo mejor que pelarse los puños, para ofrecerle a alguien vivir las vidas que él no ha podido. Vivir sin ese miedo, fuera de la espiral de pequeños o grandes delitos que te condenan a caminar en círculos alrededor de los mismos lugares y las mismas malas compañías. Tras su fulgurante ascensión con True Detective, Pizzolatto se ha convertido en una de las voces más interesantes del género, un escritor capaz de manejar sus recursos y, también, de jugar a pierna cambiada con ellos. Galveston es el mejor ejemplo de esa habilidad: una novela que se mueve entre los escenarios de un noir sureño, que coquetea con sus personajes y situaciones, para ofrecer algo más de todo ello. Como si, marcada por la fugacidad que albergan todos sus relatos, quisiese concederle a su historia el deseo de vivir un poco más, lo suficiente para morir en paz.

Más que la historia de una huida, Galveston es la historia de una espera. Ni siquiera los lugares, las marismas y las playas del Sur, invitan a pensar en el acecho al que inevitablemente se verán sometidos Roy y Rocky en su intento de fuga. Al contrario, pues sobre ellos planea siempre, como una herida entreabierta, la posibilidad de un futuro, de otra cosa mejor. A los perdedores, como Roy, se les recuerda por las condenas que han cumplido en la penitenciaría, por las mujeres a las que han dejado marchar o por los pocos cadáveres que arrastran en su interior, en lo más profundo. Es inevitable hacer memoria a cada poco, pensar en aquellos momentos de agradable tranquilidad, que Roy evoca en la figura de Lorraine, pero conviene no dejarse llevar por los recuerdos porque te pueden devorar. Frente a esa puta adolescente, demasiado joven para conocer su ingrato oficio, Cady siente el golpe brusco que le produce tanta atracción como rechazo; la necesidad de salvarla y la obligación de apartarse de ella para no destrozar su futuro.

Pese a su violencia, a ratos hiriente, Galveston trata los lugares comunes del género como si se metiese en la piel de una historia de amor. Pizzolatto, un padre para su criatura, negocia con los sentimientos de su protagonista, siempre perturbado por su nulo horizonte vital, para concederle unos minutos de prórroga antes de que la tormenta lo arrastre y nos olvidemos de él. Así, en la agonía de esa tensión romántica, cada vez que Roy siente la sacudida de emociones por esa muchacha y su hermana, de ternura y afecto, su autor dibuja otra realidad, otro mundo, a resguardo de la crueldad de la que han escapado. Un espacio minúsculo, como un animal desprotegido bajo la lluvia, que nunca dejo de tiritar, pero tan poderosamente humano que no podemos culparnos por intentar vivir en él. Aunque apenas sean unos días, unos tragos, unas pocas palabras, unas mínimas emociones.

Galveston, como True Detective, abarca dos décadas y una elipsis que nos separa de aquel episodio de efímera felicidad para recolocarnos ante un Roy Cady envejecido y moribundo, un animal herido que cuenta los días para recibir el tiro de gracia. Maltrecho y destrozado, se deja llevar por esa memoria que ha devorado las páginas de esos años, quién sabe si para protegerle de todo lo que sucedió con Rocky y consigo mismo, como quien aparta la vista para no observar las cicatrices que surcan su cuerpo. A pesar de la dureza de esa elección narrativa, Pizzolatto cuenta la vida de su protagonista con una ternura y una dignidad hacia los perdedores insólita; como si Cady, de alguna manera, hubiese hecho la única buena acción de su vida y, por tanto, tuviésemos que agradecerle ese impulso que cambió, por tan poco tiempo, el panorama devastador de su mundo. Como si, esta vez sí, atisbásemos al hombre que se ocultaba tras el delincuente.

Cuando huyes, solo tienes oportunidad de recuperar un poco de aire y pensar en la mejor salida para consumar tu fuga; quemas el último fajo de billetes, apuras el sorbo y el humo que sube y baja por tu cuerpo, y confías en que la bala que queda en el cargador servirá para cerrar tu historia. Esas son las enseñanzas básicas del relato criminal. En Galveston, Nic Pizzolatto las lleva varios pasos más allá, encariñado, como su protagonista, con ese futuro que se le escurre cada vez más entre los dedos. Sí, Roy Cady debería haber muerto en aquella encerrona que acontece al principio de la novela; no debería haber salvado a Rocky, ni siquiera tendría por qué amarla. Pero en el universo de Pizzolatto el desierto pedregoso cambia su escenario por el horizonte infinito de la playa o las marismas, como una promesa del tiempo que todavía nos queda antes de que llegue la tormenta. Por eso, la novela solo acaba cuando Roy siente esas palpitaciones en su interior, ahora que la amenaza del huracán Ike se cierne sobre Luisiana. Cuando todo, de alguna manera, tanto tiempo después, vuelve a estar en calma y ya no resulta necesario hacer memoria; cuando reconocemos que alguien podrá vivir la vida que nosotros no pudimos. Por fin.


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