Relatos de música y músicos, preparada por Marta Salís (Alba) Traducción de Marta Salís, Isabel Hernández, María Teresa Gallego Urrutia, Amaya García Gallego, Miguel Temprano García, Marta Sánchez-Nieves, Katarzyna Olszewska Sonnenberg, Rita da Costa, Blanca Ortiz Ostalé, Javier Marías, Víctor Gallego Ballestero, Daniel de la Rubia, Juan de Sola, Joan Fontcuberta, Olivia de Miguel, Celia Filipetto, Francesc Parcerisas, María Campuzano, Mercedes Corral, Flora Casas, Esther Benítez, Jaime Zulaika y Antonio-Prometeo Moya | por Almudena Muñoz

Relatos de música y músicos

«Cuando la música es literatura, es mala literatura.» Tal vez sea demasiado rotundo encontrar esta frase entre las últimas páginas de un libro con temática musical, aunque la pregunta que podría haber inspirado esa respuesta está desde el comienzo del volumen. ¿Puede recrearse la música sobre un papel que no esté dividido en pentagramas? La expresión “la musicalidad de un escrito” es un lugar común para los objetivos de un escritor y el comentario de un lector o editor, pero ¿es comparable o, cuanto menos, cercana la musicalidad sinfónica y de un grupo de palabras? «La música comienza donde las palabras acaban», continúa esa cita que pertenece a Julian Barnes. En esta acotación, asoma una perspectiva más razonable: nadie está diciendo que las palabras sobren en música, sino las palabras oídas.

El cínico y cansado compositor al que da voz Barnes en su relato necesita el silencio para ver brotar la música. En cierta manera, cuando se lee hay un silencio natural, que puede ser interrumpido por la lectura en voz alta o por un listado de las piezas musicales mencionadas en cada uno de estos cuentos (encontrarán una playlist en Spotify creada por la editorial). Además, cuando suena una melodía, las palabras que podrían cantarse a su ritmo son infinitas: vivaces a pesar de un adagio, melancólicas aunque predominen los tambores y los flautines. ¿Quién sabe de qué habla la música, en un sentido gramatical?

Los relatos que componen el volumen coordinado como siempre con excelente (aunque demasiado occidental) criterio por Marta Salís no dan otro lenguaje a la música ni tratan de hacer hablar a los sonidos, una estrategia que seguramente no sea nada narrativa, y se dedican a desentrañar las acciones y los dramas que rodean al acto de crear música, a menudo con un toque de inexplicable genio divino. Quizá ese haya sido desde siempre el recurso favorito de los literatos: armarse con el poder de inspiración que obtienen de la música, como arte afín, sin poder exponerlo más que como un evento para el que no existen las razones… ni las palabras.

Entre estos Relatos de música y músicos hay, por tanto, más psicología de los últimos que imitación del arte de lo primero, siguiendo el curioso arco que han atravesado los tropos musicales hasta nuestros días: desde la música como campo de niños prodigios, violines malditos y jóvenes moribundas hasta una escena superpoblada de crooners y trompetistas de capa caída. El recopilatorio podría haberse cerrado perfectamente con Ishiguro, como reza el subtítulo, para dejar ese regusto melancólico que el oído y el ojo común asocia al arte más auténtico. En su lugar, la coda final realmente corresponde al mexicano Horacio Warpola, con una agonía electrónica y alienígena que parece dialogar con lo que dice Voltaire al abrir el libro: «sólo les corresponde a los sordos juzgar la música».

 


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