La fortaleza, de Meša Selimović (Automática) Traducción de Miguel Roán | por Juan Jiménez García

Meša Selimović | La fortaleza

Todo lo bueno, todo lo malo… Todas nuestras acciones, todo aquello que hacemos… Vivimos en un constante ir y venir, y siempre ha sido así. Solo en la duda puede avanzar el mundo. Las certezas producen inmovilidad. Ahmet Šabo vuelve de la guerra convertido en otro, aunque es difícil pensarse a ciertas edades. Aquellos que le rodeaban han muerto. También su familia. La casa familiar ardió, quedando solo cenizas, humo, negrura. Todo son pérdidas, soledad, abandono, y entre esa totalidad, las incertezas del presente. Estamos en los años en los que el Imperio Otomano dominaba una parte de Europa, también Serbia, lejanos países a menudo en guerra, y, a estas alturas de la Historia, perdiendo, decayendo. Tras el regreso de esa guerra, de esa nueva derrota, hay que seguir. Con las pesadillas, con las atrocidades, con esos muertos y los que sobrevivieron. Ahmet Šabo es joven e inteligente y debería encontrar un lugar. Primero es en una escribanía, la del mulá Ibrahim, al que rescató de las aguas. Las cosas parecen ir bien. Encuentra a Tijana, joven, bella, también inteligente. Comparten la pobreza, ese amor y el calor del horno de la panadería sobre la que viven, sin pedir mucho más e incluso dando gracias de tener ese algo y juventud. Tiempos de miseria, que ahondan ese abismo de los que están arriba y los que están abajo. Invitado a una cena, Šabo habla más de la cuenta, remarca esa desigualdad y acaba por los suelos tras una cobarde paliza, sin trabajo y convertido en un apestado del que no se quiere saber nada o bien poco. Incluso aquel al que consideraba amigo, el mulá Ibrahim, lo ha abandonado. Nunca fue un hombre valiente y no tiene nada que reprocharle. En La fortaleza, Ahmet Šabo vive atrapado en sus conflictos existenciales, pero piensa que cada cual tiene sus razones. Buena parte de esos conflictos vienen de ese intentar entender, lo conocido y lo intuido. 

Se hace amigo del viejo Mahmut, idealista, entusiasta, siempre lleno de ideas alocadas y sin una moneda con la que llevarlas a cabo. Enredador nato y cobarde por naturaleza. Šabo se encariña de él, de su vitalidad, de ese no hacerse demasiadas preguntas, vivir en sueños, mientras su propia vida discurre entre sus dudas y esa eterna búsqueda de un trabajo que nadie quiere ofrecerle, caído en desgracia. En sus paseos se encuentra con un viejo e inteligente bibliotecario, que no parece esperar nada, o con un joven de ideas anarquistas, que será el origen de una atormentada relación y el comienzo de otra historia, que vendrá a arrojar luz sobre lo vivido y el porvenir. Decía: todo lo bueno, todo lo malo… El protagonista de La fortaleza, se ve arrastrado entre un mundo que desea permanecer inmutable pero que irremediablemente cambia, se transmuta. Pero no solo el mundo. Su pequeña vida también, una y otra vez. El tiempo pasa y el acontecimiento permanece. Pasan los días y permanece el recuerdo de la guerra, la falta de todo, pero también el amor de Tijana, la cobardía (poblada de contradicciones) del mulá Ismail, las locuras de Mahmut. Y es que, todo late, incluso en esa ausencia. Se suceden las muertes mientras se esperan nuevos nacimientos, y Ahmet sigue dándole vueltas a las cosas, a las palabras, a su significado, intentando comprender ese mundo que le rodea. No el grande, sino el pequeño de esas cuatro calles. Las razones de los poderosos, la obstinación de los que los sirven, los mecanismos que animan los días, tan vacíos, a la espera de ese vacío último y definitivo, que es la muerte. 

Meša Selimović, en palabras del traductor y autor del epílogo, Miguel Roán, trasladó a su protagonista parte de sus vivencias personales (la pérdida de su trabajo de enseñante, la búsqueda infructuosa de otra ocupación, la pobreza extrema de aquellos años). No pienso en La fortaleza como una obra pesimista o atormentada. Tampoco como una obra esperanzada. En la novela, en la cabeza de Ahmet Šabo confluyen todas las cosas. Es un joven lleno de dudas que confunde con certezas, un idealista incapaz de trascenderse, no pocas veces un muñeco en manos de otros o, peor, en sus propias manos. Siempre deseoso de ser, de comprender las razones de los demás sin tener muy claras las suyas. Con la ingenuidad de esa juventud se sumerge en ese mundo viejo, antiguo, en una sucesión de acontecimientos que no dejan de revelarle los mecanismos de esa sociedad en sorda mutación pero a la que se agarran los pocos privilegiados. No hay una nostalgia de un mundo que desaparece, sino la fuerza del destino. Todo caerá. Algo en esta caída permanecerá. Quizás lo que ya está en el suelo, los restos, los olvidados. Pero también el poder, siempre dispuesto a sobreponerse. Un círculo que en algún momento se romperá. Quizás. 


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