Els detalls, de Ia Genberg (Empúries) Traducción de Jordi Boixadós
Los detalles (Gatopardo) Traducción de Gemma Pecharromán | por Gema Monlleó
“Llegir quan estàs enfebrada és com jugar a la loteria; el contingut dels textos tant pot ser que se t’encalli com que et penetri profundament a través de les obertures que l’augment sobtat de la temperatura corporal deixa exposades a la impensada”
La fiebre, la memoria, la lucidez. La enfermedad, el recuerdo, las cuentas pendientes (las cuentas pendientes con una misma). El aislamiento, los libros, las huellas. Me gustan los libros que miran atrás sin voluntad de enfrentamiento con los demás y con la intención de comprender, si ello es posible, por qué hicimos lo que hicimos y cómo vivimos sus consecuencias. En Els detalls (Empúries, 2023) Ia Genberg (1967) se centra en cuatro episodios de la vida de la narradora (ella) a partir de los cuales dibuja su propia silueta.
“Darrere el front m’hi cremava una foguera”. Y la fiebre, el acceso febril, la fragilidad de la enfermedad de entonces (1996, viaje a África, hospitalización, malaria) regresa a la superficie, al círculo concéntrico de un pasado que nunca se va del todo (la relación sentimental terminada con Johanna, ahora periodista de éxito a la que inevitablemente encuentra al encender la televisión o la radio). Y, sin saber que llega antes, si el recuerdo consciente o la acción inconsciente, Genberg coge un libro de su estantería y regresa a Auster, al Auster de la Triología de Nueva York, al Auster del libro con dedicatoria de Johanna (“la literatura era el nostre joc preferit”), al Auster que escribe sobre/desde el azar, un azar que propició el encuentro entre ambas tantos años atrás (“Auster, tan hermètic però tan àgil, tan senzill i tan torturat, paranoic i alhora lúcid, i amb un cel obert entre cadascuna de les paraules”). La fiebre deviene para Genberg herramienta reveladora (“Quan el temps es comprimeix, que és el que passa sovint en un accés de febre, és quan, de cop i volta, puc sentir-me a prop de la persona que era jo mateixa fa vint-i-cinc anys), la fiebre como palanca DeLorean DMC-12 para viajar atrás (“ella era la protagonista de la meva existència. La meva vida era la Johanna, les converses que teníem, el lloc que compartíem a la Terra”), para regresar también a la amistad con la peculiar Nicki (“era una mena d’aventura, una incessant obra de teatre de tots els gèneres junts en que hi havia mai res que s’estigués quiet i on no podies preveure res”), para sentir de nuevo aquella otra fiebre, la fiebre del deseo (“un pacte de màgia momentània que deia que unes parts del nostre cos que no es podien tocar es toquessin”), para conmoverse inevitablemente con la historia de Brigitte (que no voy ni a esbozar porque si algo quiero decir, lectores, es: llegad vírgenes al último capítulo y después hablamos -o lloramos-).
Desde el velo de la fiebre Genberg contempla detalles de aquel entonces, de aquellos entonces, y observa, y esclarece, y describe, y explica, y (sobre todo) se explica, las diferencias entre amor y obsesión, generosidad y agresión latente, acompañamiento y devoción, pesadilla y nervio, casualidad y castigo, sonrisa y deshumanización, consejo y orden, diátesis y estrés, entramparse y comprometerse, exhalación y empuje, y rememora momentos visionarios (el instante del “canvi de clima, l’espectacle que després vaig acabar anomenant “la gelor”), que hablan también de duelos, de la muerte del amor y/o la amistad por extinción activa o pasiva: de ella como agente desencadenante o de ella como fatal víctima receptora (“igual que tenim ben poca elecció sobre la manera com ens morirem, tampoc no podem triar gaire quin aspecte tindrà la continuació d’una relació trencada”). Momentos de grito silente de auxilio y de dar la bienvenida a aquel (de nuevo) azar mágico, de recolocar la felicidad y el dolor, de nombrar las heridas.
La fiebre proclama también el deseo, las formas del deseo, la ceguera del deseo, la dicotomía entre deseo y “acuerdo tácito de procreación”, el huracán del deseo, la hipnosis del deseo (“jo no sabia de què havíem parlat amb l’Alejandro, m’havia limitat a respirar-lo”). Y con el deseo la decisión (el impulso) de ruptura con la “realidad equilibrada”, el descubrimiento de un yo (ella) que se ve impelida a renunciar a las (sus) teorías que creían ser creencias (“Els càlculs són un element que, un cop la cosa està feta, adherim als impulsos, als gossos embogits i desfermats que són els que en realitat ens governen la vida”). La fiebre devuelve a Genberg a aquel momento en que ella fue el epicentro de lo que la teoría del caos denomina “acumulación de variables impredecibles” y que, en su caso, fue abrir las compuertas a la locura salvaje que late en la piel (“ara, més de vint anys més tard, encara puc evocar aquell toc i com va ressonar en el meu cos sencer de tal manera que la sang ja no em cabia a les venes, que la vida ja no em cabia a dintre sinó que semblava vessar per tot arreu”).
Genberg, como si de una ventrílocua de su ayer se tratase, fija la mirada en detalles que devienen epifánicos desde la perspectiva del tiempo (“tot s’acabaria de la mateixa manera que havia començat: amb absoluta lucidesa”). Detalles que tanto pueden ser una bolsa con un bañador mojado y un libro enmohecido, una mentira incestuosa, un tatuaje a destiempo, un cd de los Zomby Woof, o una triple fiesta de fin de año en un cambio de milenio errante. Los detalles centran y enmarcan los instantes que Genberg rescata. Instantes que duran un segundo o varios años, instantes que impiden que el recuerdo se torne sensiblero o ruin, instantes objetivizadores (si es que tal término existe) de todos los por qués elípticos con los que la autora se nos despliega.
“Quan tinc febre o estic enamorada, tot se’m presenta amb la nitidesa del que és evident, el meu “jo” s’enretira i cedeix el lloc a una felicitat que no té nom, una plenitud de detalls preservats, inseparables i distingibles. Després recordo aquests moments com una benedicció. Potser és així com es pot explicar la plenitud, amb persones que entren dins meu i surten sense cap ordre ni jerarquia.”
Coda: Hago una enmienda a mí misma porque no me resisto a dejar una pincelada del capítulo dedicado a Brigitte:
“Aquell afany de fer passar per normal la fragilitat li representava un gran esforç que li va durar tota la vida, la condició contractual necessària per obtenir l’amor dels altres”