Kilómetro 101, de Maxim Ósipov (Asteroide) Traducción de Ricardo San Vicente | por Juan Jiménez García
Pienso en los libros de Ósipov como libros de arena. Me parece uno de los escritores rusos más importantes de las últimas décadas. Cada libro suyo es una lectura absorbente. Su escritura me deja ahí, atrapado y arrastrado, y en ello hay un misterio, porque esa escritura se desvanece en mi cabeza (ya he escrito sobre ello con respecto a sus libros anteriores), hasta el punto de tener que releerlos a los pocos días para poder escribir algunas líneas (perdidos en los laberintos interminables de mi cabeza). Kilómetro 101 es un libro de relatos, pero de relatos médicos y, por tanto, algo personal. A veces, es el propio escritor el protagonista. A veces, ni tan siquiera son relatos, sino el autor que cuenta. En Kilómetro 101. Crónica de la vida en provincias, el propio Ósipov se coloca en primera persona, como médico en la ciudad de N. Como lo era su admirado y referencia Antón Chéjov, también es médico. Escritor y médico (hay una relación profunda entre ambas profesiones, como vasos comunicantes). Por sus narraciones surge esa Rusia de ahora o de hace unos años, pero que es inmutable, porque podríamos pensar que fue y es incapaz de moverse durante décadas e incluso siglos (aunque también es cierto que allí ocurrió la revolución). El alma rusa, ahogada en el alcohol demasiado a menudo, es propensa a la dejadez, sin abandonar la exaltación. Algo de esto estamos viendo en estos días. Frío, vergüenza y liberación. Crónica de un viaje, trata precisamente del comienzo de la guerra de Ucrania y como Ósipov se marchó a Alemania a través de Armenia, huyendo de este último delirio nacionalista.
Pero decía de esos primeros relatos. Allí está esa Rusia en la que todo parece ocurrir por agotamiento, en la que la dejadez se une a la pobreza, la pobreza a la corrupción, la ignorancia a ese creer conocerlo todo, la indolencia es un estado de ánimo y falta de todo, empezando por las ganas de hacer algo más que atravesar los días bebiendo. Existe una nostalgia del pasado, y demasiado a menudo uno se pregunta cuán atrás ha quedado este, añorado. Hay un humor que viene de esa permanente derrota, de ese fracaso continuado que se disfraza de grandeza y de es lo que hay, y a veces ocurre algo, e incluso ese algo es lo que uno esperaba, pero las más, todo muere o se pierde en tortuosos caminos, físicos y mentales. En Moscú – Petrozavodsk, un viaje en tren con incomodos acompañantes, está también ese humor. Humor como aquello que nos hace, como poco, sonreír, pero también como líquido, sudoración, según el diccionario. Como un fluido que impregna cualquier cosa. En Un pez de agua fría, habla sobre el COVID y su vacuna, pero en realidad, lo que va saltando de una narración a otra, de un relato a otro, es ese ser ruso, ahora y hace años, tal vez siglos.
Chéjov, al menos, ponía sus esperanzas en el futuro, y aunque sus personajes vivían penosamente su presente, esperaban que generaciones futuras tuvieran mejor suerte. No estoy tan seguro de que Ósipov piense igual, y tras su ironía se esconde una cierta perplejidad y un cierto pesimismo. Chéjov no conoció la revolución rusa y, mucho menos, el final de la revolución, y menos que nada, el paso a una sociedad capitalista de oligarcas muy ricos y pobres muy pobres. Y qué decir de Vladimir, de Vladimir Putin. Digamos que nuestro escritor de ahora ha tenido más pruebas de esa insistencia en la inexistencia. Y solo necesitaba una guerra más para pensar que es suficiente y marcharse si no muy lejos, algo lejos y, en todo caso, a otro lado. Catálogo de personajes, de decisiones, de fragmentos de vida, de vidas fragmentadas, de caracteres, Kilómetro 101 (que era la distancia mínima a la que enviaban a los disidentes o problemáticos fuera de las grandes ciudades), es un revelador libro sobre lo que es ser ruso, intentar comprender la complejidad de serlo. Acercarse, de algún modo, a uno de esos misterios eternos. El escritor dice: se comprende por qué tenemos una vida tan repugnante y una literatura tan buena. Y llegados ahí, es complicado continuar.