Ocho entrevistas inventadas, de Enrique Vila-Matas (H&O Editores) | por Sophie Satie

Enrique Vila-Matas | Ocho entrevistas inventadas

Sostiene Vila-Matas que no es lo mismo mentir que inventar. Y que él inventa por la misma razón por la que Tom Ripley mata: por necesidad. En Ocho entrevistas inventadas hay ocho pruebas de esta necesidad, cada una con su justificación-explicación-coartada (no escrita, más o menos conocida por los fans -¿digo fans?, digo fans- del escritor y ahora recreadas en entrevistas -no inventadas, creo- y presentaciones). Regresión temporal: 1968, el escritor todavía no publica (libros, quiero decir, En un lugar solitario no llegaría hasta 1973), faltan dos años para que dirija el cortometraje Fin de verano, sus intereses pasan más por el cine que por la literatura y entra a formar parte de la revista Fotogramas. Sostiene Vila-Matas que por aquel entonces no sabía inglés y que cuando le encargaron traducir una entrevista con Marlon Brando no tuvo más remedio que inventarse el texto. Y ahí, en las respuestas de Brando, un estallido de la que será la filosofía creativa vilamatiana: “Seguiré adelante en la dirección que me he trazado. Sin volverme atrás, sin distraerme. Lucharé por las cosas en las que creo profundamente. Luchar con fuerza. Hasta que reviente.” 1968, 20 años, primer mandamiento de su credo literario (veladamente) rubricado. 2024, la lucha sigue siendo por la literatura, por una libertad que continúa abrazando la impostura (llámese Pasavento -y Walser, y Kafka-, Girando, Vilnius o Schneider). 

Sostiene Vila-Matas una cita de Witold Gombrowicz: «Yo no era nada, por lo tanto podía permitírmelo todo.»  (Nota: Gombrowicz es el nombre del personaje interpretado por Vila-Matas en la película Tam-Tam de Adolfo Arrieta, 1976). Y ese todo es esta antología del invento vilamatiano (y digo antología porque con Vila-Matas es difícil dar nada por definitivo, y qué bien que así sea) en el que el juego íntimo hoy compartido pasa por “dialogar” también con los directores de cine Juan Antonio Bardem y Rovira Beleta, el bailarín Rudolf Nuréyev, y los escritores Anthony Burgess, Cornelius Castoriadis y Patricia Highsmith en un arco temporal que termina en 1983 cuando, ya escritor con obra publicada, perfilaba la publicación de (atención al título) Impostura (Anagrama, 1984). Sostiene Vila-Matas que las entrevistas con Bardem y Beleta son “reales” y que él únicamente modificó o añadió algunas respuestas ante afirmaciones a las que era irreductiblemente contrario (sic). Que Bardem no debía ser muy de su agrado es palpable cuando opta por invisibilizarse como entrevistador y ofrece las respuestas como lanzadas al aire, sin la red de la pregunta; y el libro de Marcuse que Beleta afirma no leer al final de su entrevista puede ser, ya en su propio título, un trampantojo vilamatiano más (El final de la utopía, Herbert Marcuse, Ariel, 1968). El “permitíselo todo» con personajes que podían leer Fotogramas le costó más de una bronca de Antonio Nadal (fundador de la revista y padre de la directora Elisenda Nadal) y casi el puesto, y el ficcional Vila-Matas regresó al juego del invento con personajes de mayor lejanía geográfica. ¿Hasta cuándo podía permanecer oculto el escritor fantasma adherido al Vila-Matas periodista?, ¿es posible afirmar que esos son los años fundacionales del hokusaismo vilamatiano? 

Sostiene Vila-Matas que la pereza por entrevistar a una antipatiquísma Patricia Highsmith era “cósmica” en 1983 después de haberla “entrevistado” para la inencontrable revista Diagonal, dirigida por Xavier Baqué, en los años 60. ¿Las respuestas de la escritora fueron, en esa ocasión, literales (“soy como uno de esos personajes de Henry James, esos americanos que viajaban a Europa y creían haber visto el paraíso”)? ¿Inventó para La Vanguardia (que no engañó a La Vanguardia) la insidia misógina del editor de la escritora que la azuzaba a escribir con más y más crueldad sobre las mujeres en Pequeños cuentos misóginos? ¿Dónde está para Vila-Matas el límite en el pasatiempo de las identidades? Me temo (y a la vez me alegro por ello) que no hay crítico literario ni estudioso de su obra capaz de responder a esta pregunta, aunque todos afirmarán que la frontera ficcional es siempre ya no difusa sino móvil y a demanda en la producción vilamatiana. 

Sostiene Vila-Matas que lo que hay de mentira en estas entrevistas se disuelve ante el (su) convencimiento propio por las respuestas: “yo me las creía”. El creador ante su criatura sitúa el divertimento en segundo plano y apuesta por un conjunto de “verdades” sin duda más interesantes que la realidad (he aquí la excelencia del epaté, la incipiente entonces y permanente hoy apuesta vilamatiana por lo raro: “tampoco volando consigo ser feliz”, respondió Nuréyev), verdades que en el caso de Castoriadis parten de la reescritura de sus propias declaraciones o de los textos de sus libros y que en el de Burgess obtienen la complicidad del autor en lo que podríamos denominar como una gamberrada conjunta (“ser prolífico es pecado solo desde la época de Bloomsbury, de Forster en particular, que consideraban de buena educación producir como si estuvieran estreñidos”). 

En el prólogo a Ocho entrevistas inventadas, Mario Aznar escribe sobre esa “falla inapreciable” entre realidad y ficción, el lugar en el que se da “el desplazamiento de la escritura”. Leyendo este libro-homenaje a la creatividad del valiente (¿también del insensato?), este libro-travesura confesa (¿y en continuum?), este libro-premio para los adeptos del credo literario vilamatiano, se hace patente que este peldaño polifónico y ventrílocuo de sus primeros años de escritura(s), este desplazamiento, es sobre el que se construye, con una coherencia admirable, su literatura posterior.  

Sostiene Vila-Matas en los Recuerdos inventados que cierran a modo de epílogo tabucchiano el libro: “Para comprender a la vida hay que contarla, aun cuando solo sea a uno mismo”. Desde el otro lado de una cuarta pared continuamente rota y reconstruida es posible asegurar que la vida del escritor (la literaria) se explica y se comprende en ambas direcciones. Leer sus novelas es trazar el mapa de su propio tesoro, múltiple en caminos y alhajas, y regresar desde el hoy a estas entrevistas inventadas permite el detectivesco juego de encontrar a Vila-Matas (¿nuestro sombrerero loco?) a través de su propio espejo. 


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