Shy, de Max Porter (Random House) Traducción de Milo J. Krmpotic | por Gema Monlleó

Max Porter | Shy

“Hay una madriguera en cada cual,
tibia y oscura”
Los lagos de Norteamérica, José Daniel Espejo 

Una mochila llena de piedras. Piedras de sílex. Guijarros fríos, nudosos. Piedras como una “zanahoria deforme”. Guijarros “como una polla grumosa, retorcida y fría”. Piedras como lunas “del tamaño de una manzana”. Una mochila llena de piedras y un adolescente (niño) que se levanta de madrugada en una habitación “suave y líquida”. Shy 95, en la viga. Eve 1965, en el tiempo. Pasado y presente en la escuela de la Última Oportunidad. Suena música, aunque no suene. El walkman y las piedras, el peso y el escape. Huir. “El corazón le la-la-late como si tuviera miedo”. ¿Adónde huir cuando no se tiene ádonde ir? Huir de la casa de los espectros. Huir desde la casa de un pasado también traumático. ¿Se contagian los crímenes, los gritos? Shy. Eve. Un padrastro acuchillado en un dedo. Una madre desbordada, derrotada, deprimida, débil. “De pequeño me miraba como un niño mira a su madre”. ¿Qué hace una madre que ya no sabe qué hacer? Un hijo empeñado en descarrilar. Y una madre que ya no (ya no, como aquel poema de Idea Vilariño, ya no). Shy, el de los grafitis, el de las drogas, el de los robos, el de las peleas. Shy, el adolescente (niño) que sale sigiloso de la casa. Shy, el de los pasitos cautelosos. Shy, el de la mochila llena de piedras. Shy, el que se esconde debajo de la capucha. Shy, “la noche es inmensa y duele”. Shy, “una sombra en movimiento”. Shy, el niño (aunque tenga dieciséis años, el niño). Shy, el que rompe y no responde. Shy, el que brama y no responde. Shy, el que insulta y no responde. Shy, el que se rompe antes de que lleguen las sirenas. Una mochila llena de piedras y un drum’n’bass por dentro. “Adios muy buenas, muchachos. Que os vaya bien, fantasmas”. Shy, beatbox en movimiento. Shy, el adolescente (niño) sin uñas, sin pieles en los dedos. Shy, escupiéndose. Shy, el que “carga con una pesada bolsa de lamentos”. ¿Cómo era aquello de los Pensamientos Felices? ¿Quién tiene Pensamientos Felices en la escuela de la Última Oportunidad? Hablar solo, sí. Rapear solo, sí. 3.13 a.m. (no es la hora del lobo, no es la hora de Sarah Kane, no, todavía no). Oscuridad, silencio, frío. Y frases como dardos, ¿cómo muescas? (“Oh, qué bonito estropear una excursión familiar”, “Estás fuera de control”, “No me puedo creer que estés haciendo esto”, “¿Estás intentando destrozarnos la vida?”, “Ya es suficiente”, “Vuelve aquí”). “Vuelve aquí”. Y no volver. No. No volver. “Podría resbalar por este frío nocturno y volver rápido a la cama”. Una mochila llena de piedras. “¿No te agota, a veces, ser tú mismo?”. No, no volver. “La noche es inmensa y duele”. Y Shy, el adolescente (niño) Shy que se encoge bajo la mochila cargada de piedras. Shy, el que camina en el pasillo, el que camina en la gravilla, el que camina en el jardín. “El corazón le la-la-late como si tuviera miedo”. Shy, el que escribe sobre las almas de la casa (¿Eve 1965?). Shy, el que necesita una lámpara de Aladdín para deshacer todas las medias horas anteriores. “No se había dado cuenta de que las noches en el campo eran tan tenues. Inoscuras, antibrillantes”. Y Jenny, la terapeuta de Shy: “¿y esa voz fantasmal, suena como la tuya?”. Jenny, libreta y bolígrafo. Jenny, actitud. Jenny, preguntas. Jenny, sandalias de cuero “como si fuera un puto discípulo de Cristo”. Y las nornas, ¿tejiendo los futuros de la gente? ¿Las nornas en la escuela de la Última Oportunidad? La escuela de los niños explosivos. El caserón escuela y sus fantasmas. ¿En breve pisos de lujo? Y el futuro, como una condena agria. Una mochila llena de piedras bajo la luna. La luna que acecha y juzga. ¿La luna que acecha y juzga a Shy? Shy, su yo y sus yos. Shy, hablándose. Shy, abriéndose paso a machetazos entre las (sus) voces. “Un ruido como el que hacen los zorros al follar por la noche”. Shy, habituado a autosabotearse, a flagelarse, a castigarse con todavía más dolor. “Ojalá no hubiera nacido nunca. Os odio. Me quiero morir”. Shy, las piedras a la espalda. Shy, “atrapado en su propio ser”. Shy, vacío, decepción, pérdida. Shy, soledad, pequeñez, ignorancia. “El mundo sólido se disuelve, acto seguido se cohesiona”. El adolescente (niño) Shy con un rollo de alambre que le rasca por dentro. Shy, “esos nudillos que giraban, que crujían por dentro de su mente”. Shy, encerrado en una casa encantada, pensando en William Blake. “La noche es inmensa y duele”. Vibración de drum’n’bass. Mente roja y ofuscada. 3.13 a.m., atrapado entre el sueño y la vigila con una mochila llena de piedras. “Mamá, yo soy un joven muy trastornado”. “No, cielo, tú estás perdido, es diferente”. Y tras la verja, las sombras, el suelo negro, los setos del prado, el agua. “No hay nada que grazne ni que aletee”. Ramas, nubes, criaturas. Y “una tristeza colosal”. Y el deseo de detener la mente. Y la necesidad de no pensar. Un verso de la Biblia, ¿Eve? Y un adolescente que corre. “El corazón le la-la-late como si tuviera miedo”. Un niño que corre con una mochila llena de piedras. “La noche es inmensa y duele”. Un adolescente que corre pensando en tejones. Un niño helado en la noche. Un adolescente que (se) rompe. Un niño que grita. “La desnudez y la calma del mundo son atroces”. Shy, ¿Sísifo?  

“No hay que irse de delirio nocturno con una mochila llena de piedras” 

Max Porter (High Wycombe, 1981) no es sólo un escritor, es un ventrílocuo poético. Como ya hizo en La muerte de Francis Bacon (Random House, 2022), donde su voz era la voz arrebatada y alucinada de los últimos días de vida del pintor, ahora Porter es Shy, un adolescente (niño) de dieciséis años que se escapa del reformatorio en el que está encerrado con una mochila cargada de piedras a la espalda. La huida solitaria tiene, en la voz del niño, otras voces: las de sus compañeros, las de sus terapeutas, la de su madre. Y también las suyas propias, las que van de la rabia a la incomprensión, las que se mecen en la música y se agitan lanzando piedras. Un adolescente (niño) roto y sin infancia en una sociedad enferma, con el contrato social hecho pedazos, acechada por la especulación. Un adolescente (niño)  herido por las exigencias de una masculinidad patriarcal, y perdido entre la soledad, la violencia, la culpa, los prejuicios y la falta de compasión.  

Con trazos de El guardián entre el centeno (J.D. Salinger, 1951), En el lado salvaje (Tiffany McDaniel, Hoja de Lata, 2024), La soledad del corredor de fondo (Alan Sillitoe, Impedimenta, 2013) e incluso de Después del huracán (Kiko Amat, Anagrama, 2018) o Las aventuras de Huckleberry Finn (Mark Twain, 1985), Shy se enmarca en el bildungsroman desde la fotografía de una única noche en la que el rompecabezas de las voces que acompañan al adolescente (niño) Shy devienen tanto en confusión como en compañía. Si en El duelo es una cosa con alas (Random House, 2015), la primera novela de Porter, un cuervo era el elemento mágico de la historia, en Shy una pareja de tejones devienen una experiencia mística y redentora para el protagonista en una sorprendente (y bella) decisión del autor más propia del realismo mágico que del realismo social.  

Shy es un viaje al fondo de una extraña noche, la psicosis (casi) autoinfligida de las 3.13 a.m., el ruido sordo de una furia determinista, el aullido del hastío del que teme desear. Un grito a ritmo de drum’n’bass, la reverberación de una soledad, la poesía de un animal devorado (como el Bacon del libro de Porter), una exigencia de ternura impregnada de tristeza y belleza. Shy es un caleidoscopio (casi onírico) impredecible y ensordecedor, un apocalipsis adolescente en los noventa, un desgarro cargado de piedras, un dibujo poético trazado con versos corridos. Shy es el collage del duelo interior de un adolescente (niño) con una mochila cargada de piedras.  


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