Por los mares del Sur con Jack London, de Martin Johnson (Ediciones del viento) Traducción de Beatriz Iglesias Lamas | por Óscar Brox
La belleza de los relatos de Jack London permanece, aún hoy, en ese deseo radical e inalterable por contemplar lo salvaje. Tiempo de aventuras, en busca de un mundo regido por las leyes naturales en el que poder encontrar otras vidas. Otras sensaciones. La cruel indiferencia de la naturaleza, la poesía de los lugares que han sobrevivido al ímpetu de las reformas modernas o los hábitos de unas comunidades replegadas en sí mismas. Cuando London inició los preparativos de su viaje por los mares del Sur, la noticia corrió como la pólvora y no fueron pocos quienes trataron de persuadir al escritor para formar parte de la minúscula expedición del Snark. Por aquel entonces, Martin Johnson ya había visto algo de mundo, a fuerza de abandonar el nido familiar para cruzar de cualquier manera el Atlántico y dejarse llevar por los ritmos de la vieja Europa. O por los sueños de adolescente, de una vida errante con el dinero justo en los bolsillos y el anhelo de aventura. Sin embargo, el viaje junto al matrimonio London cambió su manera de ver las cosas, como un primer encuentro fulminante con la madurez, y de aquel tiempo surgió este apasionante relato de memorias que publica Ediciones del viento.
Para la empresa que entrañaba surcar los mares del Sur, London eligió construir una pequeña embarcación, el Snark, que sería la punta de una flecha recorriendo las aguas turbulentas de los océanos. Sin renunciar a la zozobra, a navegar al pairo y dejarse llevar por los ritmos secretos de la vida salvaje. En sus primeros capítulos, Johnson documenta la larga espera mientras la embarcación remata los últimos detalles de su construcción; ese momento, largamente anhelado, en el que cruzarán bajo el Golden Gate con la mirada puesta en Honolulu. Y es tanta la expectación que el cronista no deja pasar cada elemento del paisaje, como si realizase un ambicioso estudio de personajes a la par que desglosa los nervios ante tamaña oportunidad vital. No en vano, tras la aventura de emprender un viaje que abarcará años está, también, la necesidad de conocer al escritor de estirpe que sueña con fundirse (o confundirse, quién sabe) con la leyenda. Que ha trazado una carta de navegación inspirada por el rastro todavía fresco de las huellas de Melville o Stevenson. Para quien, como le sucediera a Marcel Schwob, su empresa no es tanto la de descubrir un nuevo mundo como la de presentar sus respetos sobre la tumba de las aventuras.
Los mares del Sur despliegan toda su belleza, toda su crueldad, ante una tripulación que sufre los efectos de la aventura. Johnson no escatima espacio para describir el lento proceso de adaptación sufrido para controlar las náuseas de un mar encrespado, así como tampoco pierde detalle a la hora de retratar a sus vecinos. Lo indómito del carácter de London, lo práctico de su esposa y, tal vez, lo pragmático del resto de la tripulación. El enamoramiento prolongado de unos escenarios, como ese Typee que es la raíz del paraíso, que todos son conscientes de que probablemente nunca más vean en esas condiciones. O el lazareto de Molokai, en el que la lepra se extiende como una maldición pacífica en la que se adentran London y Johnson. En todos ellos, la escritura de Johnson se acerca con la misma claridad con la que la luna alumbra la línea del horizonte en la noche, poniendo voz y rostro a otro mundo, a resguardo del nuestro, que hace su vida encapsulado en el tiempo. Intacto. Inalterado. Como la promesa de un fantástico lugar que tarde o temprano desaparecerá.
Por los mares del Sur con Jack London es, a su manera, un diario de viaje y un retrato de la tenacidad con la que sus integrantes se entregaron a esa empresa, pese a los innumerables obstáculos, las enfermedades y las deserciones que poco a poco llevaron al final abrupto de la aventura. Un relato de madurez que termina donde la mirada soñadora de Martin Johnson fija su nueva conquista: en culminar la vuelta al mundo, no importa el tiempo que cueste ni las formas para conseguirlo. Y es que si cada etapa es un glosario de la prosa de London, el camino de arena y agua que recorre algunos de los escenarios de sus narraciones, lo es también de la mirada de un Johnson que va forjando la dimensión y los límites del mundo. El anhelo, alcanzable, de poseerlo y contemplarlo como la más rara de las bellezas existentes. La más cruel y la más valiosa. El sentimiento de libertad, e independencia, con el que visar los primeros años de su vida. Por eso, sus cartas de viajes respiran ese aire de mar, de naturaleza salvaje, que impregna a la obra de London, hasta el punto de que bien podrían pasar como originales perdidos del autor californiano. Y, sin embargo, la cronología del viaje marítimo no deja de invitarnos a revivir, con el fulgor de las cosas efímeras, las aventuras que quedaron grabadas en la literatura. El camino, de Melville a Twain, de Stevenson a London, que una generación de escritores trazó sobre el vasto mundo. Tan bello y, por suerte, tan inconquistable.
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