Steiner o las cosas que hacíamos en Checoslovaquia, de Martin Fahrner (Sajalín) Traducción de Enrique Gutiérrez Rubio | por Juan Jiménez García

Martin Fahrner | Steiner o las cosas que hacíamos en Checoslovaquia

Cuesta tan poco perder aquello que con tanto trabajo hemos construido. El bien, el mal,… La fragilidad entre una cosa y otra, ese movernos en la cuerda floja, como aquel funambulista de Verano caprichoso… Checoslovaquia también fue eso. Ese caminar sobre el vacío, con la barra en las manos, buscando un complicado equilibrio entre la felicidad y la realidad, entre las promesas de un futuro, tocar ese futuro con las puntas de los dedos (incluso abrazarlo) para luego acabar entre tanques y esperanzas defraudadas. Cómo no entregarse a una cierta melancolía, a una revisión del pasado, a una búsqueda de instantes entre los huracanes de la Historia. Escribir sobre uno mismo y sobre su familia fue como un punto de fuga de las pesadeces y las indigestiones del presente. Otra manera de huir, de exiliarse. Así fue la obra literaria de Bohumil Hrabal, dentro de sus complejidades (y complicidades) vanguardistas, o el corazón latente de Ota Pavel, o los recuerdos de Petr Šabach. Un hilo, una línea, que atraviesa la literatura checa, como una herida. Steiner o las cosas que hacíamos en Checoslovaquia se encuentra también ahí, en ese lento curso de los días, desde la primavera hasta la revolución, otros frutos amargos de otro jardín de las delicias. 

A través de la figura del padre, un futbolista de éxito, Fahrner parece hablarnos de él, jugando al escondite. Ese hijo no deja de compartir oficios y destinos con el escritor, por no hablar de lugares. y la Historia, que es lo que nos pasa por encima, aunque no lo queramos, y la historia, que es lo que está alrededor nuestro y son como flechas lanzadas que nos alcanzan una y otra vez, mientras correteamos buscando un lugar en el que protegernos. Vivir no es fácil, parecen decirnos, pero es lo que hay, luego debemos intentar hacerlo lo mejor posible. Padre e hijo viven preocupados porque el bien prevalezca sobre el mal, y los tiempos no acompañan. Y la humanidad, la humanidad es la que es. Un conjunto informe y dudoso. Entre todo una cosa está clara: la vida debe ser hermosa. Nuestros padres no pelearon y dejaron banderas manchadas de vino por nada, no se quedaron dormidos frente a los alemanes para entregarnos un destino triste y gris. Sí, están las circunstancias, pero también la cabezonería. Insistir, insistir una y otra vez. Vivir, solo vivir, ya es sinónimo de felicidad, dice.

Y así Martin Fahrner construye un libro sobre el tiempo pasado, porque en él se encuentran las llaves de los misterios del ahora. Levantar el brazo en cada victoria, escalar muros y paredes abruptas. El teatro, el padre y la madre, los amigos, los amores pasajeros, la permanencia de los sentimientos y de los sentidos. Estar abierto a lo que sucede y confiar en esa prevalencia, decía, del bien, que es lo justo. Guardar esas cosas que hacíamos en la caja de los vientos, esos vientos que recorrían furiosos el tiempo checoslovaco (y tantos otros). Y es en esa herida donde la literatura checa encontró su acomodo, su refugio, el lugar dónde guardar, a la espera de otros tiempos, toda esa belleza fugitiva y las palabras que la dejan ahí, fijada. Ahora o antes, en libertad o en el fondo de los cajones. Y por eso hay que leer un libro como este: no porque nos restituya un tiempo y unas vidas, sino porque nos entrega también algo de nosotros, que también hacíamos cosas, lejos, cerca.


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