Cuentos completos, de Marcel Schwob (Páginas de Espuma) Traducción de Mauro Armiño | por Juan Jiménez García

Marcel Schwob | Cuentos completos

Escritor con lectores que forman pequeñas sociedades secretas (dice Jorge Luis Borges), misterio al que igual está dedicado el Ubu rey de Alfred Jarry como que aparece como traductor de Shakespeare, Marcel Schwob es un escritor fantasma, tan intrigante como deslumbrante. Durante años fue editado en todas las formas, editoriales y formatos posibles, y ahora, finalmente, Páginas de espuma pone algo de orden en todo esto, al menos en sus cuentos (que es buena parte de un todo), de la mano de Mauro Armiño. Lo cual no es cualquier cosa.

Jorge Luis Borges le debía mucho. Y lo reconocía. Las Vidas imaginarias del escritor francés fueron el disparadero de Historia universal de la infamia. Pero no solo era una cuestión de tono, de método, sino también una cuestión de caracteres. Marcel Schwob escribió, tradujo y fue crítico literario. Y, con todo, estuvo en todas partes, encontrándose con aquellos que pasaron a la posteridad, con mejor fortuna que él, corredor de fondo. Instalado en los tiempos del simbolismo (como lo está en buena medida su obra, aunque con tantos matices), su primer libro de relatos, Corazón doble, está dedicado a Robert Louis Stevenson, y nada es por azar. En el escritor francés está la aventura, las vidas de hombres ilustres o no, pasadas por ese filtro de lo simbólico, tratados en piezas de orfebrería cuidadosamente trabajadas, y sacados de su realidad hacia unos hechos fantásticos. Cuentos breves, de cuatro o cinco páginas, a veces menos, otras alguna más.

Schwob, como decíamos, frecuenta los círculos literarios más animados del momento. Las dedicatorias de cada relato de su siguiente libro de cuentos, El rey de la máscara de oro, son un quién es quién de ese mundo literario en el que se mueve. Cada vez entregado a una escritura más depurada, se desliza hacia la poesía, hasta formar una sola pieza que crece arbóreamente de anécdotas y personajes. Políglota, su conocimiento de la literatura en inglés (Stevenson, Poe, De Quincey, Defoe,…) o del latín, son decisivos para construir su propio mundo, que por otro lado es absolutamente personal y, pese a la influencia que tuvo en autores de generaciones posteriores o muy posteriores, siguió siendo un escritor único, del que se podían coger cosas pero no su totalidad.

En Mimos, se propondrá seguir la obra del poeta Herodas, que ya escribió los suyos, esas pequeñas piezas, entregando algunos más, en un nuevo juego en el que la realidad, a través de la poesía y de lo simbólico, se entrelaza a la ficticio para componer algo indistinguible.  Es seguramente este paréntesis el que le lleva a El libro de la Monelle, una de sus obras más conocidas. Dividido en tres partes, la primera es una declaración de intenciones, una sucesión de pensamientos, entre la destrucción y la renovación. Tras ellos, un desfile de personajes arquetípicos que enlazan con su obra anterior, hermanas de Monelle convertidas en aproximaciones poéticas al comportamiento humano. Finalmente, la tercera parte, estará dedicada a la propia Monelle, rodeada de niños, caminando frágilmente hacia la muerte, rodeada del misterio, del enigma.

Vidas imaginarias, su libro más conocido, es realmente su obra de madurez con respecto a un conjunto que bebe de unos mismos principios. Vidas de personajes reales en las que Schwob celebra una ceremonia de la confusión: todo es real, menos algunas cosas. Desde la antigüedad clásica a notorios piratas desfilan por sus páginas en dudosas biografías que estamos por dar por ciertas. El escritor está capacitado para algo que no lo está el historiador: dar vida a unos personajes de los que el resto solo pueden levantar acta de defunción.

La cruzada de los niños serán sus últimos relatos, y algo nos remite constantemente a El libro de la Monelle, tal vez equivocadamente. Esos niños que marchan hasta Jerusalén, ante el estupor de los adultos, esa historia contada a través de distintas voces, los mismos niños o los papas (frente a esa religión desbordada), es un relato inocente de un viaje utópico. O de una deriva general.

El libro se completa con algunos relatos más que no salieron agrupados o con una novela inacabada, Pupa. Escenas de la vida latina. Pero aún nos queda una curiosa sorpresa, una piedra más en el misterio de Marcel Schwob, que solo vivió treinta y siete años, a todo esto. Maua, el último de los relatos, es un objeto extraño difícilmente identificable: un cuento pornográfico. Como si la última vida imaginada fuera la suya. La vida de un escritor que amó a muchos escritores, que fue amado por otros tantos, que dejó una obra intensa, sobre tantos otros hombres y que creyó en otros mundos, todos ellos próximos. Todos ellos poéticos. Todos ellos maravillosos.

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