Goya Saturnalia, de Manuel Gutiérrez y Manuel Romero (Cascaborra) | por Gema Monlleó
“y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals”
Federico García Lorca, Pequeño vals vienés
¿Es posible que Lorca, Camarón, Enrique Morente, Bacon, Rothko, Thot, Shiva o Marte estén presentes en un cómic sobre Francisco de Goya (1746-1828)? En Goya Saturnalia sí.
Manuel Gutiérrez (guión) y Manuel Romero (ilustración) han dibujado y escrito un tebeo sobre una vida amarga, la vida de un anciano inadaptado que sobrevivía creando. Un sordo y casi-loco que no lo fue siempre pero que, a medida que se adentraba en los fantasmas de su aislamiento, oscurecía su reflejo en su arte, su inquisitiva mirada hacia la realidad.
Goya Saturnalia no es una biografía, las escenas van y vienen, descronológicamente, para mostrar momentos relevantes, momentos de campo, de corte (en flashback) y de soledad. Pese a ello, el libro se sitúa principalmente en la creación de los 14 murales de las llamadas Pinturas Negras pintados en La Quinta del Sordo (Carabancheles, a las afueras de Madrid) por un Goya de 73 años, y centra un relato tan poliédrico, complejo, enigmático e intenso como el propio artista.
El cómic se estructura en cinco capítulos-movimientos. El hecho de que Manuel Gutierrez sea poeta tal vez es el motivo por el cual la musicalidad de lo que él mismo denomina “fuga en cinco movimientos” dirige la obra: “Mi intención era crear una sinfonía anárquica y apasionada apoyada por una reticulación que recuerda a un pentagrama. Además, el cómic está estructurado, de forma externa, en cinco movimientos. Tal como una composición sinfónica, que le viene muy bien al tono narrativo que luego se ve internamente en la obra”. Las citas que abren cada capítulo (Alejandra Pizarnik, Carl Gustav Jung, Blanca Varela, Alan Moore, William Blake) dan una pista no obvia de la subtrama que está por venir, apuntan con un dedo metafórico y poético al turbulento imaginario del pintor.
Manuel Romero, por su parte, mezcla la diagramación de páginas con seis y doce viñetas (rectilíneas, siempre alineadas, constreñidas, efecto-jaula metatextual para el encierro de la mente creativa) con ilustraciones a página completa que, en un efecto-baile, proporcionan tanto detalles como panorámicas de la creatividad liberada del titán cósmico que fue Goya.
El tebeo permite muchas capas de lectura y la complejidad del maestro se traslada al papel: humanidad, pesadillas, ambigüedad, sensibilidad, rencor… Su lugar como pater familias también queda retratado, especialmente la cómplice relación su hija Rosarito en un hermoso diálogo en el tercer movimiento: “La nada del que no tiene nada que ganar. / Del que se lanza al baile del pelele / y se deshace para vislumbrar algo de esa verdad que nos libera del tiempo y del espacio / y en ese territorio demente, crear sin limitaciones. Crear”. El aislamiento que le ocasionaba la sordera se plasma con los bocadillos del diálogo alrededor del pintor en blanco, un fundido a negro positivado que explicita de forma gráfica y absoluta ese quedarse dentro ante los demás.
Cuando el pintor se reafirma, con cierta alienación, estalla la que será su influencia posterior en tantas disciplinas artísticas. A modo de manifiesto recita su mismidad: “Soy Goya. /Soy la mano que duda. / Soy el pigmento y el aceite desligados. / Soy el color que tiembla. / Soy la pincelada deshecha y el trazo desordenado / un hombro donde solloza la muerte. / Soy la ira. / Soy la incapacidad y la parálisis. / Soy el gesto y el desgarro. / Soy la máscara donde se refugia el niño. / Soy el ateo del arte, el esclavo servil, el lacayo / con la boca cerrada. / Soy el primer paso. / Soy alfa. / Soy la dicha por vislumbrar el fulgor. Soy el primer canto… /…de muerte y de coñac…/ Soy camino. / Soy el bucle y el aleteo que difumina los límites. / Soy la mancha que desgarra el tiempo… /…en el oscuro desván del lirio…”. De nuevo la poesía de Gutiérrez se manifiesta. A este soliloquio (dibujado por Romero en zoom, en planos cada vez más detallados del cuerpo-mano-cara del pintor) le sigue un diálogo por la historia del arte, la religión y la mitología. Goya demiurgo, Goya leviatán, Goya esclavo en su cárcel, Goya a la deriva, Goya visionario y visionante, Goya saturnalio abrazando la muerte, Goya-Inocencio X deformado, Goya en la capilla negra, Goya danzante, Goya ensangrentado, Goya devorante, Goya exiliado.
La polisémica saturnalia (evoca a Saturno devorando a su hijo y al saturnismo: intoxicación por el plomo de los óleos), la confluencia de artistas y divinidades (¿no es la creación potestad de los dioses?), la paleta de colores goyescos utilizada por Romero y la narrativa de Gutiérrez, compleja pero que se abre en efecto abanico a todo tipo de lectores (entendidos en arte o no), hacen de esta novela gráfica un viaje lisérgico por el agujero negro de la conciencia creativa de un Goya casi expresionista que tararea el Pequeño vals vienés todavía no escrito.