Vanas repeticiones del olvido. Obra dramática reunida (1992-2021), de Eusebio Calonge (Pepitas) | por Juan Jiménez García

Eusebio Calonge | Vanas repeticiones del olvido

Treinta años de escritura, de transitar entre la luz y la oscuridad, la palabra y el silencio, todo como una misma cosa, un mismo misterio. Vanas repeticiones del olvido. Obra dramática reunida (1992-2022) materializa todo esto, lo vuelve obra, lo deja ahí, fijado, frente a la fugacidad del teatro representado, y entonces nos devuelve un tronco del que parten las ramas de La Zaranda y no solo. Los frutos de años buscando, manteniendo la fragilidad del presente a través de las brumas del pasado. Un pasado que se pierde en la noche de los tiempos y sí, como titulaba a una de sus obras, ahora todo es noche. El futuro es, por definición, incierto. Significativamente, el autor llama a su prólogo Preparar la ausencia. Pero en todas las obras de La Zaranda siempre hubo algo de despedida. Sus personajes están por marcharse o morirse o caminar en eternos círculos. Se cuestionan si se encuentran al principio o al final, aun sabiendo que no hay uno sin otro, si vienen o si van, si hay alguien ahí, público o lo que tenga que ser. Lo grave no es saber dónde ir, lo grave es no tener dónde estar, dice Don Nadie. La Zaranda, teatro inestable de ninguna parte. 

Hay que decirlo: la experiencia de leer toda la obra de Eusebio Calonge, así, una tras otra, es una experiencia literaria que es capaz incluso de escapar a su representación. Leer, releer. En el libro hay obras inéditas, alguna aún ni tan siquiera llevada a escena. De una manera u otra, pese haber llegado tarde a ellos, como uno llegó tarde a tantas y tantas cosas, he asistido a buena parte de ellas. Y también las leí. Pero ahora, de nuevo, reunidas cuidadosamente, puestas en orden, revelan una entidad propia como obra escrita. El gusto por el lenguaje del dramaturgo, ya no solo por los diálogos afilados sino por las ambientaciones y los actos descritos, por las construcciones precisas, por la creación en el propio texto de unos mundos que se sostienen solos. Porque es cierto que el teatro necesita de su representación, de su comunión con el público, que sin él, sin esa confrontación, sin esa revelación, hay una ausencia casi insoportable. Pero no es menos cierto que, como escritura, estos textos encuentran su acomodo y recogen esencias que les son propias. Y esto es atributo de grandeza. 

Desde Perdonen la tristeza a La batalla de los ausentes, asistimos al desfile de los últimos restos del naufragio del mundo. Escritores olvidados, locos, prostitutas, indigentes, viejas estrellas de varieté, perdidos payasos, militares sin ejército, náufragos sin barco, burócratas, reliquias del pasado,… No tuvieron nada, aunque recuerdan dudosos tiempos gloriosos, y no esperan nada. Abandonados en el trastero de la historia (la que se escribe en minúscula, porque la mayúscula, esa ni la conocen), viven interrogándose cómo pudo pasarles a ellos y desconfiando de los demás. Olvidados están olvidados. No se está muerto porque se está vivo. En las obras se contiene el misterio, ese misterio que es la materia misma, que es la arcilla, el barro de La Zaranda. Textos sagrados (pero no inamovibles) que, a través de la liturgia, de la representación, a través de la comunión, alcanzan un estado que solo podemos entender como una elevación. Un accidente en el curso del tiempo. Ese momento en el que todo desaparece, se desvanece, se convierte en polvo, aire, y hemos algo alcanzando algo que no logramos verbalizar. Y en el principio de todo, estuvo la palabra. 

Las de Eusebio Calonge son palabras antiguas. Palabras que vienen de lejos. Sus personajes también vienen de lejos, como sus miserias y grandezas. Ecos, resonancias, que se entretejen, obra a obra, porque cada una de ellas parece enraizada en la anterior y en la existencia misma del grupo. Construyen un corpus que nos gustaría pensar siempre inacabado, siempre inagotable. Como una necesidad íntima, necesitamos encontrarnos en el extravío de aquellos. De alguna manera, no nos dejan solos, abandonados a nuestra suerte, como lo están ellos. Solo la duda hace avanzar el tiempo o, al menos, mantiene encendido el fuego de la esperanza. Entre esas palabras, encontramos también a Samuel Beckett, a Tadeusz Kantor, a Jerzy Grotowski, pero no es lo único, porque en ellas está el Teatro, pero del mismo modo la literatura, la música, el arte,… La experiencia, el conocimiento del hombre. De los últimos. Todos esperan algo, tal vez ese olvido. 

La obra dramática de Eusebio Calonge no se detiene en La Zaranda. Menos aún en los últimos tiempos, en los que se advierte una apertura a otros caminos, a otras pautas. Esto se realiza especialmente en obras como La extinta poética y Convertiste mi luto en danza, en las que las voces son otras y están atravesadas por un mismo aliento trágico. En ellas sentimos la herida de sus protagonistas, atrapadas en sus conflictos irresolubles, y la escritura se agarra al presente, entrelazada con presencias fantasmales o soñadas. Sin embargo, algo, como en toda la obra de Eusebio Calonge, se agarra a la vida, con desesperación, incluso furia. Un sordo furor. Un furor que se presenta, de principio a fin, en El alimento de las moscas, un monólogo sobre un asesino pedófilo, o en la inédita Todos los ángeles alzaron el vuelo. 

Dice Eusebio Calonge que todo arte aspira a hacerse, a ser, música. Vanas repeticiones del olvido lo es, desde el momento que nos alcanza como eco y sonido de todos los tiempos que se confunden en uno solo. Un tiempo suspendido, un mundo detenido y atravesado por voces y ruidos que surgen del silencio para perderse en él, resurgen para volver a él, vienen y van y nos atraviesan, nos hieren, rompen el hielo de la indiferencia, ese estado de ánimo que nos insuflan de tantas y tan variadas maneras las fuerzas del presente continuo en el que nos quieren hacer vivir. Los verdaderos héroes son esos personajes que viven enfrentados a la imposibilidad de vivir, como su Teatro se enfrenta a ese olvido de lo esencial. La esencia filtrada por la zaranda de la creación. La creación como iluminación. 


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