El fruto siempre verde, de Manuel Astur (Acantilado) | por Francisca Pageo

Manuel Astur | El pájaro dormido

Cuando nos disponemos a leer poesía debemos estar predispuestos a sorprendernos y a reconocer la poesía que habitamos en sus palabras. Con la de Manuel Astur nos sorprendemos y nos reconocemos y, además, nos estabiliza, nos hace partícipes de su mundo tan natural y tan bello sobre lo cotidiano, la naturaleza, lo habitable de la vida misma. 

Como un pájaro dormido, la poesía de Manuel Astur sueña que vuela, sueña que vuela alto, muy alto, pero también se posa entre las ramas de unos árboles o sobre unas frágiles flores. Como un pájaro dormido, El fruto siempre verde siempre estará verde, estará vivo, y en su piar al despertar se despliega todo un mundo de arbitrajes sobre la vida, lo que significa estar y lo que significa ser. Ser y estar no son lo mismo, pero en este poemario se complementan. Como un pájaro dormido es la poesía de Manuel Astur. Un pájaro que contiene a los demás pájaros, a los gorriones y a las golondrinas, y también contiene la música que escucho mientras lo leo (en este caso, los arpegios de Laura Cannell). Me pregunto si esta poesía tiene algún destinatario, me digo que sí, que es una poesía que parece una misiva, una carta, a ese interior nuestro que nos despierta ante la virtud y la bondad de la vida. Quiero creer que el destinatario de esta poesía es el niño interior de Manuel, es su ser aún no hecho, pero en el que está todo y se hallan aún todas las posibilidades. Con ecos a Rilke, a la poesía naturalista de Mary Oliver, pero yo me atrevería a decir que incluso la de Emily Dickinson, estos poemas nos hacen desnudar la esencia de lo que somos y del sustrato natural al que pertenecemos. Porque, aunque vivamos con tecnología, somos seres naturales, fue ella quien nos creó. 

¿Pero y el alma? Todo lo que se halla en este poemario está dotado de ella y somos nosotros también los que dotamos de alma a las cosas. Las dotamos de alma al contemplarlas. ¿Quién es capaz de hacer esto sin no alabar a la palabra, al gesto, a lo no dicho, a lo ininteligible, al silencio? Leer a Manuel Astur es hacer un elogio a la propia vida que nos es dada. Una no sale indemne de ella como no sale indemne de la propia poesía. Aquí, poesía y vida son la misma cosa. No es que la una se nutra de la otra, sino al contrario, las dos exhuman su propia razón de vivir, de ser, de estar. Vivir, ser y estar aquí es lo mismo. Es un pajarito dormido que en sueños sabemos que vuela, pero que espera despertar para hacernos participes de su vida, su historia. 

Conoceremos el fruto siempre verde porque en el fruto hallamos la pasión de la vida. Esta no se acaba, ni finaliza. Conoceremos la poesía de Manuel Astur como conocemos la naturaleza: en presencia suya. No es lo mismo teorizar, que empaparse de ella. Y con los arpegios de Laura Cannell me pasa lo mismo que con los poemas de Manuel: me revitalizan, me dan vida. ¿Quién no quiere ser despertado por ellos? El fruto siempre verde es un fruto del movimiento de la vida, de lo cíclico, de los pájaros que pasan, los ríos que fluyen y las campanas que repiquetean las horas sin parar. Un pájaro dormido descansa en estas manos, manos que tejen y manos que se nutren de otras; asimismo también se nutren de la página en blanco, de los cielos azules y de todo lo verde que podemos encontrar ahí fuera. 

“Olvidamos para poder vivir / y no es otra cosa la vida / que tratar de recordar”. 


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.