Insaciable, de Małgorzata Lebda (Temporal) Traducción de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz | por Juan Jiménez García
Cómo decirlo… Por dónde empezar… Cómo decirlo: cómo escribir sobre la enfermedad, pero, del mismo modo, escribir un libro que transita desde la poesía, el espacio natural de Małgorzata Lebda hacia la narrativa, el espacio recién adquirido. No soltar de la mano a una para alcanzar a la otra. No es prosa poética, que asociamos a una cierta musicalidad. No, es poesía convertida en prosa. Palabras que buscan su espacio en la página y, por lo tanto, en el tiempo. La página es el tiempo que pasa. El tiempo que pasa desde el tiempo detenido de un blanco nieve. Hay nieve, una vieja casa. Está la abuela, el abuelo, Ann, un matadero, la naturaleza, el pasado y, en lo fundamental, los espacios vacíos. Porque podemos narrar las cosas que suceden, pero también podemos instalarnos en las cosas que se encuentran entre esas otras. Podemos usar las palabras, pero del mismo modo, el silencio que queda entre unas y otras. Buscar un equilibrio entre lo que está y lo que se intuye. Esto, que es uno de los motivos de la poesía, puede encontrar acomodo en la prosa. Así es. Lebda va al encuentro de esos espacios vacíos. Los hace suyos. En su caso, no solo la narración calla. Los personajes se dicen pocas cosas. Están a la suyo: morirse, acompañar la muerte, frecuentar la enfermedad, vivir en un paisaje lejano en el pensamiento, pero presente en su inmediatez actual. Todo desaparecerá. Todo está desapareciendo. Pero las ganas de vivir son insaciables, esa palabra que da título.
Señalé una frase. A veces, muchas, señalo frases que no parecen querer decir nada. Al menos no más de lo que dicen otras tantas o todas. Son fragmentos de un todo. Luego pienso. No, no es cierto. Solo las señalo y les doy el sentido de una emoción. Un temblor. No pretenderlo encontrar el sentido de todos mis temblores. Esta vez, la frase es parte de un diálogo: Bosque y viento, dice. Mi querido Manuel Borrás, editor de Pre-Textos, afirma que cada libro contiene una palabra que lo resume, que lo encierra en él. Algo así. Pienso en ello como la palabra que daba vida el gólem, el nombre de Dios escrito en una hoja. En el bosque, se encuentra esa relación de los personajes con la naturaleza, pero también su amenaza. El tiempo que devora la casa, el matadero que envenena el aire y el ánimo, el tiempo adverso, pero la felicidad de los días pasados. Nieve, blanco, papel. El bosque no es un lugar luminoso, sino un espacio de sombras, incluso de oscuridad. Viento. El viento es un estado de ánimo. Mi padre odiaba los días de viento. Más que los días muy lluviosos, él, que se pasaba los días en la carretera, en las calles, de sitio en sitio, con un camión. Odiaba el viento. El viento era el peligro, los dolores de cabeza, el ruido de las persianas agitándose, ese silbido. Las hojas arremolinadas, todo se mueve. El viento, en Insaciable, lo asocio al movimiento. Los personajes, cuando se mueven, es preparándose para lo más temible. El abuelo buscando hacer confortables los últimos días de la abuela, reformando la casa, la vieja casa, la infancia.
Un temor: temo que las cosas desapareciendo. Yo, que me he pasado la vida buscando, temo la pérdida. Hay un algo contradictorio. No, igual no. O sí.
En su primera obra narrativa, Małgorzata Lebda no abandona la abstracción de la poesía, ni tampoco ese movimiento introspectivo. La poesía es introversión, es escribir hacia dentro. Encontrar a los demás a través de puentes tendidos en el interior de uno mismo. Aquí eso no se pierde. Las palabras se disponen de otra forma como si se negaran a abandonar su condición de poema. La humanidad. Como sentimiento, como grupo, como grupo aislado. Lo días que pasan y, con ellos, nuestra parte de vida. Allí, en un lugar lejano. Aquí.