Bluets, de Maggie Nelson (Tres puntos) Traducción de Lawrence Schimel | por Óscar Brox

Maggie Nelson | Bluets

Hay algo que me vuelve loco de la escritura de Maggie Nelson, su manera de llevar unos cuantos pasos más allá la forma del ensayo. Más allá de Susan Sontag o del Roland Barthes de los cursos y seminarios. A caballo entre los pensamientos cruzados, la reflexión sobre el lenguaje con el que se ensaya, el ejercicio (lúcido) de memoria, los arrebatos casi punk que descolocan cualquier tentación erudita y la vida misma.

En Los argonautas, Nelson hablaba, entre otras cosas, de las posibilidades del amor, y sobre cómo escribir el amor, el deseo o el Arte que lo enciende o atempera es, inevitablemente, desnudar ese otro Yo, cortocircuitado por el capitalismo, la Moral y la construcción de una identidad, ante los demás. Aquí un ejemplo (con cita a Paul B. Preciado incluida): “Confrontada con la distorsionada rapidez de este ‘nuevo tipo de capitalismo caliente, psicotrópico y punk’, sobre todo desde mi estado de fatiga, me siento menos atraída por la excitación que por estar exhausta. Imposibilitada de combatir mi estado, al menos por el momento, trato de aprender de él; otro yo, desnudo».

Llego a Bluets como quien completa una cadena de referencias: primero fue Derek Jarman, luego William H. Gass y ahora Maggie Nelson. Para Jarman, la historia del color, el pigmento, es una oportunidad para escribir un manifiesto contracultural; un cuaderno de recortes que, en plena enfermedad terminal, consigne esa explosión vital construida durante años a través de su obra. Para Gass, en cambio, supone una ocasión para jugar con el lenguaje, para observar cómo el uso de la metáfora establece una serie de relaciones que ponen de relieve la viveza del lenguaje. Es posible que Nelson esté más cerca de Jarman que de un Gass con el que, de hecho, no acaba de identificarse en el texto. Sin embargo, Bluets es también la búsqueda de una identificación con cada una de esas metáforas que entraña el being blue. De una identificación o consolación, obsesión por un color que está en la poesía de Mallarmé, en Shei Shonagon y en las canciones de Billie Holiday, en los vapores de la escritura de Marguerite Duras y en la voz de Joni Mitchell.

Aparentemente, Nelson encadena pensamientos, recaba historias y vuelve una y otra vez sobre experiencias, sentimientos (a veces, simplemente, sensaciones) y personas. Me gusta pensar en Bluets como un ensayo en el que lo escrito trata de adaptarse a lo vivido, y viceversa. Nelson habla de una relación tempestuosa y de un deseo que prácticamente rebasa los límites del follar; de su experiencia ante el dolor de los demás, a través de esa amiga tetrapléjica en la que observa la convivencia con el dolor; y de su intento por construir una taxonomía, un catálogo, un inventario de azul cada vez más meticuloso, recogiendo todos los detalles en un ambicioso mosaico de literatura y vida. “Entonces, ¿será estar enamorado del azul una perturbación? O ¿es el amor mismo un trastorno?”.

Bluets es un ensayo sobre la profundidad de lo que nos conmueve; sobre cómo, a menudo, apenas podemos atisbarlo, recrearlo o disfrazarlo con un ocurrente surtido de metáforas que nos dejen con la sensación de que estamos cerca. De que casi lo podemos tocar, pero… Nelson trae a colación a unos cuantos autores y artistas, crea su red de asociaciones literarias, pero nunca deja de trasladar un pensamiento muy potente y, asimismo, muy político: lo que esa búsqueda de profundidad, lo que esa conmoción, produce. Presenta. Dice, en definitiva, de cada uno. Lo que pone a la vista de todo el mundo y la forma en la que lo pone, volviendo del revés el calcetín del moralismo y estampando en los morros del establishment toda esa viveza del lenguaje que pone en juego la metáfora. Lo íntimo hecho público, el sexo como embestida contra las buenas costumbres y la necesidad de encontrarnos a través del lenguaje. De reconocernos. De tomar posición.

En algún momento de la Historia, otro Saussure inventó un cianómetro, dispositivo mediante el cual medir el azul del cielo. La tabla contenía una serie de muestras con las que emparejar el color, así se sencillo. Cualquiera estaría tentado a emparentar el invento de Saussure con la concatenación de anécdotas e historias que reúne Nelson en el libro. Y, sin embargo, se olvidaría de lo fundamental, esto es, que Nelson hace hablar a cada cita. La discute, la recrea, juega con ella como juega con sus pensamientos y deseos, pone en marcha toda suerte de palancas y manivelas que activen la necesidad de pensar la escritura. De pensar, también, el funcionamiento del ensayo. Y de cómo, en definitiva, un texto es lugar de confluencia de vida, sexo, identidad, moral, crítica…

Nelson trae a colación una cita de Platón en la que habla del color como un narcótico (pharmakon) tan peligroso como la poesía. Es bello. Irradia. Con eso basta, no hace falta desvelar verdad alguna. La polisemia de la palabra, que tan pronto puede significar remedio como veneno ofrece un último matiz a la escritura de Maggie Nelson, a su manera de vestir y desvestir las reflexiones sobre la experiencia del amor, del dolor, de la vida o de los demás. Y, de alguna manera, con toda su ambigüedad, Bluets es eso: nuestro pharmakon.


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