El triunfo de Ratón, de Lucien Descaves, con ilustraciones de Lucien Laforge (El Nadir) Traducción de René Parra | por Juan Jiménez García

Lucien Descaves, Lucien Laforge | El triunfo de Ratón

Las extrañas coincidencias me han llevado a estar, desde hace unas semanas, instalado en la Primera Guerra Mundial. Todo me lleva ahí, parte de ahí, está ahí. Desde El viaje al fin de la noche (principio del viaje, de Céline y de Europa) hasta La marcha Radetzky (final del viaje del Imperio austrohúngaro), pasando por El ángel del atentado, de Svetislav Basara (disparos de salida, sobre el archiduque Francisco Fernando y esposa). También, claro está, El triunfo de Ratón, del escritor Lucien Descaves y el ilustrador Lucien Laforge, publicado por El Nadir. Suerte de retrato del lado modesto de la vida (con permiso de Ferdinand Bardamu), es decir, de la Guerra vista del lado de los ratones y los hombres, que, visto lo visto, son lo mismo o un conjunto indistinguible. Tal vez la única diferencia (importante) es que las ratas son ratas porque esa es su condición y el hombre lo es por su afición a la destrucción y a que lo destruyan.

Lucien Descaves llevó una vida longeva e intensa. Fue libertario, escritor naturalista y periodista marcado por la Comuna de París, cuando solo tenía diez años. Entre todas las cosas que fue, el antimilitarismo siempre estuvo presente, también a través de buena parte de su obra. Lucien Laforge era mucho más joven que Descaves (se llevaban cuarenta años) y también formaba parte de los círculos libertarios, en los que tal vez se produjo su encuentro. Lo cierto es que había realizado ilustraciones para numerosos periódicos izquierdistas en los primeros años del nuevo siglo (L’Humanité, Le Canard enchaîné) y que ilustró algún que otro libro. Entre ellos este libro antibelicista que fue censurado en 1917 y que apareció en 1920, cuando ya todo había acabado, pero no la estupidez humana, claro, que es inagotable y que daría nuevas muestras de vitalidad unos años después.

Descaves no tarda en desvelar su juego, citando a La Fontaine: Me sirvo de los animales para instruir a los hombres. No es que estemos ante una fábula sino más bien ante un cuaderno de historia comparada de una rata con la humanidad. Un ajuste de cuentas de esos animales cuyo destino compartimos demasiado a menudo y que nos resultan especialmente repulsivos, sin reparar, parece, en esas terribles similitudes. Qué era para los poderes de aquel tiempo el hombre más que una triste rata. El triunfo del título no es más que la victoria de lo evidente sobre la propaganda, de la historia con minúsculas y murmurada frente a la Historia con mayúscula y gritada. Las imágenes de Laforge le aportan esa negrura del trazo y la época. Esa intensidad de la tragedia y de lo trágico. Esos paisajes desolados de la destrucción. Cómo puede el ser humano, capaz de exterminarse por millones con los argumentos más peregrinos y sobados, repetidos una y otra vez, considerar a cualquier otro ser vivo más dañino que él… Cómo ver plagas en unas ratas o enfermedades, cuando no hay nada que cause más muertes que los hombres…


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