Para una memoria futura. (Si la memoria tiene un futuro), de Leonardo Sciascia (Tusquets) | por Óscar Brox

Libros

Con su obra repartida entre dos colecciones, andanzas y fábulas, no cabe duda de que Leonardo Sciascia es uno de los nombres mayores del catálogo de Tusquets. Tanto es así que la editorial se ha animado a publicar un conjunto de artículos publicados en prensa entre 1979 y 1988, un año antes de su muerte. En esos diez años que abarca el libro, el paisaje evoluciona -muchos de los artículos tendrán como fondo el conocido maxiproceso que, desarrollado en Palermo, juzgó una multitud de delitos ligados a las actividades mafiosas-, cambian algunos de sus actores, pero se mantiene el mismo protagonista: el amor por la verdad. Cultivar la verdad es, para Sciascia, otra manera de proteger una razón en peligro continuo de exclusión. También interrogar al presente, detectar sus inconsistencias y denunciar sus irregularidades, ya sean las del poder judicial o las del poder político.

Si hay dos elementos que describen la obra de Sciascia estos son su pasión por desmenuzar, hasta las últimas consecuencias, cada una de las tramas en las que sumerge a los personajes y el implacable sentimiento de que la verdad es cada vez más relativa. Así concluía su novela Un historia sencilla, donde hasta la evidencia más palmaria de un crimen terminaba evaporada, indefensa, ante la lógica de la sinrazón. En su versión periodística, Sciascia no solo busca la verdad, sino que también la defiende. Así, no son pocos los artículos en los que su objetivo consiste en mostrar las insuficiencias de los procesos contra la mafia, tanto judiciales como políticos. A veces, arremete contra el maquillaje moral y publicitario de las grandes causas contra criminales, donde no se termina de ver claramente los motivos y las penas; en otros casos, cuestiona el método de matar moscas a cañonazos, en el que la acción judicial pasea superficialmente su fuerza por una estructura criminal cada vez más imbricada en la sociedad, alejada de aquellos inicios rurales.

Uno de los aspectos más interesantes de Para una memoria futura radica en la paciencia con la que Sciascia trata a cada tema y a cada figura pública, que se extiende durante varios artículos. Así sucede con el asesinato del General Dalla Chiesa, prefecto de Palermo tiroteado en 1982, donde Sciascia discute la estrategia contra la mafia y el perfil público que se le concede a Dalla Chiesa, famoso por rechazar protección policial, tras su homicidio. La polémica abarcará un enfrentamiento con el hijo del General y los ataques por parte de diversos sectores de la prensa. Sin embargo, la escritura de Sciascia siempre acude a la raíz, al origen de la gangrena y no al método para extirparla. Así, sus artículos parten del principio para reflejar cómo la ineficacia ha azuzado el crecimiento del problema. Tal y como señala en su novela El día de la lechuza «cuando se empieza a luchar contra las mafias regionales es porque se ha instalado una nacional».

Para Sciascia lo fundamental está en desvelar el proceso y sus causas, es decir, el mal hábito que se expande alrededor de las formas jurídicas. Si en un artículo utiliza como símil la predilección del lector por la mala novela de trama estúpida en lugar de una buena historia de suspense, en otro ataca al Consejo del Poder Judicial a la hora de convertir las causas contra la mafia en una rampa para el crecimiento profesional en la judicatura. Así hasta el punto de denunciar cómo la pretendida antimafia genera un refuerzo, y no un rechazo, sobre los diferentes núcleos criminales del país. El poder, ya sea político o policial, no admite duda, crítica o consejo, por lo que para Sciascia comienza a adquirir vicios parecidos a los de sus enemigos.

En uno de los textos, se cuenta la anécdota de la relación que mantuvieron Voltaire y Casanova. Donde este último dejó escrito que le había dado una lección al francés, Voltaire simplemente anotó que cierto día conoció a un payaso italiano. Este pequeño relato es, como tantos otros, un punto en la obsesiva tarea de Sciascia para desenmascarar las inconsistencias en el proceso, la falta de pudor y, sobre todo, la falta de verdad, que transforman una payasada en una lección de maestría. Una forma de actuar, por cierto, que Sciascia relacionará en un maravilloso texto con el dibujo que hace Anatole France de Poncio Pilatos en El procurador de Judea. Porque, al final, más allá de las víctimas en la guerra contra la mafia, el auténtico asesinato es el que se lleva a cabo silenciosamente sobre la verdad y sus formas.

La Italia de Leonardo Sciascia es la misma que la de Alberto Savinio, Pasolini o Indro Montanelli, esto es, la de un cuestionamiento crítico que nunca se agota, por mucho que el único camino posible sea la derrota. Si Para una memoria futura se inicia con la muerte de Roberto Calvi, el banquero de Dios, sobre la que penderá si fue un suicidio o un asesinato, Sciascia decide concluirlo con el fallecimiento de Renato Candida. Candida representa para el autor el oficial íntegro que, desde el cuerpo de carabineros, hizo su trabajo para aplacar la mafia hasta que lo trasladaron a Turín, alejándolo del ecosistema siciliano. Candida no solo fue amigo de Sciascia, sino también fuente de inspiración para moldear a los personajes de sus ficciones, tan preocupados por esa búsqueda de verdad como conscientes de su imposibilidad material. Como en Un historia sencilla, el recorrido periodístico termina de manera abrupta, provisional, con la figura de un profesional íntegro como ejemplo de esa verdad que nunca hay que dejar de conquistar. En ella se encuentra la posibilidad de una memoria futura.


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