Bocetos de natación, de Leanne Shapton (Blatt & Ríos) Traducción de Laura Wittner | por Gema Monlleó

Leanne Shapton | Bocetos de natación

“¿Por qué azul? La gente me pregunta esto a menudo. Nunca sé cómo responder. No podemos elegir qué o a quién amamos, quiero decir. Simplemente no tenemos elección.” 

Bluets, Maggie Nelson 

Soy un ser acuático. Siempre me había gustado el agua pero, desde que nado a diario, mi naturaleza-pez se ha impuesto sobre el resto. No es de extrañar que, ante un título como Bocetos de natación, haya decidido sumergirme en este libro. 

Leanne Shapton (Mississauga, Canadá, 1973) fue nadadora en su adolescencia y juventud, representó a Canadá en competiciones internacionales y estuvo a punto de ser atleta olímpica. En su caso la natación fue una opción no escogida por ella sino por su hermano Derek (él catorce años, ella doce) y, por aquello de “que los dos niños hagan lo mismo”, sus padres matricularon a ambos en las clases. Lo que comenzó de forma casual se reveló como un don innato (“instinto para el agua” según su primer monitor) en el que fueron reparando todos sus entrenadores. 

La niña Shapton nada, la niña Shapton entrena (y hoy recuerda el premio de los Timbits -dónuts en forma de bolitas hechos con la masa que sacan del centro de los donuts- al final de los entrenamientos con Tom), la niña Shapton compite (“hay una ondulación durante el largo deslizamiento subacuático, un tenso y ligero suspiro de esfuerzo, una brusca exhalación, un gruñido junto a la patada de mariposa”), la niña Shapton descubre el binomio deporte-dolor (“antes de cada carrera frotaba las manos contra la base de la plataforma para que estuvieran irritadas y más sensibles dentro del agua”), la niña Shapton acepta la indivisible pareja natación-frío (“durante los primeros cien metros el agua está resentidamente fría. En vista de todos los metros que faltan y del entrenamiento intermitente, el lloriqueo interior se convierte en gemido”), la niña Shapton idolatra a sus entrenadores y ellos a ella (“es una relación como de guardián, padre, madre, jefe, mentor, carcelero, médico, psicólogo y maestro”), hasta que la no-niña-sí-joven Shapton decide dejar de competir y pasa a ser una nadadora prescindible, la que lleva la letra escarlata del “ya no quiero tanto” cosida al bañador.  

Bocetos de natación no es un libro sobre la natación. Bocetos de natación no es un libro sobre el deporte. Bocetos de natación no es la biografía de una atleta (por más que persista la bicefalia nadadora-público “su cabeza sale a la superficie y vuelve a sumergirse; con cada respiración el clamor del público es fuerte y sordo, fuerte y sordo; un coro de trinos y salpicaduras estalla a los costados de su gorro”). Bocetos de natación no es el típico libro de memorias casi-post-olímpico. 

Bocetos de natación es la exploración de la propia autora desde el agua (“me gustaba la idea de un cuerpo hidrodinámico, los remolinos y las ondas, las repeticiones, el bordado de la natación”). Bocetos de natación es un conjunto de reflexiones sincopadas desde la natación (pensamiento vs brazada) pero acerca de la vida, la familia, el amor, la vocación, las pasiones. Bocetos de natación es la gráfica electrocardiográfica del paso de la natación competitiva a la natación recreativa en Shapton (“Soy capaz de entender los floreos, lo conceptual, lo raro, lo inspirado y lo fantástico. Pero James me introduce en la noción de entrar al agua simplemente como bañista”).  

Las plataformas de salida, la gran masa de agua quieta y transparente, las juntas mugrientas entre los azulejitos blancos, las corcheras bien tirantes con su marca roja cada quince metros, los banderines para los nadadores de espalda, el silbido de salida… Shapton visualiza carreras contrarreloj con el microondas marcando su tiempo en 1:11:00 (un ejercicio que a día de hoy sigue haciendo), reflexiona sobre el daño existencial (“era como si el dolor que sentía fuera del agua sirviera para recordarme que me volviera a meter en la piscina donde, después de cruzar cierto umbral, las molestias desaparecían”) y compara los dos ámbitos en los que mueve: el arte y el deporte (“la disciplina artística y la disciplina deportiva son parientes cercanas; requieren lo mismo, una práctica para nada especial: tediosa y oscuramente invisible, privada e íntima pero siempre sagrada”). Si antes Shapton tenía los dedos arrugados por el agua, ahora “están manchados de tinta”, la tinta de la admiración por Lucian Freud, Jim McMullan, Leon Kossoff, David Hockney (ilustrador del poster de los Juegos Olímpicos de Munich en 1972: “un hombre tirándose de cabeza, el agua de la piscina en una rejilla movediza, la luz en tonos aguamarina y blanco”) y, sin tinta mediante, la también explícita admiración por: Glenn Gould, David Mamet y la fotógrafa Daria Scagliola con su serie en blanco y negro de treinta piscinas holandesas. 

De su época de nadadora a Shapton le queda un amor-curiosidad irreductible por las piscinas que la lleva a aprovechar sus viajes familiares y sus compromisos internacionales como ilustradora para nadar en tantas piscinas de hoteles o municipales como puede (“Me atraen las piscinas, todas, no importa lo pequeñas que sean o lo sucias que estén. Ahora, cuando nado, entro al agua como si tocara distraídamente una cicatriz. Mi nado recreativo es un fantasma de mi nado competitivo”). De esa afición dan fe sus bocetos de piscinas incluídos en el libro, rectángulos desde diferentes perspectivas o círculos ovalados, todos en gamas de azul-oscuro-clorado y que aluden al Centralbadet de Estocolmo, la Laugardalslaug en Reikiavik, la del Babington House en Somerset (¡piscina en la que James le pidió matrimonio!), la del Claremont Hotel en Berkeley, la de Tunkhannock Creek en Pensilvania, la del Château Laurier en Ottawa, la Stadtbad Mitte en Berlín, la del Hotel Durrants en Londres, la singular Aussenbad del Hotel Therme Vals en Suiza (con sesiones nocturnas en silencio), la del Westin en Montreal, o la Piscine de Pontoise en París. Siguiendo el recorrido acuático de Shapton no he podido resistirme y, una vez localizadas y vistas algunas de estas piscinas, he confeccionado una lista-itinerario que tal vez algún día pueda completar. 

A las capacidades acuáticas de Shapton se une con el tiempo su vocación artística y Bocetos de natación es un hermoso objeto-libro a resultas de ambas. A los textos de la evocación del pasado se unen diversas series de acuarelas: sus compañeros nadadores en diversos tonos de azul-cloro (Aidan y su camiseta de U2, Stacy que no le cae bien, Peter y su “pulcra raya al lado”, Colleen y su “culo sonriente”, Stan que le dice “para saber si se tiene mal aliento hay que lamerse el antebrazo y olerlo”, Agnes y su pelo largo y rojo…);  las gamas de colores “olfativas” (sic) con forma de charco de significados curiosos (dobladillo de abrigo, aparcamiento de instituto, compañero de equipo, medalla…); las fotografías negro-cloro-azuladas de su colección de bañadores con la historia de cada uno de ellos (dónde lo compró, para que lo usaba -entrenamiento, competición, lúdico-recreativo-, alguno incluso fruto de un trueque a cambio de diseños); o los dibujos de piscinas diversas que ya he mencionado. 

El texto va y viene desde su época más competitiva, con campeonatos por todo Canadá y Estados Unidos, hasta las escenas íntimas con su familia y con James, su pareja. En capítulos cortos, sin orden cronológico, Shapton recuerda, nada, explica, nada, revive, nada, imagina, nada, alude, nada, se enfada, nada, reaviva, nada, añora, nada… (“Me sigo percibiendo como una joven nadadora, como una atleta neutra, andrógina. Pero sin mi Speedo soy una bañista, un cuerpo. A medida que me acerco a los cuarenta, la nadadora que soy se autoerosiona para dar lugar al reino del matrimonio y la familia, signado por la gravedad. La natación es mi juventud incorpórea, pero me estoy convirtiendo velozmente en un presente corpóreo”). Y todo desde una escritura limpia, sin florituras, transparente como el agua, lírica en algunos momentos (“los vestuarios son como valses de miradas que se evitan”, “ese velo interno y melancólico del deportista en reposo”), y crítica consigo misma en otros. Leyendo Bocetos de natación es inevitable recordar De qué hablo cuando hablo de correr, de Haruki Murakami, otro libro en el que el deporte va mucho más allá del mero hecho deportivo para reflexionar sobre la literatura en general y sobre la escritura en particular. 

Descubrir la natación, disfrutar con el frío del invierno en las brazadas, nadar de día o de noche, cubrirme con una membrana acuática, sentirme como un pez-niña gozando con el aprendizaje y, sobre todo, encontrar el botón de off para el ruido de la vida. Eso es la natación para mí. Leo algunas palabras de Shapton y son un calco literario de mis pensamientos. ¿Nadar? Sí, nadar es esto: “Mientras nado mi mente divaga. Hablo sola. Lo que llego a ver por las gafas de natación es difuso y aburrido, la misma vista largo tras largo. Van apareciendo al azar recuerdos triviales e inconexos, una vívida sucesión fotográfica de pensamientos. Se encienden y se desvanecen, como esas ideas flotantes, periféricas, previas al sueño. Cada pensamiento dura un cuarto de largo o medio largo, o como mucho un par de largos. Mis reacciones a estos pensamientos burbujean en el agua, contra mis labios…” 

Coda 1: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar”. 2 de agosto de 1914, Franz Kafka en sus Diarios. 

Coda 2: Inicio con esta reseña una serie denominada El ciclo del agua. Mi naturaleza acuático-literaria así lo exige. 

 


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