Blanco y negro, de Junichiro Tanizaki (Satori) Traducción de Daniel Aguilar | por Juan Jiménez García

Junichiro Tanizaki | Blanco y  negro

Hay en Blanco y negro un gusto por el juego, por la literatura como juego e interrogación, un juego de muñecas rusas, de espejos, por el que Junichiro Tanizaki escribe una novela por entregas para una revista sobre un escritor, Mizuno, que escribe relatos para una revista, entre ellos, el último, sobre un asesinato perfecto. En todo ello, está la confusión entre la ficción y la realidad, convertida en una gran broma, en un lío que se precipita hacia su irónico desenlace. Un lío que está fundamentalmente en la cabeza del escritor (Mizuno), un personaje cobarde pero que sueña con un personaje capaz de desprenderse de remordimientos y conciencia, primero en cosas sin importancia hasta llegar al asesinato, prueba última de haber realizado el camino correcto. Pero eso es la ficción de la ficción. Mizuno, como decía, es un cobarde, un escritor enredado en sus deudas, en su escritura, en los plazos, pero, fundamentalmente, en su pereza, en su desidia, en los argumentos que se da una y otra vez para no hacer nada, en su lucha constante contra las circunstancias y sus erráticos pensamientos. Tal es así que, escritor de novela negra, acaba siendo el mismo parte del género. Y todo por una errata, al cambiar el nombre de la víctima de su relato por el del modelo real de esa víctima, el periodista Kojima, un hombre gris, pero reconocible, Mizuno se entrega a una comedia de las equivocaciones. ¿Y si el asesinato ocurre realmente? Las circunstancias son plausibles. Efectivamente, todo puede ocurrir como está escrito porque está basado en la realidad. No era su intención, pero así es. Algún hombre en la sombra podría cometer este asesinato al hilo de su relato, y entonces… ¿Y el propio Kojima? ¿No se dará cuenta de que es él el asesinado? Tanizaki sigue el hilo de pensamientos de su asustadizo compañero de profesión.  

Pero no solo eso. En este caradura atormentado por sus propias dudas, entregado a una conversación consigo mismo, que ya hasta reproduce a viva voz, también hay lugar para algo parecido a una escapatoria, que no deja de ser otra vuelta de tuerca. En su intento de huir al destino por el mismo trazado, concibe un segundo relato y ahí empiezan verdaderamente los líos. ¿Y Tanizaki? Aprovecha la ocasión para, entre esos tintes de novela negra, presuntos asesinos y presuntos asesinados, volver a temas que le son queridos, como la relación-fascinación con occidente o la perversidad, a través de una prostituta alemana, lo cual nos da alguna página memorable, travesías nocturnas y pobres iluminaciones en la cabeza de Mizuno. Todo punteado con el humor de esa relación entre el escritor de moral satánica y la revista para la que publica, retrato del mundo editorial y de la precariedad de la vida de escritor. Como no podía ser menos, en Blanco y negro encontramos a Tanizaki enfrentado a los mismos problemas prácticos de su Mizuno. Olvida algunos detalles de sus propias entregas, vuelve sobre lo ya escrito, repitiéndose,… Y sin embargo, ¿qué importa? Su escritura, su capacidad para crear personajes que podrían pasar por grotescos pero que son pura humanidad (en el sentido de pertenencia), lo turbio o lo inquietante, nos arrastra como un torrente de palabras. A cada cual lo suyo. Personajes, historia, encuentran su acomodo y hasta su sentido, en la deriva mental de ese escritor de revistas que soñaría con ser un inquietante Oblómov callado, pero moderadamente mujeriego, que deja morir sus agotados pensamientos, no exento de mezquindad. Un veleta, un caprichoso, un paseante de sus delirios. Un pobre tipo enfrentado a los problemas de la ficción.


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