Hijo de un dios caníbal, de Juan Alcudia (Atlantis) | por Juan Jiménez García
Nunca fui mucho del mundo de la literatura de horror (o del cine). Siempre demasiado asustadizo, la realidad circundante me bastaba (dicho hoy en día, ¿hay algo más terrorífico que los telediarios, con toda esa sangre vertida y banalizada?). Supersticioso, cualquier lectura de este tipo era un estupendo motivo para echarle la culpa de todos mis males cotidianos (aquella lectura abandonada de El golem de Gustav Meyrink). Y sin embargo siempre me he preguntado por aquello que me asusta. El miedo a lo físico, el miedo a lo intangible. Juan Alcudia, que ya había dado buena muestra de sus obsesiones y formas en Détour, parece pensar lo mismo en este Hijo de de un dios caníbal, conjunto de relatos que se agrupan en carne y espíritu. Es decir, en el horror material y en el horror inmaterial. En lo que es y en lo que intuimos.
Decimos: nada más terrorífico que la realidad. Pensamos: solo se puede temer aquello que se intuye (y de algún modo se conoce). No existe el miedo a lo desconocido. Los relatos de Juan Alcudia se instalarán ahí, en lo cotidiano. También en lo real. Lo cotidiano podría ser Piel de membrillo, el día a día del chico inmigrante recién llegado, un morito del que reírse y al que humillar, pero al que el conocimiento de las oscuridad liberará (por algún momento he pensado en el método más prosaico del bate de beisbol en el Violent cop de Takeshi Kitano, y su efecto sanador sobre nuestras propias humillaciones). Ahí también estará El círculo de carne, otro acto de venganza a través de sortilegios, para acabar en una circularidad interminable de sufrimiento físico. Lo justo es lo justo. A imagen y semejanza será otra cosa. Aquí la víctima es el culpable, pero eso poco importa. La venganza será la misma. La sangre será devuelta con sangre. El sufrimiento con sufrimiento. No es una cuestión de buenos o malos, sino simplemente de un estado de las cosas en el que nada es lineal y será necesario no olvidar ningún instante, volver a pasar por todo, corregir la historia (pequeña, historia pequeña de gente abandonada).
Hijo de un dios caníbal, relato, será el terreno propicio para que Juan Alcudia encuentre todo su potencial. Escrito en la primera persona de un japonés caníbal que realmente existió, Issei Sagawa, es tan cotidiano como terrorífico. Ya no necesitamos ninguna invocación. Simplemente hay que contar las cosas, porque eso es lo terrorífico. Ese mal de andar por casa, tan sencillo, tan práctico, que nos intimida. Acercarse a un personaje que, encima, se contó él mismo, se exageró inclusive para satisfacer a su exigente público: nosotros, el resto de la humanidad. Retrato de un perdedor que solo ganó una batalla (una víctima devorada), pero fue suficiente. Vida de miserables. Todo un tema. Ahora vemos las fotografías reales de este hombre, las superponemos al relato y obtenemos algo así como lo terrible.
Los Cuentos de la carne se cerrarán con La hora azul. Otra vida de miserable. Otra vida de miserable real, en este caso Enriqueta Martí, conocida como la vampira de Barcelona (aunque era una vampira desprendida: extraía la sangre de sus víctimas en bien ordenados rituales para dársela a los ricos que le pagaban por ella). De nuevo, no habrá nada más terrible que la verdad.
Tras estas muestras de horror físico, pasaremos al horror intangible, aunque presente. Los Cuentos del espíritu nos llevarán hasta Galicia, en una muestra de terror rural, en Casa de campo, donde lo extraño, la sensación de formar parte de algo que no cuenta contigo, aun arrastrándote, construirá un relato de ambigüedades, de puertas-vidas comunicantes. Tras él Espinas ceñirán tu frente nos llevará a un descenso a los infiernos, con tintes de Bildungsroman o novela de aprendizaje, solo que aquí ese aprendizaje será hacia lo más bajo (o lo más alto) de la miseria humana. Las puertas comunicantes, los mundos que atraviesan el tiempo, que crecen ante nosotros, que se convierten en objetos malignos, protagonizarán Entre el cielo y la tierra, relato en el que su protagonista, un fotógrafo con un pasado nada digno de ser recordado, se enfrentará en una ciudad desierta, abandonada, inhabitada, con fantasmas ajenos y propios.
El libro se cierra con otro relato japonés (de parecida crueldad al de aquel caníbal). Tiempo histórico, tiempo de nuevo circular, vidas que se prolongan y la incapacidad de su protagonista para llegar al placer si no es a través del sufrimiento y la muerte de los demás. Mujo cerrará el recorrido de Juan Alcudia por la vida, la muerte y lo que está entre medias, lo desconocido-intuido, con esa habilidad suya para la reconstrucción de vidas nada gloriosas. Y nosotros nos quedamos con la idea de que el horror es algo que está en nuestro interior, esperando. A alguien, a algo.