Violación. Una historia de amor, de Joyce Carol Oates (Contraseña) Traducción de Pepa Linares | por Óscar Brox

Joyce Carol Oates | Violación. Una historia de amor

Corto. Directo. Brutal. Si algo demuestra la carrera de Joyce Carol Oates es su habilidad para acomodarse a cualquier género y longitud, del gótico americano al policiaco más elemental, del biopic en falso a la reflexión sobre el boxeo. Relato, novela, ensayo. Su prosa concentra la economía narrativa del noir con el vuelo y la hondura del estudio de personajes. Pocas palabras, las justas, y la impresión de que su escritura maneja todos los mecanismos literarios en el menor espacio posible. Pensemos en Violación. Una historia de amor, novela corta, turbulenta, con múltiples puntos de vista en una historia que es al mismo tiempo una venganza, una crítica, un policial, una reflexión sobre una América descompuesta y, en efecto, un cuento de amor.

Lo primero con lo que nos topamos al abrir el libro es el batiburrillo moral de los suburbios de Estados Unidos. Esa genuina mezcla de odio, terror y autoridad moral (¿de quién? Nunca se sabe) que retuerce hasta lo indecible lo que el lector sabe desde la primera línea: que a Teena Maguire la han violado. Que su hija ha sido testigo del ataque. Que ambas han sobrevivido. Que a la justicia, cuando se trata de una cuestión de género, le tiemblan las piernas cuando ha de dictar sentencia. Y eso es todo. Oates conduce la lectura de un personaje a otro, saltando de sus pensamientos interiores a la opinión pública, del pasado al presente, componiendo el retrato de un animal herido y de otro moribundo (ay, América), preguntándose (la novela es del 2004) si todavía estamos en un tiempo de héroes o es que la justicia, las leyes, han aceptado su rol secundario en la sociedad.

Oates escribe lo justo, ágil y resuelta. Y, sin embargo, cuánta belleza en su descripción del policía John Dromoor (Le gustaba poner las cosas en su sitio. La ley, la buena conducta, el valor en el servicio, el ojo por ojo y el diente por diente. Esas abstracciones). Solo un par de líneas y ya está todo dicho: la ambigüedad con la que los personajes leen la justicia, la confianza en la Ley o la necesidad de restablecer un equilibrio que, visto así, parece más bien natural. La agresión a Teena resulta repugnante vista desde el caleidoscopio de voces, interiores y de coro, que reúne Oates en el texto. Y, sin embargo, casi resulta imposible rebatir los argumentos que el abogado defensor de los acusados utiliza para librarles de la cárcel. La forma en la que, a través de los argumentos para provocar la duda, la novela esgrime una crítica nada velada hacia la infantilización social. Hacia la regresión que una parte del país se empeña en llevar a cabo cuando deja que sea su instinto el que guie las decisiones que toma. Se lo tenía merecido.

Violación es, también, una historia de amores. El de Teena con su autonomía y femineidad, dos conceptos que crispan los nervios del establishment; el de Dromoor con el Cuerpo y una bandera que no es una puta cosa (Oates dixit). Que revela algo más: una relación de identidad, una identificación con el territorio, un signo de pertenencia y una brújula en un periodo particularmente turbulento. Pero, en efecto, hay más historias: la de Dromoor con su mujer y Teena; la de Bethie, la hija, con el policía que aplica su ley para hacer justicia; o la del novio de Teena, hundido no se sabe si por su masculinidad herida o por no defender a su mujer del ataque (al fin y al cabo, no estaba presente). Y aún habría otra historia de amor, probablemente la más turbia: la de un país que se ha hartado tanto de reclamar sus libertades que ha terminado erosionando todos sus estamentos para ello. No en vano, la novela de Oates radiografía un fracaso social, una muesca más en la comunidad: cuando la Justicia, en mayúsculas, no es capaz de atender a las víctimas e impone que sean esas otras formas de justicia, las que cada cual dicta acorde a sus instintos, las que se encarguen de ello. Digámoslo así: Oates aplasta a sus personajes en un ambiente retorcido y viciado, nauseabundamente moral y políticamente conflictivo, en el que no solo se viola el cuerpo de la mujer sino también ese otro cuerpo, social y moral, de Norteamérica. Sin aspavientos ni manierismos literarios. A partir de una narración corta, directa, seca y, por supuesto, brutal.

En Blonde, su extraordinaria ficción alrededor de Marilyn Monroe, Joyce Carol Oates señalaba algo parecido a que Hollywood (y, por extensión, América) era una gran cama redonda. O una gangbang, si tenemos en cuenta la devastación de un mito como Monroe. Esa idea está más que presente en las ampollas que levanta una lectura como Violación. Una historia de amor. En su forma de retratar todas las violencias, en las heridas visibles e invisibles tras la agresión y en la desesperación y el estupor con los que Teena observa la manera en que se desarrollan las cosas. Cómo su ataque, explicado desde todas las perspectivas, se convierte en un amasijo de palabras confusas, de argumentos maleables, de opiniones a las que se les puede dar la vuelta. Otro punto de vista. Y para una maestra de las palabras como Joyce Carol Oates, en definitiva, no sería raro pensar que en esa violencia, en ese retorcido mecanismo a través del cual comparte impresiones, versiones y la historia real, se halla la verdadera violación de la novela. El golpe más brutal.


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