Defensa de la creación, de José Antonio de Ory (Ediciones Asimétricas) | por Francisca Pageo
Supongamos que una persona quiere escribir una disertación sobre la creación (¿Pero qué es exactamente? ¿De dónde viene? ¿Para qué la necesitamos? ¿Son los artistas los únicos que logran entenderla? ¿Qué preguntas y respuestas buscamos en ella?), pero no quiere ser lo suficientemente académica. Si así fuera, ese texto, esos argumentos, dejarían de dar paso a lo que sería un ensayo personal. De este modo, nos encontramos ante el texto de José Antonio de Ory. Un ensayo no unilateral sino multidireccional sobre la creación y lo que esta implica. Un ensayo que aborda los problemas de la creación, especialmente en el ámbito de la cultura.
Hay algunas preguntas que nos rondan en la cabeza mientras leemos este pequeño libro: ¿Para qué sirve la creación? ¿Qué valores miden la cultura? ¿Debemos ser críticos con ella y con el resto de la sociedad? ¿Qué es la creación cultural exactamente? Así, José Antonio de Ory se mete de lleno en las preguntas y nos las explica a su manera; nos lleva a dotar de un sentido la creación, nos lleva a los diferentes pensamientos que tiene cuando analiza estas cuestiones, nos ofrece un punto de luz pero también vemos estas preguntas anquilosadas, pues se detiene en ellas, las retuerce un poco y nos incita a preguntarnos a nosotros mismos por ellas. Porque la creación, al fin y al cabo, surge de un individuo, no de la masa, sino de la persona que quiere transmitir sus emociones, sus pensamientos y sentimientos de manera estética y única.
Aun así, de Ory nos comenta cuán importantes son los gestores culturales y los comisarios para que florezca el arte en la sociedad, para que los artistas tengan un espacio en el que desarrollar su voz, para que el arte pueda tener un espectador. Pese a que en estos tiempos Internet haya logrado hacer que el artista por sí sólo pueda mostrar su trabajo sin este tipo de gestiones (véase cómo las redes sociales, páginas personales y blogs han llevado a esto), el gestor cultural en la sociedad toma un papel fundamental. Ahí tenemos a los programadores de cartelera de un teatro o de un cine, a los editores de libros, todos necesarios y a la vez extraordinarios en su función, sin hablar y dejando de lado la calidad misma de estos. Ellos crean la cultura del pueblo, la cultura de la que nos alimentamos, la cultura que dejamos atrás y la que está por venir. Aunque hay cierta complacencia en ella (¿quién ve una película para preguntarse cosas? La gente, en general, suele verla para entretenerse; lo mismo pasa con el teatro y con los libros), de Ory nos incita a que veamos estos productos como productos de cambio y pensamiento, productos que nos hacen pensar además de hacernos sentir. Y qué razón tiene. Realmente así es como deberíamos ver la cultura, como un producto que consumimos para poder preguntarnos por nuestra psicología, por nuestra posición en el mundo y por todo lo que nos rodea.
Detenerse en la creación y en la cultura es hacernos preguntas. Continuamente. Al menos a mí es lo que me sucede y así es como logramos que la cultura se mantenga viva, a flote, gracias a nuestra incursión en sus profundidades. El valor de la cultura debería medirse en cómo de responsables nos hacemos de ella. Todos deberíamos hacerlo si realmente queremos que exista. Deberíamos apoyar a los artistas, deberíamos asistir al teatro o al cine, comprar libros e ir a los museos. Así se mantendrá viva. De este modo, hallaremos algo por lo que merece la pena vivir y dejaremos un legado de insoluble valor a nuestros descendientes.