La promesa de Kamil Modrácek, de Jiří Kratochvil (Impedimenta) | por Juan Jiménez García
Hubo un tiempo en Checoslovaquia en que los años eran cincuenta y algo. Érase una vez una ciudad que se llamaba Brno, no era tan bonita como aquella Praga mágica, pero tenía el encanto de las amigas feas, tras las que nadie iba pero que escondían un gran corazón. Brno era la ciudad de Bohumil Hrabal o Milan Kundera, y hubo un tiempo en el que fue comunista, comunista paranoica (una ideología política muy extendida por la zona). Jiří Kratochvil también nació allí, y sobre aquella ciudad escribió y contó sus días y su vida. Ahora nos llega La promesa de Kamil Modrácek, vía Impedimenta, un apasionante relato de aquellos años, en lo que vendría a ser una perversa variante de La broma: si una trataba la pérdida del sentido de la venganza, diluido por el paso de los años, esta no deja de ir sobre el sentido perdido de la venganza.
Kamil Modrácek es un arquitecto caído en desgracia. Durante un tiempo creyó que podría cambiar el mundo con su arquitectura, durante otro pensó que podría cambiar su vida a través de ella (ganando dinero construyendo horribles mansiones) y, finalmente, ahora no piensa nada: son los demás los que piensan por él y lo condenan al ostracismo, pero sin dejar de tener muy presente que no se olvidan de su persona. Quedarle no le quedan muchas cosas, resumiéndose realmente en dos: una mujer a la que ignora y una hermana pintora a la que adora. Fuera de eso tiene al teniente Láska, su particular perseguidor en un mundo de burócratas y policías.
La vida, mientras tanto, discurre plácidamente para los estándares de la época (es decir, infernalmente), y todo el mundo vigila a todo el mundo, sin saber muy bien en qué parte de la historia está uno según el momento. Kratochvil de eso entendía un rato, e, irónicamente, convierte a su madre y a él mismo, con su hermano, en personajes vigilados tras la fuga, frontera a través, del padre. Y eso será también La promesa de Kamil Modrácek: una historia irreal que podría ser real; es más, lo fue a su manera.
Cuando el azar pone a Modrácek su venganza en bandeja, y cuando decide no dejar pasar ese destino y aferrarse a una idea, empieza para él (y algunos más) una aventura que solo puede tener un final (pero no, error, tendrá dos): acabar por reproducir aquello mismo que le oprimía y crear una traslación utópica (a escala reducida) de aquel país cerrado y enterrado en el que acabó viviendo (él y tantos otros, todos). Quizás para venir a decirnos que el sueño de la razón (sinrazón) produce monstruos, monstruos que no solo tienen apariencia humana, sino que son, a su manera, humanos.
Como la Historia es algo colectivo, Kratochvil construye una narración en la que se alternan las voces, en las que cada personaje asume su papel y cuenta una parte de su historia, una historia que entre todos irán lentamente construyendo, hasta llegar a ese destino final, cruel, como la vida de aquellos precarios cincuenta y tantos checos. Y es que, después de todo, aquella fue una época de víctimas, pasadas, presentes y futuras; una novela negra que en realidad es de color gris, gris triste, llena de temores y de la certeza de aquel tiempo vivido no podía ser el mejor de los tiempos y, como decía el señor Kundera, en el que la vida está en otra parte.