Flametti o el dandismo de los pobres, de Hugo Ball (Berenice) | por Juan Jiménez García
Un cinco de febrero de 1916, en un Zúrich que se nos antoja frío y quién sabe si lluvioso (pero igual en esto somos demasiado atrevidos), Hugo Ball y su esposa, Emmy Hennings, fundaron algo que convinieron en llamar Cabaret Voltaire. Y aquello pasó a la posteridad (ellos no tanto). E igual aún queda alguien que se pregunta por qué aquel lugar con nombre de grupo musical o editorial española pasó a la posteridad, y es bien fácil, o quizás no: el Cabaret Voltaire fue donde se inició el dadaísmo, aquella vanguardia artística que pretendía atentar contra todo lo artístico, y que, abandonando tierras suizas y a través de traumáticos cruces y lanzamientos varios de objetos (perdido el amor inicial), acabó dando lugar al surrealismo, que ya es como algo más conocido (aunque solo sea como adjetivo multiusos): André Breton descansaba sobre el cadáver de Tristan Tzara, aquel extravagante rumano veinteañero (ni eso, en aquel cinco de febrero), que unió sus fuerzas (destructoras) a las de Ball.
Hugo Ball, con aquel Cabaret Voltaire, quería realmente crear eso (y eso era): un cabaret, un cabaret político artístico. Huido de una bélica Alemania a aquella pacífica Suiza, se dedica a tocar el piano en compañías de variedades, mientras su mujer hacía de soubrette. Tiempos difíciles. Tiempos difíciles que contará, debidamente escondidos ambos tras otros nombres, en Flametti o el dandismo de los pobres, editada por Berenice, en lo que no es la historia de una de las compañías que frecuentó, la de Flamingo (es decir Flametti), antes de fundar, desastrosamente, la suya propia y acabar en aquel 1916 que representaría el comienzo de otra cosa.
La obra tiene algo muy de su época, una narrativa que se puede encontrar en otros autores de aquellos años y también en los conflictivos años entre guerra y guerra. Personajes intensos viviendo pintorescas situaciones en una economía de miseria, enfrentados a destinos no muy gloriosos, cercanos a la supervivencia. Todo ello bajo una rica paleta de colores, que nos devuelve perfectamente el aire de aquel tiempo. A Ball lo que le interesa al contar su propia vida en aquella compañía es trazar una épica de las personas pequeñas, personalizada en ese director enérgico, capaz de salir todas las mañanas a pescar para lograr pagar a los empleados, además de alimentar sus propios sueños de grandeza; en fin, esa obra que le lanzará a la fama y le permitirá abandonar los antros habituales, además de reconocer su valía y, de paso, escapar de sus deudas y la policía. Y bien, ese momento lo tiene, pero como suele ocurrir, será esa especie de espejismo en un desierto interminable para acabar peor que estaba, si eso era posible.
Novela de iniciación (al desencanto), Flametti o el dandismo de los pobres, no nos dará demasiadas pistas sobre ese dadaísmo por llegar. No encontraremos ningún ambiente intelectual, ni tan siquiera las ganas de acabar con todo lo establecido. Y, sin embargo, sí, algo hay, porque cualquier movimiento artístico (o antiartístico, si eso es posible) no puede escapar a su tiempo, y eso es precisamente lo que recorre, con paso firme, brillante, esta obra: la vida, el tiempo, los lugares, las esperanzas y desesperaciones de unos años terribles, locos, fugaces y escurridizos.