El caso N’Gustro, de Jean-Patrick Manchette (RBA) Traducción de Ramón de España Renedo | por Juan Jiménez García

Jean-Patrick Manchette | El caso N'Gustro

Aparecida el mismo año que su primera novela, Dejad que los cadáveres se bronceen, Jean-Patrick Manchette con El caso N’Gustro venía a querer decir que escribía para quedarse, que la escritura era una manera como otra de lanzar al mundo todo una rabia y que él no sería otro más, otro escritor más, otro escritor de novela negra más. Si la primera era una obra imperfecta, una especie de duelo del oeste sin oeste, de pulso narrativo en el que había que mantener la tensión ayudado tan solo por la muerte, prescindiendo de todo, su segunda novela fue algo más complejo. Como si se hubiera desembarazado de esa necesidad de morir, en ella solo queda el miedo. El miedo que es tan frío como la muerte. El miedo que es tan persistente como el odio.

El caso N’Gustro es una novela negra en la misma medida que es una novela política. Y es una novela política en la medida en que es una novela de formación, una especie de retrato del fascista como perro rabioso. El gran vómito. Inspirada en el secuestro y desaparición de Ben Barka, político de la oposición marroquí que acabó en manos de los servicios secretos franceses para ser entregado a sus verdugos, su protagonista no será N’Gustro, su igual, sino que este será una simple excusa, un pedazo de carne lanzada como cebo, para construir la historia de Henri Butron, un joven de su tiempo.

¿Y cuál es su tiempo? Los años de plomo franceses. La guerra de Argelia, mayo del sesenta y ocho, el final de gaullismo,… Si alguna cosa se había aprendido era a radicalizarse a nivel personal, tanto a derecha como a izquierda, y el juego sucio del Estado, convertido en ese monstruo perturbador de turbias y cambiantes aspiraciones. Henri Butron se adaptará. Su interés es el dinero y el sexo, pero, como bien dice, el primero consigue lo segundo, luego mejor centrarse en ese primer punto. Primero empezará con robos de coches como algo práctico, para su uso y disfrute personal, pero la casualidad le llevará a partirle la cabeza a un tipo. A partir de ahí, vendrá el ejército. Argelia.

El ejército le durará poco. Un accidente lo devolverá a Francia y al colegio, a la vida de provincias de su Rouen. Y con todo esto, la necesidad de crear un personaje. Está la materia prima y solo hay que darle a la gente lo que quiere. Butron no siente apego por nada, solo por sí mismo y los billetes. Si por él fuera se pasaría el tiempo follando y durmiendo. Aun así, acabará metido en grupos de derechas, simpatizantes de la OAS (la organización terrorista surgida al calor argelino), lanzadores de bombas, partidores de cabezas y cuerpos, en enfrentamientos con la izquierda radical. Podría estar ahí como en cualquier lado. Solo es una manera más de sacar todo su odio, su rabia, su violencia.

No irá muy lejos. A París. El caso N’Gustro acabará con él. Su propia vanidad, esa especie de sentimiento de sentirse imbatible, entre la mentira y la turbia verdad. Un negro y un blanco derribarán la puerta. Le meterán una bala en el corazón y se llevarán la historia de su vida, que ha ido contando impacientemente, salpicada de un heroísmo de macarra, de hijo de puta, de héroe de la nada. Su cinta no servirá para delatar nada, para acabar con nadie, para destruir ninguna cosa más que a sí mismo. Solo servirá para que el cacique de turno se divierta escuchándola, una larga noche. Para que se excite con sus aventuras sexuales o para que se parta de risa con sus conjeturas y con esa vida intensa que piensa llevar. Esto es el principio. No es necesario crear una tensión innecesaria, ningún atisbo de esperanza.

Para Jean-Patrick Manchette también era el principio. En su novela está todo, pero sobre todo esa rabia de escribir, esa frialdad que no deja ningún espacio a la ternura porque la ternura es algo que no existe o muy poco y dura aún menos. El escritor solo puede ser ese testimonio y su obra el acta levantada sobre un cadáver.


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