Una historia de la luz, de Jan Němec (Errata Naturae) Traducción de Elena Buixaderas | por Juan Jiménez García
František Drtikol en realidad quería dibujar. Estudiar Bellas Artes, dibujar. La vida (y, más tarde, la posteridad) lo convirtieron en un fotógrafo en unos tiempos en los que la fotografía buscaba su razón de ser más allá de la reproducción sin más de lo que allí estaba. Así, Drtikol se convierte en uno de los primeros artistas checos en este medio, a caballo de las vanguardias, que, por otra parte, tampoco frecuentó mucho (socialmente). Una historia de la luz es la historia de su vida o de una parte de ella. Digamos que su vida atravesada por destellos de esa luz y también de esa oscuridad, dado que una no podría existir sin la otra. La obra de Jan Němec es la reducción de esa vida a unos instantes. Y cómo esos fragmentos son capaces de devolvernos todo. Lo que está y lo que no está. Como una fotografía.
Primer momento. Příbram, Bohemia. Incendio de la mina de Santa María. 1892. Drtikol tiene nueve años. Mueren más de trescientas personas y él está ahí. Su padre tiene una tienda de ultramarinos. Él dibuja. También aquella tragedia. Se encuentra con sus primeros fantasmas. Una vida en familia. Su padre. Cuando tenga que decidir qué quiere ser, su padre pensará que la fotografía es algo con futuro. Se puede ganar dinero (su consideración como arte queda muy lejos). Le meterá en el estudio de un fotógrafo como aprendiz. No aprenderá mucho. Solo que aquello que importa no es aquello que está haciendo.
Otro momento. Munich. Surge la oportunidad de ir a Munich a aprender el arte de la fotografía. O la fotografía como arte. Pensar la fotografía. Ha empezado otro siglo y con él empieza su otra vida. Cuando regresa de Alemania abre su propio estudio en el pueblo, pero poco puede hacer allí más que dejar pasar los días. Le espera Praga. Praga, un momento más. Al principio de la calle Vodičkova abre un estudio con un socio, que le aportará el dinero necesario. Empieza a hacerse un nombre, a ser conocido. Entonces le alcanza la guerra.
La guerra. Un fragmento más. Antes ha conocido a Eliška. Eliška Janská, belleza distante. Comprometida, él va tras ella y ella se deja perseguir. Pero siempre hay una distancia insalvable. Él cree ver en ella algo parecido al amor y la felicidad. Ella no le quiere. Se lo dice. Ahí acaba su primer desamor, porque amor… El aprendizaje de la decepción, mientras se suceden sus primeros intentos de hacer otra cosa. Le gustan los desnudos. No es el tiempo. Tampoco para aquellas mujeres crucificadas. Como cualquier precursor, su tiempo no es su tiempo.
Conoce a una bailarina: Ervina. Ervina Kupferova. Con ella el mundo de los artistas. El teatro. Se casará con ella, tendrán una hija, no serán especialmente felices. En algunos momentos, al principio. La pasión. Algo así. František Drtikol ya es un reconocido artista. Su estudio es frecuentado por las personas más importantes de su tiempo. Él sigue pensando en la luz. Encuentra nuevos colaboradores. Los pierde. Nuevos encuentros. El budismo que marcará el resto de su vida. El resto de su vida ya no está. Hasta aquí llega Jan Němec en su retrato, en sus diferentes escenas. Un retrato que se cierra allí donde se abrió. El padre, Příbram. Las minas. El santuario. Entre medias ha quedado todo. Drtikol sigue. La vida ha pasado página tras página como un suspiro. Fotografía, mujeres, familia, muerte, vida, resurrección. Lo logrado y lo perdido. Lo que está, lo que no está y lo que ya no estará. La escritura apasionada de Němec (aunque mantenga una calculada distancia en segunda persona) es capaz de mostrar el cuadro y el fuera de cuadro. Esa luz y esa oscuridad visible. No se trata de vida y milagros. Solo de vivir. Creer y crear. Sobrevivir a uno mismo y a los otros. A los vivos y a los muertos.