Cuentos de los mares del sur, de Jack London (Navona) Traducción de Inés Bértolo | por Óscar Brox

Jack London | Cuentos de los mares del sur

Los relatos marítimos conservan el fulgor de un tiempo en el que lo fantástico fluía por los contornos de lo real. Las islas encantadas, los barcos errantes, el tráfico de esclavos y los bajos instintos humanos componían la carta de navegación de aquellos que, como Melville o Stevenson, escribieron mar adentro. De aquellos que se empeñaron en capturar el brillo particular de cada momento fugaz que le pertenece al mundo. En ese horizonte de islas y archipiélagos, surcado de creencias, supersticiones y pasiones, que la Razón no sabía cómo abordar. Los Cuentos de los mares del sur, escritos por Jack London, persiguen ese rastro de aventuras que tenía lugar al otro lado del mundo mientras el siglo XIX entornaba sus ojos para recibir a la primera década del XX. Historias de nativos, de negreros y esclavos, de hombres de mar y escritores de ciudad empeñados en recorrer cada palmo de agua en busca de ese secreto que gobernaba el inconquistable océano.

De Melanesia a Tahití, de las tribus caníbales a los lugares dominados por el hombre blanco, London describe en sus relatos aquel viejo mundo en lucha constante contra las embestidas del nuevo. Un mundo en el que la naturaleza, indiferente, regaba las islas con tempestades y dejaba que cada hombre dirimiese sus cuitas personales a través de sus más bajos instintos. El paraíso que ya no era tal, en el que el hechizo del atavismo empezaba a claudicar ante las embestidas de la modernidad. Tan curtida como la de sus personajes, la mirada de London es despiadada y, también, delicada. No tiene reparos para mostrar la enfermedad y la violencia, la lenta devastación del entorno natural, mientras retrata la pureza de quienes todavía resisten. De esos isleños a los que escucha y persigue, de los que traza su comportamiento con las palabras más justas y protege, con sus páginas memorables, del ocaso inevitable de la Historia.

En Cuentos de los mares del sur se dan cita narraciones sobre la fuerza de la naturaleza, la soberbia de los expoliadores o la pureza de los nativos. En ocasiones, London perfila un relato como un paisaje de acción; el mar embravecido somete a sus personajes ante una tortura extrema, zarandeándolos de un lugar a otro en busca de ese puerto en el que atracar la maltrecha nave. En otras, el autor de Colmillo blanco cede su voz al narrador para evocar, quién sabe, un capítulo de su propia aventura; la amistad con un isleño, el viaje a bordo de una goleta con el peor traficante de esclavos o la relación que trabó con alguno de los hombres del viejo mundo mientras exhalaba su último aliento perdido en el paraíso. De ahí que su escritura tenga la crudeza de un retrato biográfico y el romanticismo de la crónica aventurera, la precisión de la carta de navegación y el candor del relato que se escucha junto a la hoguera, bajo el cielo estrellado. En el que los mitos del mundo antiguo, las tribus y los cazadores de perlas, reviven tras la voz del bardo ante la mirada atónita de quien, en alguna ocasión, ha fantaseado con todo aquello que se encuentra tras la línea del horizonte.

Viaje interior, relato de un tiempo encantado por el espíritu de la aventura, Cuentos de los mares del sur posee algunas de las páginas más extraordinarias de la historia de las narraciones marítimas. En El pagano, London explica con una prosa bellísima la historia de amistad durante diecisiete años entre un hombre blanco y un negro de las islas; el conflicto cultural, esa llamada a confiar en el lenguaje del corazón humano y ese postrero gesto, antes de la muerte, de reconocimiento mutuo. Áspero y, en ocasiones, amoral, London concede espacio al chiste sobre las imposturas contemporáneas en Las terribles Salomón, que desgrana la odisea de un pobre diablo al que todos quieren dar una lección para bajarle ese tono bravucón. También, para el empoderamiento de esa cultura esclavizada por el hombre blanco, que en Mauki tiene el retrato de ese primer gesto de rebeldía contra el explotador. O para la fuerza y la pregnancia de los cultos paganos, desde la antropofagia hasta la veneración por aquellos extraños visitantes que esparcían enfermedades desconocidas como si se tratasen del reflejo de la cólera de Dios.

En el Norte o en el Sur, la prosa de Jack London talló la belleza de una vida humana capaz de brillar en cualquier parte del mundo, a merced de las olas o de las tormentas de nieve, dominada por el ansia de vivir y por las dificultades para mantenerse con vida. Como si cada cuento visase esa primera vez en la que el hombre descubría el paraíso, conquistaba un nuevo territorio o sufría bajo el yugo de la naturaleza inclemente. Hechizado por los relatos de Robert Louis Stevenson, Marcel Schwob decidió emprender un viaje en dirección a Samoa para visitar la tumba del autor de La isla del tesoro. La nobleza de estas narraciones, la viveza de estos cantos desesperados a la humanidad, hacen de la lectura de Cuentos de los mares del sur algo parecido a aquella quimera emprendida por Schwob. Como si, palabra a palabra, también nosotros pusiésemos rumbo a la tumba de London. A aquel viejo mundo que entornaba sus ojos mientras el Siglo XX comenzaba a desperezarse. Hacia aquel encanto perdido de la tierra de las aventuras.


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