Pandemonio, de Francis Picabia (Malpaso) Traducción de Paula Cifuentes | por Juan Jiménez García
Francis Picabia vivió rápido. No por morir pronto, sino más bien porque su vida, como la velocidad a la que conducía sus coches, era excesiva, como él. Fundamentalmente pintor, hizo de todo. También escribir una novela, esta Pandemonio, ahora editada por Malpaso. Escrita y no publicada hasta que apareció en julio de 1971 entre sus cosas. Aunque nadie parecía acordarse de ella (ni su mujer, ni Louis Aragon, que debería haber escrito el prólogo), lo cierto es que salvo cuatro páginas, allí estaba. Había corregido una treintena, y más que un proceso de corrección fue un proceso de destrucción. Tanto que ni tan siquiera se respetaron sus correcciones en las actuales ediciones. Picabia vivía rápido y también se cansaba igual de rápido de las cosas.
A Picabia escribir la novela le había costado lo suyo y encima, había caído en desgracia con André Breton y los suyos. El pintor tenía la boca muy grande y de ella salían todo tipo de sapos y culebras. Viniendo como venía del dadaísmo, tampoco le debía mucho a Breton. Es más, pese a que pasaron buenos momentos juntos, no dejaba de ver en él ciertas ridiculeces, como su gusto por el espiritismo o el fetichismo de los objetos (en el libro hay unas cuantas piedrecitas lanzadas hacia las figuras africanas… ver el casa de Breton para entenderlo). Para amenizar más las veladas, resucitó su revista 391, golpeando con sutileza (o no) en las partes bajas del patrón del surrealismo. Conclusión: Pandemonio no encontró editorial. Picabia se puso con otras cosas y la tuvieron que encontrar cuarenta años después por ahí tirada.
Desnos decía de él que vivía siempre el minuto próximo, y eso es su novela. A través de su figura, no muy disimulada, sus amores (que eran muchos, porque amó a las mujeres, corrió detrás de ellas y ellas se dejaron alcanzar) y el mundo que le rodeaba (los surrealistas o el ambiente de aquellos años, el aire de su tiempo), va trazando un retrato de sus días, entre idas y venidas en coche, entre idas y venidas por fiestas y sesiones de espiritismo. Picabia escribía con la convicción de quien no cree en nada más allá de sí mismo. La figura de Claude Lareincay, un escritor que le persigue leyéndole sus cosas, le servirá como hilo conductor para dejarnos dos o tres cosas que sabe sobre el arte. Dos o tres cosas es un decir, un juego de palabras godardiano. Sabía muchas más. Era prodigiosa su capacidad para estar en todos los lados. Y meterse en problemas.
Porque en realidad Pandemonio (también conocida como Caravanserail) es la novela que un no novelista como Picabia podía escribir. Es decir, una autobiografía encubierta que le sirve para hablar de aquello que más conoce. En este orden: mujeres, velocidad y mundo artístico. Las notas se hacen necesarias para desentrañar sus juegos de manos para escondernos nombres y referencias, pero en algunos momentos, como la sesión de encuentro con los espíritus, se permite ir de frente y hacia los surrealistas con fervor (asesino), nombres y apellidos. Y entonces asistimos divertidos a sus ocurrencias de niño malo, a su verdadera pasión por sí mismo y a ese tener siempre algo que decir sobre lo demás, lo que le rodea o tiene encima. De París a Marsella, atravesando urgentemente la vida, que no podía tomarse muy en serio, porque como Dada, no es nada, o es todo lo que no es. Decía Desnos (volvemos a él) que vivir así solo podía conducir a la soledad o el escándalo. Picabia eligió el escándalo.