Un pequeño demonio, de Fiódor Sologub (Mármara) Traducción de Manuel Abella | por Juan Jiménez García

Fiódor Sologub | Un pequeño demonio

¡Qué personaje Peredónov! Conocido ahora, entra en la galería de tipos inolvidables de la literatura rusa, que son tantos, porque tenían una cierta habilidad para lo emblemático, quién sabe si por esa familiaridad con el alma… Estos no solo sintetizaban un determinado perfil, sino a toda una sociedad por su posición con respecto a él. Igual que en Chéjov los personajes se construían por sus acciones y por lo que los demás veían en ellos, Ardalión Borísich Peredónov se hace en contraposición de la sociedad que le rodea. Su progresivo deslizamiento de lo desagradable a la locura, no hace más que revelarnos no solo sus miedos y temores, el pánico por todo de un ser miserable, si no también cómo no es más que la acumulación de las miserias de todos los demás. Peredónov es el todo de una sociedad que son partes de él (una sociedad representada). ¿Pero quién es él? Profesor de instituto, vive con su prima Varvara (con la que espera casarse, pero a condición que mueva su contacto con una princesa conocida para que le hagan inspector) y reparte sus días entre sus pocos amigos: un tipo de aspecto bovino, Volodin, y Rutílov, que tiene tres hermanas de las que al menos espera colocarle una como esposa. Su némesis es el director del instituto, pero en realidad lo es el mundo al completo, porque tiene algo para todos. De los alumnos no espera nada bueno y se entretiene consiguiéndoles reprimendas y reproches. De la sociedad provinciana que le rodea desconfía completamente. Su única obsesión es, como decía, ser inspector. Una obsesión que le llevará a una espiral autodestructiva y a la manía persecutoria, en la que hasta el gato, literalmente, está contra él. Y esa salamandra, visión apocalíptica.

El personaje es odioso y ruin. Todo lo que le rodea tiene algo que decirle. Todos conspiran contra él o esperan algo. Esto le reconcome. No logra entender una vida sin él, y eso le convierte en la burla de los demás, pero la mezquindad de estos se revela en que nunca están totalmente convencidos de que sus majaderías, sus continuas mentiras (que toma como realidad), no tengan un fondo de realidad, por muy disparatado que parezca. Sí, la bajeza, el cálculo constante, no dejan de ser la sublimación de lo que hay en cada uno de nosotros de una manera más o menos desvelada. El retrato de Fiódor Sologub es implacable y nos reímos del puro disparate en el que vive el despreciable profesor. ¿Pero acaso su pretendiente Varvara es mejor que él? Frente a ellos quedan las hermana Rutílov y, más adelante, el joven Sasha, confundido con una muchacha (en un rumor que extiende oportunamente nuestro héroe). Su relación con una de ellas, Liudmila, constituye un relato dentro del propio libro, una historia feliz, despreocupada, que avanza mientras el otro prosigue su alocada caída. Y juntos, tal vez nos ofrecen un relato cruel pero a ratos luminoso de una sociedad posible que comenzaba el siglo y cuyo final estaba próximo.

Un pequeño demonio fue escrito en 1907 y contó con numerosas reediciones y su propio término, peredonovismo, que describía (y me quedo con las palabras de la contraportada por justas) el vacío y la mentira. Un clásico que aunque ya había sido traducido en nuestro país, no lo ha sido de manera íntegra (y según el caso, ni ordenada), hasta esta edición de Mármara.


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