Materialismo poético, de Julio Monterverde (Pepitas) | por Juan Jiménez García

Julio Monterverde | Materialismo poético

Desde hace un tiempo, de forma en buena medida inadvertida, intento recuperar sensaciones que forman parte de mi pasado (o no). Un día, en casa de mis padres, me quedé mirando la cortina movida por el viento. Otro miraba un puñado de cerezas. Otro más el azul del cielo, ese azul de los cielos próximos al mar. Ahora, me dejo atravesar por el silencio de ella durmiendo en una habitación próxima. Tengo una cierta querencia por las corrientes de aire. Y por la luz. Nunca le tuve especial aprecio a la oscuridad. Sé que la vida está ahí, en esos instantes, pequeños fragmentos de existencia. Que lo que merece la pena ser vivido está allá al fondo, siguiendo el silencio. No le ponía nombre, porque soy una persona profundamente ignorante de casi todo, y ahora pienso que tal vez es materialismo poético, que tiene que serlo. Porque en el libro de Julio Monteverde todo me parece cierto y hasta íntimo, y porque me gustan los finales abiertos. Ahí está la busca de lo real. Frente a una realidad construida que se nos impone, lo real sucede. Otra idea que me es muy querida desde siempre es el accidente. Una búsqueda que ha marcado todo esto que he venido a llamar mi vida. Hay una palabra que se repite: reapropiarse. Reapropiarse de esa vida que este sistema capitalista nos ha robado. Devolverle al deseo su significado inicial, sin instrucciones de uso.

El materialismo poético sería algo más allá del surrealismo. En el tiempo. Como una actualización de sus propósitos, un desarrollo de ciertas cosas, un ir más allá. Pero no tiemblo al decir que lo prefiero, porque habla de mí y de lo que me rodea, y no está allá a lo lejos, a la sombra de otras cosas. La poesía es algo que está en todas partes y hay que apropiarse de ella. No es una cuestión de poetas, sino de seres humanos. Como un instinto apagado por todos los dioses contemporáneos, ese batiburrillo tecnológico, esa fragmentación existencial, darnos las cosas a cucharadas, como a los niños. La división del mundo en miles de trozos imposibles de pegar, de encontrar una idea de conjunto, vasos comunicantes. Julio Monteverde habla de la cercanía, del contacto con lo que sucede como uno de esos pilares poéticos, y ahí está uno de esos terrenos que hemos abandonado a cambio de nada o bien poco, un puñado de chucherías. Todo está lejos. También estamos lejos de nosotros mismos. Una definición posible que da del materialismo poético: el intento de reconstrucción de la vida concreta a partir de la relaciones poéticas particulares que se producen en ella.

Vivimos en un tiempo de espera, sin pensar en el tiempo de la acción. Pero no llegaremos a alcanzar las cosas, ahí, detenidos. Debemos ir hacia ellas, renunciar a aquello que nos han impuesto, entregarnos al deseo. Desear. Ir. No a un punto concreto sino a todos. De nuevo: reapropiación. La reapropiación como el movimiento necesario para alcanzar la poesía. De nuevo Julio: la culminación del proceso poético no es el poema, sino la vida. La creación de vínculos. Reconectarnos a todo lo que está. A todo lo que es. No es una cuestión solo de sensaciones y de sentimientos, sino de la totalidad. Vivir en un estado abierto a la convulsión, como revelación del encuentro. Una manera de vivir. La libertad, esa palabra que ahora mismo está hecha un asco, debe ser alcanzada poéticamente. Podría seguir escribiendo y como si fuera un relato de Borges, acabaría por escribir el mismo libro que Julio Monteverde, palabra por palabra, porque no tengo mucho más que decir pero sí que diría exactamente lo mismo. He leído el libro por segunda vez, y por segunda vez he encontrado lo mismo: la verbalización de la chica que duerme, el aire que mueve las cortinas, del azul del cielo.


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