Crímenes apropiados, de Fabio Nahuel Lezcano (Cosecha roja / JMP) | por Óscar Brox
El mejor aliado de la corrupción es el olvido. El tiempo pasa, los delitos amplían su radio de impacto y los criminales quedan impunes. Lo comprobamos cada día, cada vez que acudimos a la hemeroteca para intentar demostrarnos que todo esto no sucedía antes, cuando una nueva fechoría amenaza con rebasar nuestro umbral de tolerancia. Cuando sentimos la frustración de no poder revolvernos contra ciertos poderes, cuando nos obligamos a creer que, en efecto, la corrupción es inherente al ser humano. Con resentimiento, sin alternativa. Como un circuito cerrado.
Crímenes apropiados cuenta una historia puramente argentina que, sin embargo, resulta comprensible para un lector español. Basta con mirar atrás para encontrar una dictadura y un ejército a su servicio, una policía fascista, el robo y la venta de bebés y, ahora en clave contemporánea, la concentración de poder que se ha generado alrededor de varios medios de comunicación. La diferencia fundamental estriba en que los argentinos, y en general Latinoamérica, no han perdido esa intensidad política sobre la realidad en la que viven. Algo que en España, pese a todo, sí se echa de menos. Así que Fabio Lezcano encara el material de partida con la precisión de un documentalista, como un escritor que utiliza los archivos desclasificados para construir su ficción con hechos y pruebas. No en vano, en su novela pocos personajes cuentan con un nombre completo; tan solo sus iniciales. Hay un C, una K misteriosa, un JJ o un MK que devienen mártires del relato. Tan solo los villanos lucen con el orgullo de la impunidad sus apellidos: un milico, Montenegro, y Manggione Roble, un empresario de la prensa. El resto, como tantos otros desaparecidos en la dictadura, guarda un pudoroso silencio.
A Lezcano le interesa armar un andamiaje sólido en el que no se noten los préstamos de la novela negra ni tampoco las deudas contraídas con la Historia. Crímenes apropiados avanza con un único objetivo: mostrar cómo, pese al reguero de cadáveres que acompaña al relato del último medio siglo de Argentina, la única víctima de esa guerra es la verdad. Aquí su autor, transmutado en periodista, recorre las cloacas de su país en busca de aquello que ha permanecido silenciado: una huella genética, un asesinato encubierto, una deportación forzosa. Todo recurso, por pequeño que sea, que conduzca a la investigación hacia la cabeza del proceso. Una labor que abarca décadas, que ve cómo sus protagonistas maduran y envejecen, mientras el mal permanece imperturbable en su lugar privilegiado. Consciente, tal vez, de que todavía no se ha inventado algo que lo elimine, ni siquiera la muerte de sus instigadores. Si algo nos ha enseñado la Historia es que siempre nos podemos hundir un poco más.
Parapetado tras el periodista C, su autor cuenta el relato de dos hijos bastardos del poder criados para convertirse en brazos ejecutores. No estamos en tiempos de dictaduras ni juntas militares, de luchas intestinas entre ideologías, pero eso no es óbice para que los vencedores extiendan sus tentáculos para terminar de estrangular a los vencidos. Y la victoria, en el presente, pasa por el monopolio de la información. Eso que va de una pequeña, pero sustanciosa, manipulación política hasta la necesidad de corregir la historia oficial. La verdad, hoy tan relativa que cualquier tertuliano puede esgrimirla en un mísero debate como argumento de autoridad. Ahí es donde Crímenes apropiados se crece, donde su carga de angustia, literal y existencial, oprime cada capítulo repartido entre la pesquisa del periodista y los pensamientos secretos de uno de los bastardos. Bajo ese manto de auténtica mierda que salpica en todas direcciones y mantiene desprotegidos a sus principales actores. Personajes, todos ellos, marcados por un destino ineluctable, contra el que se puede oponer resistencia aunque de nada sirva. Mérito de Lezcano es trasladar esas sensaciones, la agonía y el desamparo, a un contexto en el que la violencia aparece intermitentemente en forma de ejecuciones sumarias y agujeros de bala todavía humeantes.
Siempre negamos, qué remedio, la sensación de que hemos perdido la confianza en las bondades de papá Estado. Quizá la desconfianza es el segundo mejor aliado de la corrupción, el que nos hace creer que la rebelión es posible y una multitud puede ganar a un grupo de elegidos. Lo que Crímenes apropiados pone de manifiesto es el miedo, el terror primario que se apodera de cada personaje envuelto en la conspiración política. El miedo a escuchar demasiado o a callar mucho, el miedo que se azuza desde arriba para disuadir cualquier alternativa de poder. El miedo a perder definitivamente el valor de la verdad. En la novela de Lezcano hay pocos héroes, algunos mártires, que soportan la tortura pero se desinflan víctimas de la tortura del tiempo: con esos procesos judiciales que nunca llegan y con esas investigaciones periodísticas que quedan por concluir. Algunos lo solucionan con una bala en la cabeza y otros se abandonan a la jubilación, quién sabe si con la esperanza de que el relevo generacional encontrará solución para esos problemas.
Como Daeninckx, Izzo o Manchette, Lezcano mira a la novela negra con ojos políticos. Se esfuerza en crear escenas violentas, tiroteos o persecuciones entre Uruguay y la Argentina, y construir diálogos que aguanten el peso de la investigación. Pero, al final, todo lo que su enfoque tiene de combativo no puede eludir la amarga derrota que impone el enfrentamiento con el poder omnímodo. Que nunca se puede ganar, y que la mejor victoria es no salir muy mal parado del envite. Por eso Crímenes apropiados es la clase de libro cuyo final debe leerse con puntos suspensivos, abierto a esa enésima revuelta contra el olvido de la corrupción y las heridas actuales de la Historia pasada. Solo así puede entenderse la dimensión del relato que su autor pone por escrito. Un relato en el que las víctimas no somos nosotros, sino la verdad. Y sin ella, para qué negarlo, estamos perdidos.
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