El séptimo día, de Else Lasker-Schüler (Libros del Innombrable) Traducción de Montserrat Armas | por Francisca Pageo
Else Lasker-Schüler fue una poeta judeo-alemana y fue la precursora del expresionismo tal y como lo entendemos. Su vida, que ella biografía ficcionalmente, estuvo llena de cultura, de amor por la palabra y el arte, y es en este su segundo poemario que también nos demuestra todo su saber sobre la religiosidad, sobre el amor, sobre lo que implica ser conocedora de una cultura por la que abogaría por completo. La cultura del saber, de la poesía, de la humanidad.
En este poemario destaca principalmente el tono bíblico de su poesía y en el que aúna la religiosidad entre oriente y occidente. Se aúna también el tono amoroso, por la tierra, por Dios, por el amor, por la belleza de la vida. Y sin embargo Else nunca encontraría una felicidad absoluta pese a sentir en la poesía su yo más radical. Destacan estos versos, de los que también habla la traductora y editora del poemario, Montserrat Armas: “Me tumbé en el regazo de los valles, / Abracé montañas, / Pero mi alma nunca me abrigó”. Son tan poderosos, que ya antes de iniciarse a leer el poemario podemos predecir que sería una buena y grandísima poeta.
En este poemario obtenemos cierta verdad de la vida, de su vida, así como un enganche hacia lo religioso de esta, lo sagrado que hay en ella. Podemos decir que este poemario es una exaltación de su yo más íntimo, más extenso en espíritu. Aquí apreciamos un misticismo anhelante, un poco aquella Noche oscura del alma de la que nos hablaba San Juan de la Cruz. Y es que en sus versos podemos apreciar todo un delicado tono ascético, pero no ascético en un sentido disciplinario, sino de vocación hacia el arte y lo místico. Else crece más allá de los recuerdos y desnuda su mirada hacia cómo se elevan las pirámides. Se entreve una sabiduria que nos embauca, que nos encierra en un mundo de expresión pura, de intimismo sobre ella y lo que le rodea. No es lo cotidiano su tema, sino lo que va más allá. Hay una transcendencia, un haz de luz que traspasa todo con las palabras que va formando. Sin duda, Else supo cómo congeniar las palabras en unos jeroglíficos sobre el Edén, sobre Eva, sobre el cuerpo, sobre la solemnidad de un yo que se estremece ante el arte y ante lo humano y ante lo divino y primordial. Hay una esencialidad, una búsqueda total del yo.
Termino de leer este libro y pienso en que la poesía no es más que un sentimiento hacia la vida. Es la manera en que la sentimos, es un foco de luz que trastocamos con nuestra mirada. Es conciencia sapiencial de la vida, del amor, del misterio. Leer a Else es leer sobre lo que nos conmueve, lo que nos hace humanos. Ese sentimiento profundo por querer conocer y por saber y por sentir y por experimentar. Else conocía la vida de una manera muy profunda, la vivia profundamente y ella era una mujer que sabia ver lo excepcional y particular en lo que le tocó vivir. Leerla es conocerla, pero no conocerla de una manera superficial, sino profundamente, allá donde la luz de las velas son transformadas por la llama interior, allá donde la mirada se funde con la luz del sol, más allá de las pirámides, más allá de la Alemania que la negó. Su poesía no es fronteriza, sino todo lo contrario, traspasa las barreras de los pueblos, de los lugares, de las cumbres puestas en todo cariz humano.
Y siempre he de soñar
Con tus profundos ojos primaverales
Que miraban como brotes salvajes
De árboles viejos como Dios
**
Hay en el mundo un llano,
Como si el Dios amado hubiera muerto,
Y la sombra plomiza cae
Con el peso de una tumba.