Raíz dulce, de Juan F. Rivero (Candaya) | por Francisca Pageo
Juan es poeta, es escritor y editor. Publicó el poemario Las hogueras azules, también con Candaya y con Raíz dulce, que no es un poemario, si acaso, es una novela, pero tampoco puede ser una novela. Es un objeto único que hace del lector un ser que contempla. Contempla la vida así como contempla los aspectos que Juan F. Rivero nos quiere mostrar de su otra vida. La del poeta, la del narrador, la del que cuenta esta historia. Como dice Chus Pato en el epílogo, sabemos que lo que cuenta Juan es ficción, ¿pero cuánto de verdad hay en ello? La persona a la que va dirigido este libro ya no vive, por lo tanto, estamos ante una carta, ante una misiva que se torna regia y soberbia. Las palabras ahondan ahí donde el sentimiento empieza a aflorar. Y es que el autor ha sabido nombrar a la ficción con la verdad de su vida, de su momento, de su poesía.
El narrador, también llamado Juan, escribe desde un futuro mirando al pasado pero siendo presente. El mundo al revés, el ave que transita entre las raíces de lo dulce y parsimonioso para llegar a un estado de concepción de la muerte y el amor. Porque esto es un libro sobre el amor, sobre su concepto intrínseco en el alma humana, en lo que dejamos a los demás y lo que los demás nos dejan a nosotros. Pareciera que los poemas aquí mostrados nos inducen a un estado de sueño, una especie de evocación interna, de señuelo sobre lo que nos ha trasformado, o lo que ha sido trasformado en nosotros. Sé que lo que escribimos nos trasforma, nos renueva. Se mueven cosas en nosotros que de otra manera no podrían hacerse.
Quiero creer que en la poesía de Juan F. Rivero encontramos ese alma que creíamos perdida, es como una invocación a esa persona que ya no está, pero también es esa persona que fuimos y con las que fuimos. Ir a la raíz del amor es ir a la raíz de donde crecimos, de donde fuimos, de donde nos marchamos y de a donde vamos. La persona a la que iba dirigida esta bella obra, es esa persona que sigue estando con Juan. En sus recuerdos, pues no es materia de olvido el amor y la muerte. Es materia de palabras, de búsqueda de la propia identidad, de esperanza y fe. Los poemas así son fe instaurada y restituyente. Advierten. Renuevan nuestro sentimiento por la vida, la seducen hasta retorcerla y hacerla suya.
La poesía novelada de Juan es poesía de la ausencia, de lo que no se pudo tocar, ni tan siquiera decir, pero así se convierte en una presencia de dicha, de virtud, de esperanza hacia la vida y todo lo que esta toca.
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¿Cuánto de ti tiene este libro, Juan?
Mucho. Muchísimo. Como ya he dicho en varias ocasiones desde que apareció, Raíz dulce es el texto más personal que he publicado. Los escenarios que recorren sus distintos personajes son algunos de los míos, desde el Zulo y el pueblo en el que pasan sus adolescencias hasta las calles de Japón, pasando por Madrid y algunos de sus bares. También los propios personajes tienen trasuntos reales, como la propia N., a quienes se dirigen los poemas, o como Emilio, cuyo suicidio desencadena la sucesión de pérdidas en torno a las que se va estructurando la obra, aunque haya procurado siempre ficcionalizarlos hasta hacerlos inidentificables. Algunos incluso aparecen con su nombre real, como mi hermano Enrique o como Ana Rocío, mi pareja.
¿Cuánto de verdad roza la ficción aquí?
Como digo, para mí era muy importante trabajar con la realidad, pero también quería explicitar desde el principio que el resultado final, lo que el lector sostiene entre las manos, es ficción. Por eso elegí fechar los seis poemas de la primera parte y el último de la segunda en el futuro (concretamente entre abril de 2026 y agosto de 2031). Para que el lector tuviera claro, por un lado, que no estaba delante de un mero relato de hechos personales, sino de un objeto artístico; y por otro que todo lo relatado en los poemas, aunque fuera ficticio, podía estar sucediendo en ese mismo instante, mientras él lo leía, ya que las cosas que se cuentan —la muerte, la violencia, el duelo y el amor— son totalmente ordinarias y nos pasan a todos.
En mi opinión, cuando establecemos una distinción entre realidad y ficción equivalente a la que establecemos entre verdad y mentira nos equivocamos de lleno; sin embargo, y por desgracia, me parece que esta confusión (equiparar realidad y verdad y ficción y mentira) es cada vez más común, quizás porque en las últimas décadas la mercantilización del arte lo ha rebajado demasiado a menudo a un mero pasatiempo, un negocio especulativo o un juego intelectual. La ficción se edifica sobre lo real y se nutre de ello. Es importante. La ficción no es mentira, sino un constructo especular que nos ayuda a detener el curso vertiginoso de la realidad y a contemplarla para comprenderla, apreciarla e incluso disfrutarla más profundamente. En este sentido, mi poesía —mi ficción— procura mirar al mundo y tocar siempre la verdad.
¿Cómo nacen los poemas? ¿Los invocas? ¿O acuden ellos a ti sin querer?
Como artista, mi principal ocupación es observar el mundo. En mi experiencia, los poemas casi siempre están ahí, en cualquier aspecto diminuto o mayúsculo de la vida ordinaria, pero se nos escapan porque no acostumbramos a atenderlos ni solemos estar preparados para darles una entidad. Lo que yo hago como poeta es reservarme tantos espacios como puedo para mirar el mundo y dejarme sorprender por él. A veces, cuando lo hago, de lo que tengo delante se forma la semilla de un poema; otras lo hace del recuerdo de algo que observé o viví hace tiempo y que se me presenta con claridad nueva; otras no pasa nada y entonces me alegro porque he dedicado ese tiempo a vivir el presente. En el caso concreto de Raíz dulce, una mañana de sábado de febrero de 2020, en una pausa de la lectura que me gusta hacer después del desayuno, escribí de un tirón el poema «La inocencia», y en las semanas que siguieron, otros dos: «La realidad» y «El placer». Luego la fuente pareció secarse, pero tenía muy claro que había algo y terminé obsesionándome con los cinco personajes que los protagonizaban, N., Cris, Sandra, Pau y Miguel, todos trasuntos de antiguos amigos del pueblo. A partir de ahí me dediqué por completo al poema, tanto que durante los cuatro años siguientes prácticamente no escribí nada más.
En el libro juegas con el tiempo.
Creo que el juego con el tiempo es una constante en mi obra. Ya en mi primer poemario, Canícula, está presente en poemas como «Soliloquio del héroe en la ventana», «El ruido del viento II» o «Endo-». Y en Las hogueras azules en «Fue este mismo verano» y en alguno más. Me parece que mi interés inicial vino por las lecturas de La tierra baldía y Cuatro cuartetos de Eliot, en los que las reflexiones acerca de la naturaleza y la consistencia del tiempo se acompañan de una experimentación fascinante con la linealidad lógico-discursiva de los propios poemas. En el caso de Raíz dulce, además, avivó el interés en esta exploración la lectura de Aquí, de Richard McGuire, que me llevó a plantearme si las superposiciones temporales que él transmitía visualmente en la novela gráfica se podían trasladar a un formato textual.
Siento que nos hablas desde la nostalgia o desde un pasado a recordar. ¿Crees que este libro es un modo de retener, o más bien expulsar, esos recuerdos que retienes?
No exactamente. La verdad es que yo no quería ni retener ni expulsar nada, sino expresar artísticamente una serie de ideas acerca de la muerte, la amistad y el amor que llevaba madurando mucho tiempo, para lo cual necesité tejer un mundo que las soportase a partir de mi propia experiencia de la realidad. Sé que hay muchos artistas que afirman utilizar el arte persiguiendo una especie de autocatarsis, pero no es mi caso.
¿Qué ha trasformado en ti este libro, Juan?
Sospecho que muchas cosas, y algunas importantes, pero quizás aún no tenga la distancia necesaria para identificarlas y comprenderlas bien. Para mí Raíz dulce ha supuesto un desafío apasionante, que me ha sacado por completo de los terrenos en los que me encontraba cómodo como poeta y, sobre todo, me ha obligado a reflexionar con mucha calma acerca de lo que convencionalmente entendemos por poesía y de las restricciones que se derivan de ello. Me parece, en cualquier caso, que entenderé mejor hasta qué punto ha tenido impacto en mí a medida que escriba mis próximos libros. Para mí la escritura es una vía y, como tal, supone un aprendizaje siempre. De hecho, esa es una de las cosas que más me gustan de escribir.