En ausencia de guerra, de Edgardo Cozarinsky (Tusquets) | por Juan Jiménez García

Edgardo Cozarinsky | En ausencia de guerra

Este siglo trajo para Edgardo Cozarinsky la literatura. Igual que el anterior había traído el cine. No todo es completamente cierto, pero es algo así. Tal vez fueran circunstancias personales o prácticas o todo, pero lo cierto es que en algún momento ganamos un escritor tardío. Y estuvo bien. Su última obra, En ausencia de guerra, editada por Tusquets, es una novela de búsqueda. Voy a ser atrevido y a afirmar, con inmensas lagunas, que la obra de Cozarinsky es una obra de búsqueda, en cualquier formato. No necesariamente buscamos cosas concretas, a veces son solo abstracciones, pensamientos olvidados, medios recuerdos, o una simple sensación, que tal vez sea el fragmento más pequeño de una vida pero no el menos importante.

En ausencia de guerra sería también eso, pero sé que voy a tener que esforzarme en explicarme. El protagonista (que tiene tantos puntos en común con el propio escritor, pero mantiene las distancias necesarias para ser otro, el otro) es un escritor a mitad de camino entre París y Buenos Aires. Un día encuentra una carta de una vieja amiga, poeta argentina, entre las páginas de un libro de lance. Decide ir a su encuentro, pero Delia murió. Murió y dejó algo para él. Una caja en un banco suizo. Eso le llevará hasta aquel país y allí a conocer al viejo maître Laredo, un abogado anclado en su pasado tangerino, y una joven argelina, Leila, que en realidad nunca estuvo en Argelia, hija de harki (argelinos con lucharon con los franceses contra el argelino Frente de Liberación Nacional; en fin, doblemente perdedores).

En un mundo de derrotados por la Historia, aun con el aspecto de haber triunfado en algo, el pasado no es algo que se abandone fácilmente. Para los vencedores, todas las heridas se dan por buenas, son el mal necesario que ha llevado hasta el triunfo final, pero para los otros, los que no ganaron nada más que muertos o pérdidas, solo puede quedar la búsqueda eterna de algo que justifique todo aquel sufrimiento. Y En ausencia de guerra será eso: encontrar las explicaciones, pero también encontrar las víctimas necesarias para cerrar algo, una brecha, una grieta.

Novela política (desde el momento que dice), novela negra (desde el momento que todo es oscuro, también el porvenir), novela de aventuras (desde el momento que uno pretende solo vivir), el escritor protagonista navegará en su personal nave de los locos. Y el escritor tras el escritor, se encomendará a Leonardo Sciascia para constatar la causalidad de la casualidad (abolido el azar, solo nos queda desconocer las causas), pero también que no hay final posible, desconocedores del principio. En definitiva: no hay respuestas, tan solo preguntas. No hay certezas, tan solo dudas.

Y frente a ese mundo de incertidumbres estará Mariana. Mariana, que será como ese hilo del que estirando encontramos la salida del laberinto. O un poco de aire. Que tal vez no será suficiente para escapar a una vida ya demasiado avanzada, pero sí para vivir algo parecido a la felicidad. Aunque uno acabe dándose cuenta que no se sale fácilmente de los círculos, y que cualquier búsqueda, también la búsqueda de una novela, tiene algo de eterno, porque está construida en la insatisfacción: de las soluciones, de los finales, de las relaciones. De la vida, en definitiva.


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