La cometa dorada, de Dezső Kosztolányi (Xordica) Traducción de Marta Komlosi | por Juan Jiménez García

Dezső Kosztolányi | La cometa dorada

Vivimos en un mundo de apariencias. No es algo nuevo, sino que seguramente viene, sino de siempre, desde que empezó a despuntar esa clase social que vinimos en llamar burguesía. Es obvio que en la pobreza se tienen pocas apariencias que mantener, pero con el nacimiento de esta nueva clase social, también llegó un gusto por las formas y una preocupación por las palabras de los demás. Podríamos pensar que en La cometa dorada asistimos al hundimiento de un mundo: el de la inteligencia bajo unos tiempos nuevos, más atrevidos, menos encorsetados. Pero tengo mis dudas de si ha existido alguna vez un mundo gobernado o frecuentado por la inteligencia. En realidad, como en un movimiento pendular, cada generación da por perdidas infinidad de cosas destruidas por la siguiente, y todos somos, con la edad, un poco Antal Novák, ese profesor protagonista que ve como su mundo, de un día a otro, cae como un castillo de cartas trabajosamente construido. Su hija se enfrenta a él, fatalmente, y sus alumnos tal vez y tal vez no en la misma medida, pero un funesto acontecimiento le llevará a confundir la parte con el todo. Y en esas, emprenderá un descenso a su propio infierno, regido por unos valores morales arrasados por todas esas circunstancias. 

Si el profesor Unrat, de Heinrich Mann, acababa enloquecido por una cabaretera, Novák lo hace por un triste alumno, que es incapaz de apreciar que detrás de ese muro de piedra rectilíneo, de sentimientos prácticamente infranqueables, hay alguien preocupado sinceramente por su educación. Una preocupación que es lo primero en venirse abajo cuando el curso de sus días se ve afectado primero por la decisión de su hija y, más tarde, por el acto cobarde de Vili, el muchacho. Entre todo este desmoronamiento, Dezső Kosztolányi construye más, mucho más, a través del retrato de alumnos y profesores, pero también de la sociedad de aquel periodo de entreguerras, náufraga de una guerra acercándose a las orillas de otra, pero viviendo como si un imperio no se hubiera hundido. En ese retrato coral, Novák se verá enfrentado, sí, al respeto de los demás, pero un respeto que carece de ningún sentido práctico. Un espejismo, como casi todo lo que le ha rodeado: hija, escuela, alumnos, rectitud. Su conversación con su colega Fóris es significativa, y en la radicalidad de uno, se caen los principios de otro.

Todos sus intentos de recuperar el equilibrio perdido, fallán, y lo único que hace es encontrarse con una miseria intelectual, moral, insoportable. Al menos para él, abocándole a una derrota definitiva. Y tras ella, nos dice Kosztolányi, el mundo sigue. Como seguirá el curso de la Historia, lleno de pérdidas, pero con ese mecanismo que nos hemos dado para olvidar, arrojar tierra sobre la tierra y cenizas sobre las cenizas. La cometa dorada es un extraordinario relato de todo ello, un ejemplo mayor de la narrativa húngara (y esto ya es decir mucho), de la que Dezső Kosztolányi fue uno de sus clásicos. Una narración llena de miedos poco conjurados, de algunas alegrías y no pocas tristezas, y hasta de personajes abyectos. Una narración que no solo es un retrato del mundo educativo de aquellos años (y, por tanto, de la sociedad que lo sustenta, alimenta y esa alimentada), ni tan siquiera de la caída del profesor Anton Nóvak, sino la despedida definitiva de una época que queremos dar por existente, entre no pocas dudas. Aunque el pasado, aquello que debería ser inalterable, no deja de ser el terreno confuso en el que se mueven nuestros sueños.


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