Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado (Pepitas, Los aciertos) | por Gema Monlleó

Bibiana Collado | Yeguas exhaustas

“Cuando me baja la regla, no me retuerzo entre espasmos de dolor”. Con esta frase inicia Bibiana Collado (Borriana, 1985) su primera novela Yeguas exhaustas (Pepitas de calabaza, 2023). Esta frase, que en sí misma contiene conciencia de género y esa culpabilidad femenina intrínseca tan (demasiado) común, es la avanzadilla de lo que vamos a encontrar en el libro: la individualización de lo colectivo a través de Beatriz, su protagonista, y cuando escribo colectivo no me refiero sólo a los hechos sino también a las creencias aprehendidas por la condición de clase social (“un pobre no puede permitirse dejar de trabajar o trabajar menos ni un solo día de su vida. Una pobre, menos”), por lo atávico en lo familiar (“no me han enseñado a hacer ruido, pero sí me han enseñado a sentir culpa”), por la naturaleza femenina (“como si el daño y la mujereidad (sic) se midieran en centímetros cúbicos”), y por la (su) manera de habitar el mundo previa al autocuestionamiento. 

Para ello Collado se vale de la técnica de la novela dentro de la novela. Beatriz está escribiendo un libro-ensayo que es el que leemos, un ensayo-biografía, un libro-coartada en el que volcar vivencias, errores (¿traumas?), crónica íntimo-social. Un libro crudo, sin autocensura, pese a las escasas dudas que en ocasiones le manifiesta a Sebas, su pareja, en las pocas y grises (literalmente grises) páginas dialogadas de la novela. 

Beatriz observa y se observa. Beatriz, cuidadosa a veces (“el cerebro pone vaselina en las palabras para que me arañen menos”), impúdica consigo misma otras (“mi cabeza, ese instrumento de destrucción masiva cuyo principal objetivo soy yo misma”), y siempre sagaz (“nunca he sido tan productiva como cuando he estado realmente hecha una mierda. Me corrijo: creo que nunca he sido tan productiva como justo antes de darme cuenta de lo hecha mierda que estoy”) conforma un retrato generacional minucioso y detallado de “los males de nuestra época”, aquellos que empujaron a Ottessa Monshfegh a su año de descanso y relajación. Claro que ella tenía la base de la pirámide de Maslow cubierta y eso, como leemos una y otra vez en este libro (para no tener que recurrir a nuestra propia experiencia), no es baladí. 

Yeguas exhaustas contiene múltiples retratos: del heteropatriarcado y la masculinidad tóxica (previa, durante y posterior al maltrato: “él me quería así: furiosa y quebrada. Vencida”); de la aporofobia (“quería hablar de la pobreza como columna vertebral de la identidad moderna (…), hablar de una humildad servil heredada que dobla imperceptiblemente nuestra espalda como el peso blando pero inevitable de una toalla mojada”); de las dificultades invisibles (¿insalvables?) de lo que se ha dado en llamar el ascensor social (“Yo había llegado a la universidad y me había convertido en doctora en la Literatura Contemporánea. Sin embrago, seguía estando muy lejos de ellos. Y eso tenía una explicación. Mi madre nunca pisó una escuela”); de la tópica y perversa configuración del imaginario colectivo acerca de lo rural (“perversa por torcida, por inexacta”) que no se refiere únicamente a la vida ligada al campo sino a la idea de incultura y de pobreza (la aporofobia, otra vez). El sentimiento de desubicación por la genealogía obrera de Beatriz-Collado (lo que denomina “momentos catapulta”) regresa como la crecida de las mareas: en la universidad entre los alumnos que vivían en la ciudad vs los que venían del pueblo; en el bañarse en la playa (“el gran divertimento democratizador de los veranos de mi infancia”) vs la piscina del chalet familiar al que difícilmente te invitaban otros niños; en el bagaje cultural distinto entre los de arriba -sic- y los de abajo -sic- (“sentía una envidia turbia por aquel mar de referencias culturales que yo no tenía y aquella naturalidad para colocarse en el lugar de quien posee y gestiona la cultura como quien ha nacido para ello”); en la autocensura en el trabajo para exigir el cumplimiento de los derechos (“no hace falta que nos prohíban las cosas porque la dictadura del miedo a perder el sustento nos hace quedarnos calladitos”); o en la distinción socioeconómica que manifiesta el idioma (el valenciano torpe y trufado de castellanismos -“los chamó y qués”- vs el valenciano culto y estándar y el castellano sin falsos amigos). 

A todo ello Beatriz-Collado añade: la dificultad en la aceptación del propio cuerpo cambiante (“nunca hay paz para el cuerpo”), así como el límite difuso que acerca a los trastornos alimentarios (“sentir que tienes el poder sobre tu cuerpo produce satisfacción. Un placer que se envilece pronto pero que, por un tiempo, es inmenso”) o la normalización de las heridas autoinfligidas; el autoodio como herencia, en la que el peor destino del mundo era el de la generación anterior (“la gran expectativa sociocultural que mis padres tenían sobre mí era que me dedicara a cualquier tarea que no implicara limpiar el váter de nadie. Ahí residía el éxito”); el trabajo de “yegua exhausta” de su madre (“mi madre, de algún modo intuitivo, sabe que la pobreza no solo tiene que ver con el dinero y que el trabajo duro es el único gran patrimonio de los pobres”) y la admiración (¿reconciliación?) casi litúrgica hacia ella desde la edad adulta: “Yo admiro a mi madre de una forma pura y primitiva. Admiro su resistencia física, su capacidad de trabajo hasta la extenuación, su potencia para sostener materialmente a la tribu. Su innata disposición a la supervivencia”. 

El análisis que hace Beatriz-Collado del maltrato sufrido por parte de su pareja (“Pedro me humillaba deliberada y simpáticamente, con una naturalidad abrumadora y capaz de desactivar cualquier reacción”) permite casi hacer un checklist de las actitudes que pueden derivar en él y que se resumen en la máxima “los maltratadores siempre consiguen que dudes de ti”. El aislamiento y control progresivo que deviene en asfixia, la explotación de los afectos, la usurpación intelectual de sus trabajos de investigación académica, el siniestro juego de “a ver si reconoces esta canción” como tortura emocional de clase: “por mucho que se le llenara la boca diciendo que éramos iguales, gozaba socavando mi identidad cultural”, y el aprovechamiento económico (él, precario profesor de universidad quince años mayor) tan contrario al tópico: “la imaginería narrativa presenta a la mujer joven como la consentida, la colmada de caprichos. Impensable percibirla como un sostén económico de la relación: Lolita nunca paga la cuenta”. 

Beatriz-Collado no es ajena al síndrome de la impostora, al autoboicot, y pese a que su momento vital es el de la escritura desde la fortaleza individual, desde la aceptación de los “ayeres”, desde quizás la condición terapéutica de la escritura, ella misma admite y sostiene una cierta autocensura como demuestran las páginas finales del libro. ¿O quizás es que le (nos) sería inasumible un catálogo exhaustivo de los anteriormente mencionados “males de nuestra época”? 

Yeguas exhaustas dialoga con la literatura llamada de mujeres (a mi juicio mal llamada) publicada en los últimos años: desde La anguila de Paula Bonet (“conociendo el patético historial de hombres con hijos casi de mi edad que intentaron acostarse conmigo (…) La gran mayoría de ellos eran profesores universitarios”), a Clavícula y Parte de mí de Marta Sanz, Las maravillas de Elena Medel, Silencio administrativo de Sara Mesa o Autocienciaficción para el fin de la especie de Begoña Méndez. En todos ellos el papel de la mujer en el siglo XXI, la conciencia de clase, la fragilidad de cuerpo y mente (“el cuerpo es un agujero negro del pensamiento, una turbina que transforma toda energía en angustia”), la precariedad laboral y las situaciones de abuso están presentes de una forma u otra. 

Bibiana Collado ha escrito una biografía colectiva y generacional fruto de una herencia silenciosa en la que “a pesar de la batidora de la modernidad” nos encontramos y reencontramos como mujeres y como lectoras.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.