Memorias de una ladrona, de Dacia Maraini (Altamarea) Traducción de Almudena Miralles Guardiola | por Juan Jiménez García
Escribir una comedia italiana. Escribir una comedia italiana entendida esta como algo relativo al cine, aquella época dorada de los Mario Monicelli, Ettore Scola, Dini Risi, y un largo etcétera, junto a una generación única de actores: Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman, Nino Manfredi, Ugo Tognazzi o Alberto Sordi. Pero no solo, porque la comedia italiana fue, por encima de todo, una cuestión de guionistas y es más fácil entenderla a través de ellos que a través de los otros, desde Age y Scarpelli, a Ruggero Maccari, otra vez Ettore Scola, Rodolfo Sonego y más, otros tantos más. Y es que cuando leía Memorias de una ladrona, pensaba que Dacia Maraini estaba escribiendo una comedia italiana y que esa comedia italiana debía estar protagonizada por Monica Vitti. No había visto las guardas del libro, los fotogramas de Teresa la ladra, precisamente una película protagonizada por ella y basada en el libro. Coincidencias, casualidades, inevitables correlaciones. Luego, Memorias de una ladrona es una comedia neorrealista italiana como lo eran aquellas. Porque cuando los italianos dejaron de realizar dramas terribles sobre las consecuencias de la guerra, de reflejar la sociedad y la destrucción de su tiempo, el relevo lo cogió, paradójicamente (o no), el humor. Un humor con tintes y finales amargos, cierto, y es que, después de todo, uno se reía, pero no tenía gracia aquella realidad sobre la que se construían los relatos y que no dejaba de ser el día a día del italiano medio, que eran a lo que aspiraban todos en el mejor de los casos.
Y es que la vida de la protagonista, Teresa, no invita a la alegría. Robar no deja de ser un paso menos que el último paso, que sería la prostitución (confundiéndose estos dos pasos en algún que otro momento y algún que otro personaje). Pero lo cierto es que, pese a todo, acaba uno por cogerle el gusto, porque no deja de ser una manera de pasar los días, pero también de enfrentarse a la miseria generalizada y, porque no decirlo, un acto de justicia, de rebelión. Eso no le evita acabar una y otra vez en prisión, que en aquellos tiempos no solo eran un acto privativo de libertad sino un descenso a los infiernos, sin que este infierno fuera uno y único, sino que tenía diversos niveles, desde lo soportable a lo abyecto. Y Teresa los recorre todos. Desde un desafortunado matrimonio, con un hijo entregado a la familia del marido, su vida entre en pendiente, con velocidad variable. Sí, hay buenos momentos, y a veces cree en las personas y, otras veces, las personas creen en ella. Y habrá más relaciones y también una vida de colegas dedicados al robo y a sobrevivir, que de eso y no de otra cosa se trata. Hay momentos, años, e incluso vidas enteras, en que la cuestión no es vivir, mejor o peor, sino sobrevivir. Llevarlo como mejor se pueda. Y Memorias de una ladrona, con toda su carga humorística, no deja de ser un retrato de la miseria y tristeza de aquellos años. Una versión irónica y femenina de los ragazzi de vita de Pier Paolo Pasolini, ese Pasolini tan cercano a Dacia Maraini.
Era el aire del tiempo. Pienso en El demonio de los celos, también con Monica Vitti, o Brutos, sucios y malos, y de nuevo se nos impone que Maraini frecuenta los escombros de ese tiempo. Si el neorrealismo fue acusado de mostrar esa sociedad hundida (luego acusado de no mirar hacia otro lado), el humor vino a arrojar una luz irónica sobre las mismas ruinas ahora transformadas en un milagro económico que escondía bajo la alfombra a otras tantas Teresas. Memorias de una ladrona es más que las desgracias y gracias de nuestra protagonista: es el relato soterrado de aquellos terribles años y esa sociedad egoísta, ruin y no pocas veces cruel que los habitaba.