Tierra inestable, de Claire Fuller (Impedimenta) Traducción de Raquel Vicedo | por Gema Monlleó

Claire Fuller | Tierra inestable

De algunos libros no se puede contar nada. O apenas nada. Porque cada palabra es una pista hacia un desenlace que no se debe desvelar. Esto suele suceder en la novela negra, en las historias en las que hay un misterio, en las que buscamos un culpable sobre quien descargar el mal que ha desatado. 

¿Es Tierra inestable una novela negra? No, sin duda no lo es. Aunque hay un misterio (o varios en realidad) que no es visible, que nadie “investiga”. La pistola de Chéjov está discretamente presente y en la página 333, cuando sucede la detonación, el estallido, el ¡bang!, todo se  recompone en la historia. 

Claire Fuller (Oxfordshire, 1967) escribe en Tierra inestable, su cuarta novela, una historia claustrofóbica en la que dos hermanos gemelos en la cincuentena, Julius y Jeanie, deben sobrevivir en la Inglaterra rural post-Brexit tras la inesperada (para ellos) muerte de su madre. ¿Es la campiña inglesa el escenario bucólico que hemos leído en tantas novelas? No, en este caso la localización es un elemento hostil más en la historia. Una casa semiaislada y herida por el paso de los años (herida como los protagonistas, como casi todos los personajes que pasearán por el libro), una huerta que requiere mucho más trabajo que el fruto que ofrece, una tormenta de nieve que con cada copo hiela el supuesto calor de hogar. La casa, el hogar familiar que se ha ido degradando desde la muerte del padre cuarenta años atrás en un accidente de tractor en el campo. La casa, objeto del acuerdo entre el señor Rawson (el arrendador y antiguo patrón del padre, el que compró el Massey Ferguson que segó -literalmente- la vida a Frank) y Dot, la madre. La casa, el lugar en el que ella y sus hijos podrán vivir siempre sin pagar ninguna renta. La casa, situada en el término municipal de Inkbourne (lugar heterónimo de Shalbourne, en Wiltshire), una población marcada por la inestabilidad laboral y la economía sumergida y en la que la solidaridad esconde interés y el interés esconde maldad.  

La muerte de Dot hace emerger otras realidades. La primera es la imposibilidad por parte de los hijos de darle un entierro “convencional” ante la falta de dinero. Jeanie nunca ha trabajado fuera de casa porque sufre del corazón (“Hay una larga lista de cosas que Jeanie no haber levantado nunca por culpa de su corazón débil: cajas, pacas de heno, bebés, tractores”), y Julius sobrevive con trabajos precarios: ordeñando vacas o haciendo chapuzas con las que apenas puede pagar su tabaco y alguna pinta en The Plough, el pub local (“Julius siempre ha sido el de las ideas, descabelladas, ridículas (…) proyectos que freacasaron antes de empezar. Julius nunca ha perseverado en ninguno de sus proyectos”). ¿Tenía Dot ahorros? Sus hijos creen que sí pero son incapaces de encontrarlos y por ende de contratar un funeral, mientras el olor de putrefacción de Dot en la casa asfixia a sus hijos (y a nosotros al leerlo). La muerte siempre posiciona y, uno a uno, los personajes del libro irán mostrando su verdadera cara. Sólo Bridget, amiga de Dot, parece ofrecer cierta gentileza. 

Pero ¿por qué hay en Jeanie y Julius tanta dificultad social y ambiental? ¿Por qué, a su edad, seguían viviendo con su madre? Analfabetos sociales (Jeanie analfabeta en toda su acepción), desconfiados como Dot, obstinados como ella, orgullosos por vía genética, incapaces como adultos pero ya no (desde hace tanto ya no) niños, protegidos (¿protegidos?) de la adversidad del mundo exterior por la madre, refugiados y/o recluidos en la casa familiar, sin acceso a tecnología básica. En muchos momentos del libro olvidaba que estaba leyendo una historia contemporánea y no un drama rural del siglo XIX. 

Jeanie y Julius son héroes y víctimas. Julius y Jeanie despiertan compasión, pero no aceptan lo que ellos consideran caridad (el legado de Dot es claro “les había enseñado a no aceptar nada de nadie, especialmente si nadie es el Gobierno”). Jeanie y Julius, niños grandes, niños huérfanos (“Julius se pregunta qué dirán de él cuando se haya ido. Vivió con su madre, y luego con su hermana. Trabajó mucho, pero nunca ganó suficiente dinero. Nunca hizo nada con su vida. Nuca fue a ningún sitio.”). Julius y Jeanie, aislados de los demás, desconocedores también de sus propios deseos y emociones. Julius y Jeanie, al borde del precipicio, endeudados, expulsados del/al mundo. Jeanie y Julius, que sólo se amabilizan en los momentos en que recuerdan su pasado antes del accidente paterno o cuando se refugian en la música folclórica (ella toca la guitarra, él el fiddle) en una suerte de canción de cuna contra su aciaga realidad (“Te hablaré de un cazador cuya vida se malogró / por la acción del mal a la puesta de sol”*). Julius y Jeanie, los vivos que a ratos parecen más amortajados que Dot. 

“Nacieron con casi un día de diferencia (…) Jeanie a menudo piensa que esas veintitrés horas explican las diferencias entre ella y Julius: el hecho de que él acepte el mundo y muestre sus emociones, sea abierto con las personas y las situaciones; mientras que ella ansía el hogar, la tranquilidad, la seguridad.” 

Tierra inestable es una novela de secretos y estos se nos aparecen en forma de interrogantes, como una letanía de maldiciones que cae sobre los gemelos. ¿Por qué vivieron siempre a escasos metros de quien consideraban “asesino” de su padre por negligencia laboral? ¿Por qué esa sobreprotección de Dot con sus hijos? ¿Por qué si Dot estaba enferma nunca les comentó nada de su enfermedad ni les preparó un “plan B”? ¿Por qué el amor no-cuestionado, el de la madre, aquí se revela carcelario? ¿Por qué las convicciones grabadas por Dot en sus hijos les resultan insuficientes para afrontar la complejidad del mundo real? Como en un juego de muñecas rusas cada momento descubre un secreto y cada secreto amaga otro. 

“Lo que ha descubierto se convierte en una lenta avalancha de pensamientos y emociones que se depositan en un sedimento con el que aprende a vivir. Solo de vez en cuando, el cieno se remueve y surgen nuevas preguntas.” 

En Tierra inestable las protagonistas de la acción siempre son ellas, las mujeres, mientras que ellos van a remolque de estas. En su incapacidad, Jeanie es más resolutiva que Julius. En su amistad, Bridget es más desprendida que su marido Stu. En sus celos, Caroline (la esposa de Rawson) arrastra con su rabia a este. Ellas dirigen, ellos las siguen. Las ellas que están solas (Shelley Swift -la mujer soltera que vive sobre la tienda de fish and chips– y Saffron y su hija Angel) son las más decididas en el modo de llevar su vida y sólo algunos secundarios masculinos (el doctor Halloway, Jenks el del pub) parecen bondadosos pese a no tomar nunca partido. Ellas son decididas (incluso en la maldad), ellos son timoratos. 

Tierra inestable es la historia de unas vidas construidas sobre un muro de secretos que se desmorona y amenaza con sepultar a los protagonistas. Tierra inestable es dolor, pobreza y mentiras en un entorno rural casi anacrónico. Tierra inestable es el doloroso espejo de una sociedad no-modélica que apuesta por el individualismo dejando a los más ¿incapaces? atrás. Tierra inestable es el segundo parto de los gemelos Jeanie y Julius, su expulsión a destiempo a un mundo que los condena una vez y otra. Tierra inestable es la radiografía del peaje que pagan los “raros”. Tierra inestable es la perversidad de cierto tipo de (¿)amor(¿). Tierra inestable es el reverso de un mundo supuestamente benigno al que seguro no nos gusta pertenecer. Fuller pone el dedo en la llaga, a nosotros nos queda decidir si lo que hemos leído es sólo una novela. 

“Te hablaré de un cazador cuya vida se malogró
por la acción del mal a la puesta de sol 
su flecha voló y la oscuridad rauda atravesó
y en el blanco dio matando a su único amor
vestía un delantal y él la tomó por un cisne
pero ¡ay! Era ella, Polly Vaughn”* 

* Las letras de las canciones folclóricas que cantan Jeanie y Julius son composiciones originales de Henry Ailing, músico, hijo de la autora.


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