Arqueros, ilusionistas y goleadores, de Osvaldo Soriano (Altamarea) | por Juan Jiménez García
En la escritura de Osvaldo Soriano, todo es otra cosa. Otra cosa épica, humorística, que viene de muy atrás, de los tiempos de la picaresca, tal vez. La reunión de relatos y crónicas sobre, alrededor del fútbol, Arqueros, ilusionistas y goleadores, es una prueba más de la irremediable atracción de Soriano por los personajes que viven al límite. Y no porque los límites sean inalcanzables, algo extremo o lejano, sino porque están siempre al borde de algo. De la eternidad, de caerse, de la gloria, de la derrota, de la pérdida, del triunfo… Al borde de la vida que, caída, se derrama velozmente, que hay que atrapar en todos los actos, o ser atrapados en todos los momentos. No siento ninguna pasión por el fútbol. Hace tiempo que dejé de correr tras una pelota, porque hace tiempo que dejé de ser aquel niño. Tampoco veo los partidos, que antes veía por estar junto a mi padre, más que por algún otro tipo de interés. Como tantas cosas, me agota, y hace surgir en mí esa eterna impaciencia. Esto podría alejarme de estas historias, pero, a su vez, está la escritura de Osvaldo Soriano, al que no me canso de encontrar sin buscarlo (porque buscarlo sería un acto impropio, pienso, y no sé las razones… tal vez, mantener la emoción contenida en esos encuentros). Además, su escritura se convierte en universal. Supera la causa (el fútbol, la novela negra…) para entregarse al efecto. Y el efecto es ser atropellado por trenes que van y trenes que vienen. Porque el escritor no entiende de términos medios y la literatura se convierte, como, pongamos, en Raymond Queneau, en un acto constructivo de la felicidad. Esto, que podría parecer muy fácil (¡hacer reír!, ¡divertir!, diremos, aficionados al absurdo), no solo es complicado, sino que no es. Hay algo más profundo. Como Peter Handke diría, es una cuestión de épica. En el mundo de ambos (Soriano, Queneau), los personajes viven consecuentemente y no admiten la perplejidad. Lo que les rodea es lo que les rodea y no hay preguntas, sino un amor infinito por las desgracias y alegrías de vivir. Solo eso debería ser suficiente para quererles, aunque nos encontremos el eterno desencuentro entre una escritura demasiado gozosa y un mundo demasiado triste que se regodea en su tragedia como tal.
En la posibilidad de obra completa de las Memorias del Míster Peregrino Fernández, encontramos no solo a un personaje que ha ido atravesando los relatos y ahora es el protagonista de todos ellos, sino precisamente esa épica alocada, ese desenfreno de actos y escritura. Porque la escritura de Osvaldo Soriano parece construida para poder materializar a todos los Peregrino Fernández del mundo, cosa nada fácil, porque son personajes más grandes que el recipiente que les contiene. Capaces de patear la Historia, aligerar naciones y continentes, cruzarse con figuras memorables, y salir airoso. Es el triunfo del entusiasmo frente a la razón. Soriano, como Peregrino Fernández, siempre juega al ataque. Y como ya hizo en Triste, solitario y final (esa obra maestra desconocida… mejor: descatalogada), se pone a sí mismo como personaje y se confunde con ellos, porque es uno más de ellos. Otro de los logros de su narrativa, en la que todos nos sentimos participes o concernidos. No es fácil ser Osvaldo Soriano. Ni tan siquiera ser lector, dada la insoportable (des)edición de sus libros (confiemos en Altamarea). Esas lecturas apegadas a la página, esa sonrisa que nos deja, ese atravesar los misterios del mundo, misterios sencillos que, más allá de la complejidad del mundo, arrojan algo de luz en nuestra condición humana.