Mientras el mundo agoniza, de Carlos Giménez (Reservoir Books) | por Óscar Brox

Carlos Giménez | Mientras el mundo agoniza

Al comienzo de Mientras el mundo agoniza, Dani Futuro viaja de regreso a la Tierra. O, mejor dicho, a lo que queda de ella. Ya en el mismo prólogo, Carlos Giménez nos ha prevenido al respecto: es esta una historia marcada por el avance imparable del cambio climático, por las secuelas derivadas de las repetidas agresiones contra nuestro medio ambiente. El futuro, lo que nos espera, es un secarral habitado por mutantes y caníbales, por tormentas de arena y poblaciones orilladas en los márgenes que tratan, como buenamente pueden, de mantenerse con vida. El futuro es la supervivencia y desde un principio observamos cómo Giménez elude los contornos de la aventura espacial romantizada para, en su lugar, dibujar una epopeya desesperada. Una historia de furia y venganza en la que la línea que separa lo bueno de lo malo es cada vez más borrosa.

Galaktos, la nave en la que viajaba con sus amigos, es asaltada y destruida. Dani sobrevive en una especie de sueño suspendido. El tiempo pasa. Nadie sabe qué ha sido de su amada Iris y la galaxia es un territorio demasiado vasto para emprender su búsqueda. La aventura comienza cuando Dani se encuentra con Mor y Armony y juntos emprenden la caza y captura de los piratas espaciales que asaltaron la nave. El mundo se consume, nos dice Giménez, falto de recursos naturales que lo mantenga, y eso también afecta a los personajes. Parece que ya no hay héroes; y, si los hay, cargan con demasiadas cicatrices, ya no son capaces de disimular sus partes oscuras. El espíritu de la aventura, por así decirlo, ha madurado. Ha, mejor dicho, envejecido. Desmitificado. Ahora manda la sangre, la venganza y la desesperación, que Giménez deja patentes a cada poco. Dani, prácticamente, vive obsesionado por encontrar a Iris, por borrar ese último momento junto a ella. Por creer que no ha muerto, que no fue víctima de un ritual de sacrificio o juguete sexual para disfrute de los piratas. No quiere creer que es en eso en lo que se ha convertido el espacio. Que se ha terminado la épica, la conquista humana y esa inocencia con la que antaño se miraba a las estrellas.

Mientras el mundo agoniza es, en este sentido, pura acción. Un relato dinámico, repleto de acción y viñetas en las que Giménez recupera su visión de la aventura intergaláctica teñida, esta vez, de un poso de amargura. La acción no cambia, avanza a toda velocidad a medida que Dani, Mor y Armony siguen la pista de lo que quedó tras la destrucción del Galaktos. Pero todo es, acaso, más desesperado. Un espejismo. Un mal sueño del que no saben cómo despertar. Los piratas han desaparecido, solo queda un pobre mutante para recordar y un momento para la crueldad: cuando Mor se niega a acabar con su existencia, condenándole a otros tantos años de sufrimiento infinito. El ritmo de la historia lo marca la impaciencia, la de Mor por encontrar a los asesinos de su padre y la de Daniel por encontrar a ese Iris cuyo recuerdo le tortura entre flashback y flashback. En otras circunstancias, quizá podría haber una historia de amor con Armony o una vida de aventuras con los tres como protagonistas, pero aquí solo queda espacio para la obsesión. Para la necesidad de eliminar de la memoria ese momento traumático del asalto, el fundido a negro y la desaparición forzosa. Para recuperar una inocencia, acaso, definitivamente perdida que el tono y la historia de Dani Futuro no sabe cómo volver a poner en escena.

Giménez repasa casi todas las desigualdades que azotan al mundo en la actualidad, no sin antes lanzar una advertencia sobre los fundamentalismos, vengan de donde vengan. No en vano, la última parte del álbum se desarrolla en la nave de la secta de los Yijanitas. El dibujante no escatima en los detalles: hay sacrificios de niños, violaciones, hambruna, destrucción y algo parecido al nihilismo flota en el ambiente cada vez que alguien invoca el espíritu de la aventura. El espacio, definitivamente, ha quedado desencantado y solo hay lugar para la supervivencia. Para los más fuertes. Para todo lo que se mueve en esa escala moral de grises, para quien sea capaz de dejar a un lado su integridad. Y, sin embargo, Giménez se las apaña para construir toda la parte final como un homenaje, una bella coda, a esas aventuras de antaño. Ritmo, precisión, tensión y compañerismo entre Dani, Mor y Armony que, quizá, deja entrever todo aquello que podría ser y no será. Ese mundo olvidado por esta realidad que agoniza.

Con Iris en la cabeza, Dani se despide de sus amigos en busca de un pasado que no sabe cómo dejar atrás. De la promesa de un reencuentro. O del sueño que le permita borrar tantos recuerdos y pesadillas. Es el último canto de Carlos Giménez a ese mundo que desaparece. También él lo ha buscado en cada una de las viñetas, en la trama y los personajes de su historia, tratando de redimirla (o de redimirse) de esa realidad palpable en las noticias de actualidad. El final de la inocencia. El final de la aventura. De ese mundo que, definitivamente, agoniza.


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