Vida amorosa de Charles Baudelaire, de Camille Mauclair (Wunderkammer) Traducción de Edgardo Dobry | por Juan Jiménez García

Camille Mauclair | Vida amorosa de Charles Baudelaire

Un día, los dos hermanos Goncourt se encuentran con Charles Baudelaire. Frente a ellos tienen a un hombre de manos pequeñas, lavadas, impolutas, cuidadas como manos de mujer; y junto con esto, una cabeza de maniaco, una voz cortante como el acero. Y ni tan siquiera era una descripción terrible, ya que lo llegaron a considerar un igual (no así la posteridad, claro), alguien con quién compartieron la amenaza de la cárcel. Y Jules, la sífilis, esa muerte llena de encuentros podridos. Mundo antiguo, del que conservamos todas las prohibiciones y solo cambiamos los jueces. Qué le llevaría a Camille Mauclair a escribir sobre la vida amorosa de alguien como Charles Baudelaire. Hoy en día sería el sensacionalismo. En aquel entonces era una colección de libros. En todo caso, ahí tenemos la vida íntima del autor de Las flores del mal (por cierto, uno de los títulos más memorables de la larga historia de la literatura, no fue idea del poeta). Y decir que Camille Mauclair tampoco fue ningún plumilla. Poeta él mismo, bajo el sol simbolista de Mallarmé, Y ahí los tenemos a los dos, biógrafo y fantasma del otro. Y a WunderKammer, que todo lo que toca lo convierte en algo aún más especial.

Tras todo gran hombre no siempre hay una gran mujer. A no ser que partamos precisamente de que lo que falla es ese gran hombre. ¿Lo era Baudelaire? Para nuestro tiempo, tan lleno de buenas intenciones (que mueren agotadas en nuestros dedos), seguramente era un ser abyecto, que hubiera merecido todas las hogueras. También para aquel, ojo. Todo eso hemos avanzado en ciento cincuenta años. Tenía todos los vicios y conocía no pocos paraísos artificiales. Y sin embargo, tras él la poesía quedó arrasada y algo nuevo empezó a brotar. En todo caso, y por volver a su vida amorosa, el gran amor de su vida fue su madre. Y la gran tragedia. Casada muy joven con un hombre muy viejo, su padre, este no tardó en morir. Y ella seguía siendo muy joven. El caso es que se volvió a casar, horrorizando a Charles, que nunca llegaría a perdonárselo. Y eso que su padrastro, Jacques Aupick, oficial que llegó lejos, muy lejos, intentó hacerse querer. Pero el poeta no estaba por la labor. Nunca lo estuvo y siempre se lo reprocharía a su querida madre, que los sobrevivió a todos.

Mientras tanto, pasaba sus días entre prostitutas y el aire enfermizo de sus habitaciones, que acabaría por matarle. Eso y la bohemia, que tenía mucho de muertos de hambre llenos de sueños y letras. Y opio, hadas verdes y otros brebajes. En eso conoce a una de sus flores del mal, Jeanne Duval. Mulata haitiana, no nos queda mucho de ella, más que ese cuadro de Manet, pero está ahí, encerrada en no pocos poemas de Baudelaire. Con ella compartirá su vida amorosa. Y compartir es la palabra, dado que no estará sola. Camille Mauclair no traza un retrato muy agradable de esta mujer, y a ella le endosa no pocas culpas. Una musa envenenada y envenenadora. Actriz, compartiría también la sífilis y la muerte por ella con su amante. Nuestro biógrafo no deja de ver oportunidades de salvación en otros encuentros del poeta. Alguna que otra mujer que podría haberle redimido de esa vida agotadora y haberle llevado por el buen camino, pero nuestro hombre escapaba siempre para entregarse a ese infierno personal de Jeanne. Para Mauclair todo tiene sus razones: Baudelaire era impotente.

Y así pasaron sus días. La vida hasta llegar a la muerte. Vicio a vicio, mujer a mujer, para acabar siempre en los mismos brazos enfermos, acogedores para él, otro enfermo. Y todo era oscuridad. Y de esa oscuridad surgieron todas las cosas. La modernidad (desde entonces, vivimos en una eterna, agotadora, posmodernidad). Y también este libro, que no es una simple colección de encuentros, sino un libro con entidad propia, tierno y cruel, en el que uno se imagina a Mauclair enfrentado a un poeta inmenso con una vida perversa, no exento de perplejidad. Entre el moralismo y el desconcierto que da pensar que de todo aquello salió todo lo otro. Y todo está bien.

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