Vida real, de Brandon Taylor (Chai editora) Traducción de Juan Nadalini | por Óscar Brox

Brandon Taylor | Vida real

La primera sensación tras leer unas pocas páginas de Vida real es pensar en Brandon Taylor como la clase de autor preocupado por los detalles, por la descripción y el retrato emocional de sus personajes. El símil lo podemos encontrar con el trabajo de laboratorio que desempeña Wallace, el protagonista de la novela. Taylor observa a sus criaturas con la misma paciencia, ellos son sus nematodos en la placa de Petri y, página a página, anota sus deseos, impulsos y movimientos inesperados tratando de atrapar, como sea, esas vidas que se abren camino. 

Con todo, resulta pertinente señalar que el interés de Taylor por la descripción responde a una cuestión que atraviesa la vida de Wallace durante todo el libro: los privilegios. Wallace cambia el Sur y Alabama por el Midwest, el ambiente opresivo de abusos por ese otro espacio, joven y competitivo, que el grupo de amigos intenta transformar en un escenario familiar. Vida real podría ser una novela de ambiente universitario, casi de formación, pero lo cierto es que laten muchas cosas en su interior: ya hemos hablado de los privilegios, por lo que hace falta señalar la cuestión sexual, el arraigo y el desarraigo, la cuestión racial, el clima ultracompetitivo de los programas de doctorado, la tensión emocional que precipita esa sensación de no estar alcanzando los objetivos vitales marcados cuando uno se imagina en qué consiste ser un adulto…

En apariencia, la novela nos sitúa en un momento de transición. El padre de Wallace ha muerto y algo, en consecuencia, resuena en su interior. No sabemos, no podemos saberlo, si es bueno, porque Taylor nos explica el pasado de abusos y marginación de su personaje en Alabama. Sin embargo, sí notamos ese vacío, la conciencia de que algo está roto en Wallace. Y lo justo sería decir que toda la novela se dedica a observar esa rotura, a saber a qué responde: si el problema está en ser gay, en ser negro, en tener un carácter complicado en un ambiente de pragmatismo feroz, en no saber cómo reaccionar ante la hipocresía social, a no saber separar el amor del deseo, el deseo de la necesidad, el apego de la compañía, etc. Sabemos, pues, que Wallace es un personaje difícil, y a medida que la novela avanza nos peleamos con esa dificultad. 

Decíamos que es una reflexión sobre los privilegios porque la mayoría de los personajes son blancos o desconocen la herida de la soledad. No es un asunto de la condición sexual. Miller, por ejemplo, vive una transición de hetero a gay, pero la auténtica revelación de la novela parece estar en el episodio violento de su pasado en el que casi mata a otro chico. Por así decirlo, a Taylor no le preocupa tanto su confusión sexual, si lo es o no, como su miedo a que esa historia ocultada le muestre como alguien distinto frente a los demás. De hecho es a partir de esa revelación que sus encuentros con Wallace se vuelven más feroces, más agresivos. Y es interesante que eso se produzca cuando ambos han mostrado sus respectivas heridas, porque de alguna manera refleja cómo cada uno de ellos se identifica a través de las cosas, del sexo, de lo que sea. Cómo se relacionan. En el caso de Wallace, con esa mezcla de pasividad y masoquismo, de vacío y falta de compasión. Y, al mismo tiempo, con la esperanza de ser comprendido, acogido y liberado de una carga emocional demasiado grande. 

Taylor dedica mucho espacio a sus personajes; tanto que, prácticamente, su estudio devora a la novela. En un punto, no resulta tan importante saber adónde se dirigen como, más bien, quiénes son. Qué sienten. De qué tienen miedo. Por qué actúan con superficialidad, qué derecho tienen para descubrir y exponer las miserias de los demás. Qué entienden por vida, si viven cobijados por el ambiente proteccionista del College. La cuestión es que Taylor no está dispuesto a facilitarnos tantas respuestas. El cierre de la novela es, en sí mismo, una declaración de principios: nos sitúa en el comienzo de todo, cuando se fragua ese grupo de amigos y todos ellos brindan por la vida que les espera. ¿Se ha cumplido? ¿La han encontrado? ¿Ha valido la pena? Son cuestiones que el autor observa, pero no aborda directamente. Más bien, nos dice que no va a poder hacerlo porque todas ellas aparecen intervenidas por otras tantas cuestiones: no se puede hablar de vida sin hacer notar antes la presión del racismo, la cuestión sexual, la competición académica, y tirar del hilo de cada una de esas cosas abre, asimismo, otras tantas nuevas cuestiones. ¿Entonces? Nos queda Wallace y Miller y Cole, Vincent, Yngve, Emma, Brigit, Thom, etc. desnudos, expuestos en esa placa de Petri que es la escritura de Brandon Taylor. Imposibles de recomponer, porque no han evolucionado como esperaban. ¿Acaso alguien lo hace? En eso consiste, precisamente, la vida adulta. En evolucionar como no esperabas hacerlo. 

Vida real es una novela de cocción lenta, visceral en su forma de proyectar sus emociones y fría en su respeto a las emociones de los personajes, por paradójico que pueda sonar esto último. Es como que Brandon Taylor escribe con la misma cantidad de violencia emocional como pudor. Desnuda a sus personajes, pero a la vez se siente mal por hacerlo. Quizá porque ello significa quitarles sus privilegios, poner el foco en sus debilidades, mostrarlos frágiles y, en definitiva, mostrarse él también frágil. Como Wallace. Con esa herida que no se sabe del todo cómo se podría curar. Pero que, una y otra vez, te recuerda cuál es tu lugar en el mundo. En qué consiste la vida real.


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