El hombre joven, de Annie Ernaux (Cabaret Voltaire) Traducción de Lydia Vázquez | por Gema Monlleó

Annie Ernaux | El hombre joven

Annie Ernaux lo ha vuelto a hacer. Abro cada nuevo libro suyo con una pregunta retórica en mi mente: “¿lo conseguirá otra vez?”. Y, efectivamente, la pregunta es retórica porque la respuesta, siempre, es: “claro que sí”. No conozco a ninguna otra escritora contemporánea que se mantenga con esa (¿)facilidad(?) en el culmen de la excelencia literaria. Ha ganado el Premio Nobel (2022) y eso la coloca en el grupo de “unos pocos”, pero el premio, el premio sin más, es sólo una corona. Y ella, la inmensa Ernaux, ya era una reina antes del premio. 

El hombre joven (Cabaret Voltaire, 2023) es su último libro publicado, tanto en Francia como en España. Indico la adhesión a un momento determinado porque con Ernaux se da una paradoja: hemos recibido sus libros de manera no-cronológica tanto por lo que a su publicación original se refiere como por el momento vital que describen. A veces pienso que debería releer todos sus libros siguiendo el hilo de su vida, no sólo el hilo que los une a todos, sino también el del orden en que los hechos se produjeron. ¿Leería a otra Ernaux de esta forma? Es muy posible que no en cuanto a la literatura y es muy posible que sí en cuanto a la mujer. Porque Ernaux escribe siempre desde su condición de mujer y desde el momento social x en que el hecho x es vivido por ella, mujer, de lo particular a lo universal, aunque sin ánimo de erigirse en representante de nadie más que de sí misma. 

“A menudo he hecho el amor para obligarme a escribir. Quería encontrar en el cansancio, en el desamparo que le siguen, razones para no aguardar ya nada de la vida. Tenía la esperanza de que el final de la expectativa más imperiosa, la del orgasmo, me hiciera sentir la certeza de que no había goce superior al de la escritura del libro”. Primera página y ya estoy noqueada por su auto-irreverencia. ¿Ernaux nunca “adorna” los porqués de lo que hace ni las consecuencias que estos provocan? No. Ella no. Ella nunca. Ella es capaz de regresar a un momento anterior, a aquel momento anterior, y describirlo desde la vivencia de entonces, con la reflexión de ahora pero protegiendo la esencia original. Ella, Ernaux, antropóloga de sí misma, fija el inicio y la voluntariedad de unos hechos para explicar después que intención y consecuencias no siempre son ríos paralelos.  

En El hombre joven Ernaux, escritora ya de éxito a los cincuenta y cuatro años, conoce a A. (los nombres, los nombres de sus libros, casi siempre sólo la inicial), un estudiante que llevaba un año escribiéndola y que deseaba conocerla. A. vive en Rouen, la ciudad en la que ella estudió, y por si esa coincidencia no fuese capital ya en sí misma, vive delante del Hôtel-Dieu, el antiguo hospital en el que pasó seis días tras la hemorragia provocada por un aborto clandestino (“Esa coincidencia sorprendente, casi insólita, era para mí la señal de un encuentro misterioso y de una historia que tenía que vivir”). Ernaux, que ya había intentado escribir sobre ese aborto, se vale de su regreso a Rouen, regreso por vía sexo-emocional interpuesta, para rescatar literariamente el embrión de lo que terminará siendo El acontecimiento 

Este regreso a Rouen es también un viaje a su infancia en Y. (Yvetot): “Él era el portador de la memoria de mi primer mundo (…) Era el pasado incorporado. Con él recorría todas las edades de la vida, de mi vida”. La precariedad de A. es el reflejo de sus propios orígenes familiares humildes (“tenía espontáneamente los gestos y los reflejos dictados por una falta de dinero continua y heredada”) y la constatación empírica de su nuevo estatus (“que me diera cuenta de esos signos era una prueba de que yo ya no estaba en el mismo mundo que él”). La condición dominante de Ernaux en la relación, por la edad y por la diferencia económica, tiene consecuencias. Recibe  miradas reprobatorias porque: ¿qué hace una mujer besando en público a un hombre que podría ser su hijo? Y sí, el acento está en la palabra mujer ya que las relaciones de edad duplicada en hombre mayor vs mujer joven no avergüenzan a “los demás”. En lo económico la relación se sustenta en un acuerdo tácito: la permanente disponibilidad de él para ella (el placer del orgasmo constante revivido, “nuestra relación podía contemplarse a la luz del provecho”) que desencadena una experiencia iniciática de doble vía: ella es la iniciadora de él y él es quien le da la máscara para vivir como si ella fuese un personaje de ficción. Es aquí cuando, como ella suele, la Ernaux escritora se vale de la Ernaux mujer: “el presente no era para mí más que un pasado por duplicado” y la finitud intrínseca a la experiencia compartida se convierte en un ingrediente más de sus (de ambos) deseos: “comulgábamos imaginariamente con nuestra pérdida recíproca con un placer extremo”. La mirada al pasado se torna de nuevo en victoria cuando lo “escandaloso” de la relación, del cuerpo, de su cuerpo expuesto y envejecido frente al cuerpo joven, ya no es vivido con vergüenza sino con victoria. 

El tópico síndrome de Pigmalión cambia en El hombre joven de bando (“me gustaba imaginarme a mí misma como la persona capaz de cambiarle la vida”). Ernaux es iniciadora y posibilitadora, acepta y reivindica esta bandera, asume que está contraviniendo las normas sociales no escritas, y describe la relación como un reto también para cambiar esas convenciones. En Ernaux todo es político, lo que vive, lo que cuenta y como lo cuenta, y que ponga a A. frente al espejo del joven pasoliniano de Teorema (“una especie de ángel revelador”) es de una intencionalidad manifiesta (que yo, desde aquí, aplaudo). Ernaux, dispuesta a radiografiar también lo que (¿)”no debe decirse”(?), afirma: “por el mero hecho de existir, él era mi muerte. Como también lo fueron mis hijos”. Ernaux pone la sacrosanta maternidad en entredicho y, dándole la mano, baila con el juego de la posesión corporal rozando el deseo incestuoso: “Quisiera estar dentro de ti y salir de ti para parecerme a ti”.  

Ernaux escribe mientras vive pero no suele escribir en el tiempo real de lo que está viviendo. Ernaux, desde su hoy de mujer deseada y colmada de entonces, escribe de la joven Ernaux perdida y abatida en busca de un aborto que no lastrase sus expectativas de vida. La Ernaux de El acontecimiento vive ahora el acontecimiento de un (su) cuerpo que “ya no tenía edad” junto a un cuerpo joven, vive el acontecimiento de mirar en el espejo de A. a su propia juventud y saberse, gozosamente, victoriosa. Ernaux junto a A, Ernaux con ese hombre joven, puede escribir y detallar el largo instante del casi quedarse entre Y. y Rouen, con un hijo, marcada, y quizás atrapada en la tienda-bar de sus padres. Ernaux escribe sobre el ayer desde un hoy que expira: “Me daba la impresión de ser eterna y estar muerta a la vez”, y Ernaux, la artificiera, se detiene, observa (se observa) y detona (de nuevo) el explosivo de la literatura. 

Con cada libro que escribe hay algo de la Ernaux mujer que salta por los aires para, paradójicamente, posarse en sosiego y armonía y dar lugar a un orden nuevo, a un examinar(se) distinto, a un permitir(nos) leerla en un permanente antes-de vs durante vs después-de. El hombre joven, con sus apenas cincuenta páginas, es un contenido ejercicio de bisturí desde el que admirar la impudicia y la impiedad con la que la literatura de Ernaux vuelve a refulgir. Yo la quiero coronada de reina eterna para poder seguir aplaudiéndola siempre.


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